Las raíces de “El Perro Andaluz”, los principios Lagartija Nick | GR76


Sábado 17 de diciembre de 2022 en la Sala BBK, Bilbao

Tras un período de abstinencia en cuanto a conciertos musicales mitigado, eso sí, por esporádicas incursiones en sesiones acústicas, el sábado pasado asistimos de nuevo a un show de mayores dimensiones. Apetecía, cómo no. Había ganas. Se trataba de la última cita del ciclo Hiriz Hiri que durante este año ha venido programando diferentes audiciones en la céntrica Sala BBK bilbaína, y el hecho de presenciar el show cómodamente sentados sumado a la posibilidad de estar frente Lagartija Nick una vez más, animaba a no perder esa oportunidad porque los granaínos pertenecen por méritos propios al grupo de imprescindibles, porque el día anterior estrenaban “El Perro Andaluz”, porque el propio concierto se presentía como una interesante experiencia audiovisual y porque este último disco homenajea a la Generación del 27 y a Luis Buñuel adaptando su surrealismo por medio del legendario cortometraje “Un Perro Andaluz” en cuyo guion colaborara otro ilustre como Salvador Dalí.

Debíamos cumplir. Pese a que las calles estuvieran atiborradas de gente realizando las habituales compras navideñas, pese a que la gente se reuniera en tascas y tabernas antes de los también habituales banquetes de colegas o empresas, o simplemente aprovechara el día (el clima lo permitía) de pintxopote con la cuadrilla o familia, teníamos reservada terapia grupal con el doctor Rock n’ Roll. Así que canjeamos la animada marabunta callejera por una sala convertida en remanso de paz. Solo los primeros minutos, ya que paulatinamente se fueron ocupando las localidades hasta rozar su aforo y una vez llegado el horario establecido para el comienzo… Antonio Arias, Juan Codorniú, JJ Machuca y Eric Jiménez (cantante y bajista, guitarrista, teclista y baterista respectivamente) puntualmente se personaron y a partir de ese instante arreciaron los watios, arreciaron los aplausos. La profundidad lírica enmudeció al personal y la carismática personalidad musical de la banda hizo el resto. Bailes o tumultos no hubo ya que estábamos perfectamente atrincherados en las butacas numeradas, pero la asistencia disfrutó durante los más de noventa minutos de actuación en la que se mimetizaron con proyecciones del cineasta turolense exiliado tras la Guerra Civil o de su homólogo José Val del Omar, paisano del cuarteto a quien dedicaran un álbum en 1998.

El montaje quizá rozaba la austeridad salvo las imágenes simultaneadas que en cierta manera mantenían a estos cuatro perros andaluces (Antonio Arias dixit) entre tinieblas, puesto que la pantalla trasera abarcaba la totalidad del escenario dificultando así la correcta diferenciación de individuos y composiciones visuales. El único lunar que pondríamos a un meritorio recital. Ojo, bajo nuestro punto de vista y desde nuestra alejada situación en el apartado superior, porque probablemente la percepción podría variar en función de la perspectiva. Sin embargo no seremos nosotros quienes pongan alguna mácula, porque un concierto de los Lagartija nunca termina cuando bajan el telón. Un concierto de los Lagartija se aprecia, se asimila y más tarde se comprende, y este, con las particularidades que le rodeaban no iba a ser menos. De hecho no lo fue. Nos atreveríamos en calificarlo como una velada única en el sentido más exclusivo del término, ya que las frecuencias e inercias son las que son. Volverán a interpretar las mismas canciones en el orden que lo hicieron o no, tal vez comiencen de nuevo con “Palacio de Hielo”, incluso den por finalizado el show con un pelotazo como “Nuevo Harlem” (hablando de inercias), recurrirán a canciones de una de sus obras más afamadas como “Omega” que les muestra las dos caras de la moneda, sobrevolarán de nuevo los dominios de “Gernika” aunque todavía no hayan podido tocar la canción en el municipio bizkaino, y puede que se apunten a una nueva “Bacanal” o al quebranto punkarra “Celeste”, pero podemos afirmar con toda seguridad que la velada sabatina única fue.

Por varias circunstancias, y sobre alguna de ellas ya hemos ofrecido pistas, pero no se nos debería olvidar que la preparación de este elepé ha significado cinco años de trabajo para los chicos y su posterior presentación en diversos teatros, salas o auditorios debería obtener, como mínimo, tanto alcance como el logrado en Bilbao. Mantienen vivo el espíritu de antaño y se defienden perfectamente entre la vanguardia (“Una jirafa / Undécima mancha”) y el fornido underground (“Yo, Día y Orden”), entre la reflexiva psicodelia (“Ciudad sin sueño”) o la independencia (“El Teatro bajo la Arena”) aunque llegaran a firmar con alguna multinacional, mientras sus letras reaccionarias (“Somalia”) continúan teniendo peso específico en su talante y escritura, aparte de ser unos músicos de muchos quilates y una gente que conoce los secretos del directo, por supuesto. Se notan las horas de carretera, de locales de ensayo y de grabación o de conciertos ofrecidos durante más de tres décadas que llevan con la mochila a cuestas, permitiéndoles ser considerados como una piezafundamental de este armazón. El señor Jiménez exhibió su absoluta rotundidad y eficacia con las baquetas y tambores, Jota Jota extraía resonancias y consonancias psicotrópicas de sus teclas, Codorniú azuzaba y se afanaba con las seis cuerdas y Antonio AriasAntonio Arias es un poeta con alma rockera, el chamán de la congregación. El diácono de Lagartija Nick, una banda inconformista, una banda perseverante, una banda observadora, analista y arriesgada. Como la performance ideada, como “El Perro Andaluz”.     

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