Después de seis años de sequía, la vuelta de los veteranos The Cult pasa por ser una noticia extraordinaria, al menos para un servidor. Entendiendo, por supuesto, que se trata de una vuelta a los estudios de grabación, ya que durante este período de moratoria no han abandonado los escenarios teniendo en este rincón la oportunidad de comprobar su estado de forma un par de ocasiones en la gasteiztarra campa de Mendizabala, en el ceremonioso Azkena Rock Festival. Deseábamos que tarde o temprano llegaran nuevas canciones, y por fin podemos escuchar esa novedad bautizada “Under The Midnight Sun”, una pormenorizada representación de los espirituales laberintos y compactos sonidos a los que nos tiene acostumbrados el tándem Astbury–Duffy desde que hace casi cuarenta años lanzaran su ópera prima, “Dreamtime”, disco al que curiosamente parecen regresar. A sus contornos, a sus fundamentos, a sus introspecciones, a sus recovecos, a sus aguas turbulentas o sus recónditos desfiladeros. Algo que por otra parte acarreará infinidad de polémicas, ya que la camaleónica ponencia artística de estos tíos ha enfrentado en cierta manera a escépticos, afectivos, detractores o partidarios que hemos debatido en función de unos cambios de orientación que son, en definitiva, su auténtica condición. Dentro de su línea argumental han barajado todo tipo de posibilidades y, como especifica su seudónimo, la presencia de alguno de sus ejemplares en cualquier colección musical que se precie debería ser incuestionable, porque The Cult es una conjunción de misterio y calidad.
En su momento pudimos saborear el aperitivo “Give Me Mercy” que facilitaba ciertos indicios sobre el planteamiento del disco y se ratifican las impresiones, puesto que en su desarrollo se perciben atmósferas de ese estreno ya comentado así como de su sucesor, “Love”. La hegemónica voz de Astbury trasciende capital intercalando acostumbradas interjecciones (“A Cut Inside”) con efectivas sincronías (“Vendetta X”) que alimentan aún más la sensación de romanticismo por un pasado que les abriera el camino hacia el éxito, lo cual no es un menoscabo por nuestra parte. Todo lo contrario. Es una muestra de respeto hacia una gente que, aun habiendo completado un inequívoco expediente, recurre a las directrices que marcaron los comienzos sin que esta táctica pudiera ser vista como un síntoma de retroceso creativo.
En el terreno estrictamente instrumental la labor de Duffy, de quien su compañero no escatima elogios, es más espaciosa que en últimos volúmenes, guardando su guitarra mayor peso específico cuando diversifica su función equilibrando diferentes movimientos como sucede en los temperamentales prolegómenos de “Mirror” o en “Outer Heaven”. Aquí la carga instrumental es sinfónica y eléctrica a la vez, y los arreglos de violines desgarran tanto como la revolucionada batería de John Tempesta, revelando su alta capacidad resolutiva y demostrando que esa aparente melancolía atribuible en distintas composiciones es un arma de doble filo. Más allá de la efectividad de esta fórmula ambivalente en cuanto a su construcción musical, las parábolas pronunciadas por el chamán Astbury sobre las interrogantes del ser humano y su relación con la naturaleza, sobre sus ansias o sus virtudes capitalizan un disco nacido bajo un sortilegio. Bajo el impactante resplandor del sol de medianoche.
Esa reveladora estampa, bucólica o turbadora de donde se extrae el enunciado del álbum, surgió en tierras finlandesas: “Under The Midnight Sun”. Y más tarde, durante la déspota etapa de colapso planetario que borrara sueños e incrustara todo tipo de quebrantos, y a distancia entre Gales y los states, se pusieron codo a codo con al productor Tom Dalgety. Así afrontaron esta tentativa. Con empeño y recurriendo a la épica de su época floreciente que al margen de cualquier desconcierto individual, es un acto de valentía y un hecho demostrativo de su carácter. Como muestra, la desgarradora “Knife Through Butterfly Heart”, canción merecedora de un análisis detallado. Uno de sus clásicos nirvanas, y no nos referimos precisamente a uno de sus (re)conocidos himnos. Una de esas composiciones que sobrepasa fronteras terrenales. Una excelente epopeya de claves y principios de tono delicado y pletórico a la vez que, partiendo de una distinguida y envolvente acústica, se va abriendo paso en estrepitosos vericuetos que desafían la ley de la gravedad siendo catapultados por los harmonios de Damon Fox y el eficiente compás de Grant Fitzpatrick. La antesala de un binomio final que transforma el flotante misticismo de “Impermanence” en otro arquetipo de sinergias, espíritus y recursos que, arropado en un sonido polifónico, aumenta el talante cautivador de Astbury en “Under The Midnight Sun”, el ondulante e inexorable embrión. El incienso que sana, el yin y el yang. El ocaso, el albor. La luna, el sol.