
Después de un par de años de alianza, los chavales de Factory Lane pueden sentirse satisfechos por la edición de su ansiado debut, la principal meta a la que aspira quien se mete en estos fregaos. Luego llegarán las reválidas, los rastreos, las variaciones y las venturas, pero el estreno debe ser algo especial, pues en él se depositan parte de las ambiciones y esperanzas perseguidas cuando coges una guitarra, cuando empiezas a cantar y te juntas con una cuadrilla de amigos o compones sentado tras un teclao. A día de hoy podría parecer más sencillo que hace treinta años esto de grabar un disco, pues la tecnología procura una serie de facilidades inimaginables pocos años atrás, pero no es menos cierto que para escribir una canción hace falta reunir una serie de facultades, y estos chicos las tienen. A pesar de su insultante juventud, las han ido adquiriendo y puliendo al cabo de los años en otros proyectos, pues son conocidos componentes de bandas del circuito bilbaíno como D-Rais, Smoke Idols, Empty Files o Yo, Gerard; Eneko Ajangiz (voz y guitarra), Bittor Fortes (guitarra), Gonzalo Ruiz (bajo) e Iñigo Benito (batería) respectivamente, con quienes colabora puntualmente al bajo otro joven veterano como Josu Palacios (Quaoar). O sea, rabia, frescura, insolencia y elegancia administradas con aplastante desparpajo por unos mozalbetes de evidente vocación underground en toda su extensión, ya que en su abecé particular podemos adivinar profundas huellas de generaciones anteriores y contemporáneas referencias de las islas británicas, de las costas australes, de latitudes nórdicas o comarcas americanas. Travesías de “3.800 km”. Los semilleros de Factory Lane.
Antes de escuchar el resultado de este álbum fabricado en los estudios Tío Pete por José Lastra, ya habíamos asistido a un par de actuaciones de Factory Lane así como a otras de sus diferentes filiaciones, por lo que poco nos podrían sorprender, que mascullábamos con cierta arrogancia. Craso error. Error de bisoño, error de enterao. Y “Motionless” nos da una bofetada en toda regla con su determinación y el elevado poder de seducción en todo su entramado. En ocasiones la armonía domina la estructura, en otras la melodía modula la producción, podría parecer que las exclamaciones domaran las frenéticas guitarras o simplemente que la cabeza siguiera el ritmo de los pies, procediendo este esmero integral como excelente candidatura a un futuro incierto en la tesitura actual, pero prometedor para el cuarteto. Aunque esté jodida la cosa, siempre nos quedará el rock and roll para sobrellevar las amarguras y plantarle cara a las penas con joviales formularios como “Rivers” o consideradas avenencias como “Butterfly In A Jar”, las número dos y tres de un listado que llegará hasta una decimoprimera de un tirón.
Complicado no caer en sus redes, por lo que comprobarás que estos muchachos son muy capaces de ocasionar un fuerte estallido debido a su asociación de iconoclastas fundamentos (“Sad Little Victory”), sentimentales ondulaciones (“And Yet We Wonder”) o perturbadores movimientos de una canción (“Still There”) que funciona como bisagra tan solo por su posición, porque el elepé mantiene una cohesionada línea en cuanto a impactos y vibraciones, resultando un esmerado trabajo entre el ayer y el hoy. Un repaso al pasado, un reajuste al presente, ya que adivinamos resplandores noventeros, elocuentes oratorias y fórmulas recordadas como si de una especie de fenómeno déjà vu se tratara, y como tal podría parecer sencillo distinguir, pero a su vez es de complicada explicación. Ese efecto se refleja en la acústica de “Replay” transformada en electricidad, en “The Spark And The Fuse”, donde conjugan magníficamente el delirio y el suspiro, o en “Neon”, canción de ingénita potencia orgánica, puesto que sus afilados precipicios conducen a la efusividad del rock, inmortalizan la emotividad del pop, recuerdan la visceralidad del punk y honran la sagacidad el grunge. Esa su gran baza, su riqueza y su defensa. Su gran fortaleza, el vasto terreno donde se mueven y que irás averiguando y relacionando instintivamente con bastantes bandas del firmamento cuando magullan los primeros zarpazos de “Better Days” o embelesan los psicodélicos espacios de “Purple Blue”, magnífica asociación entre la despedida y la bienvenida, pues deja abierta la puerta a un vivero de posibilidades en “3.800 km” a la redonda. Atentos a Factory Lane.