Viernes 23 y sábado 24 de junio de 2017 en Mendizabala, Vitoria-Gasteiz
Si el Azkena es un rito The Cult es, valga la licencia, un culto y “Love Removal Machine” uno de sus hitos, el himno adecuado para condesar los quince años vividos en Mendizabala y resumir este tiempo de pasión, amor y fidelidad de multitud de almas procedentes de otros tantos puntos de la geografía peninsular, insular o continental. La síntesis idónea a un fructífero ciclo con el público entregado a un certamen y una banda que metió la quinta nada más salir acallando más de una voz taciturna, aunque bien es cierto que hablamos de una de las actuaciones más esperadas y posteriormente celebradas, pero no adelantemos acontecimientos. Al margen de consideraciones previas o reflexiones posteriores, horarios, presentaciones, repeticiones, descubrimientos o apariciones los triunfadores de esta edición fueron de nuevo los asistentes. Hombres y mujeres, experimentados o noveles, intrépidos o comedidos. Aquellos que una vez arribados a casa comienzan a pensar en el próximo año y promueven el festival recordando las horas frente a los escenarios, el jolgorio de la Virgen Blanca, la cordialidad del camping, el ambiente generado en el recinto, las carreras de los camarógrafos para poder captar alguna instantánea, los minutos de descanso en las zonas verdes, las birras compartidas con amigos que ves anualmente, los huidizos minutos para comer, las horas de bailoteo y parloteo, la implacable luz diurna y el fresquillo nocturno, los paseos, las euforias, los sosiegos, el griterío… el rock n’ roll. Eso es el Azkena, y al Azkena se va, como rezaba el lema utilizado en esta ocasión.

Llevamos unos cuantos años narrando nuestras sensaciones, y cada vez va siendo más complicado plasmar esas horas en unas pocas líneas, porque el catálogo de recursos se va agotando. Hoy podría ser uno de esos días, ya que la celebración de esta reciente edición nos ha dejado planchados. Pasan los años, aparecen más canas y aunque las ganas sigan intactas las fuerzas flaquean y las antiguas alegrías las debes administrar con cierta prudencia. Pero antes de continuar con el aspecto musical, hagamos un pequeño receso y hablemos de pequeños detalles que engrandecen al ARF. Los escenarios. Los recuerdos. Los homenajes. Si estos últimos años eran patrimonio de personajes del mundo musical que nos iban abandonando, este año sorprende la inclusión del malogrado Javier Ezquerro en uno de ellos, concretamente en el contiguo a la entrada, compartido con Greg Lake y bautizado como Love. Gran detalle y extraordinario epígrafe para recordar al cabeza visible de la promotora On The Road Music, uno de tantos defensores del festival. Su espíritu sigue presente gracias a un espacio que habría sido apuesta segura para Javi, así que presentamos convenientemente nuestro respeto. Hablando de, Respect era el apelativo elegido para hacer lo propio con Gregg Allman y Sharon Jones en el segundo escenario mientras el principal tributaba a Chuck Berry y a Chris Cornell bajo el distintivo God, clara alusión a la entidad de ambos y su indiscutible influencia en el panorama cultural

Nos personamos en la entrada el día fijado a la hora señalada, puesto que volvía a inaugurar el festival otra banda ganadora del premio especial Azkena en el concurso Villa de Bilbao: Fetitxe, cuatro tipos de Arrigorriaga que debían haber actuado en el segundo escenario, pero la baja de última hora de The Meteors obligó al cambio de horario y consiguiente traslado al anexo a la entrada. Tal vez esa circunstancia contribuyera a que unos cuantos realizaran una primera parada y descubrieran el rocoso y aguerrido rock&roll recogido en “Distantzien Artean”, asombroso debut donde despuntan los sonidos desérticos y las altas temperaturas producidas por osadas guitarras. Brazos agitados, rostros estupefactos y respuestas afirmativas a “Azal Lohia” o la propia “Distantzien Artean” fueron la tónica de una intervención que obtuvo buena calificación. Sabíamos que aprovecharían la oportunidad, y nos acercamos al escenario principal donde estaban los británicos The Godfathers, y aun variando en estilos y generaciones las vibraciones se conservan parecidas. Brazos al viento, alborozo y dado que hablamos de los padrinos, múltiples coros por parte del público en “Cause I Said So” o “I Want You”. Antes de finalizar la función abandonamos el lugar por dos motivos a tener en cuenta: debíamos cargar la pulsera de la discordia (de la que más adelante hablaremos) y dirigirnos al escenario iluminado por tímidos rayos de sol donde actuarían los gasteiztarras The Soulbreaker Company, a los que ya sólo les falta por pisar el escenario principal. Algún día lo lograrán.

Ahí estábamos, frente a frente de nuevo, y van… Ni lo recuerdo. ¿Qué más da? Una formación que no logras entender por qué no tiene más repercusión, ya que su compacta discografía debería ser el salvoconducto necesario para estar en un pódium virtual, pero no se desaniman, no arrojan la toalla, y recientemente graban “La Lucha”, un álbum de progresivos argumentos e implícito titular. Perfectos como siempre. Serenos, inquietos, equilibrados y apasionados muestran al público su cancionero sideral, la psicodelia instrumental y los ritmos envolventes de “Albertiaren Malkoak”, hallan la tercera fase con dos guitarras barbitúricas en “Colours Of The Fire”, muestran el slide salvaje de “Many So Strange”, entusiasman con pulidos desarrollos en la épica “Oh! Warsaw” e implican al personal con “Black Wool Yarn”. Txus, vocalista de Arenna aparece un par de ocasiones y se despiden entre ovaciones. Intensidad, calidad, seguridad. Camino al avituallamiento teníamos dos posibilidades siguiendo un movimiento circular que nos devolviera al punto que acabábamos de abandonar, ya que los siguientes en subir al Respect serían King’s X.

Oteamos el horizonte y los primeros en aparecer son Tygers Of Pan Tang en el Love, así que la decisión no resulta comprometida. Una vez alcanzadas las primeras filas comprobamos que de la antigua formación solo figura uno de sus fundadores, el sonriente Robb Weir, mientras el resto de sus compañeros hacían todo lo posible por levantar a un público que no carburaba al ritmo de clásicos ochenteros-metaleros. Ante la indolencia de gran parte del respetable (nunca de los protagonistas) y las nubes artificiales del escenario emigramos con la reciente “Glad Rags” hacia el God donde estaban suministrando diversión con su pop edulcorado The Shelters, unos californianos apadrinados por Tom Petty (un paso más cerca). O al menos eso creíamos, porque al llegar ahí no se movía ni el tato, y eso que “Never Look Behind Ya”, “Rebel Heart” o “Gold” son canciones suficientemente bailables y coreables, pero por lo visto nunca llueve a gusto de todos (¡lluvia otra vez no, por favor!). Tras décadas de sólida alianza nos visitaba por primera vez el trío de Springfield, así que retrocedemos unos metros hacia el Respect para no toparnos con el tumulto y cumplir con una de nuestras X del programa. Puntuales salen a escena y se colocan en sus posiciones Doug Pinnick, Ty Tabor y Jerry Gaskill y arremeten con “Groove Machine”. Al contrario que los casos anteriores, el oleaje de manos y cabezas muestra a un público entusiasta encaramado a unas primeras filas de acceso restringido, demostrando que más de uno compartíamos vaticinio. Al contrario que el sonido, que por momentos adolece de claridad, se muestran solventes y profundos en “Flies And Blue Skies”, solemnes en “Pray” y efusivos en “Looking For Love”, aunque siendo sinceros no todos disfrutamos por igual, porque progresivamente parecía como si los ánimos se fueran desinflando y aprovechamos la circunstancia para cumplir unos minutos con Crank County Daredevils. El concierto estaba en su tramo final, sin embargo la gente continuaba en estado de enajenación con la actitud retadora de los chicos, las bravatas guitarreras de Rory Kelly y Adam Stevens, el poso sleazy y los alaridos cavernícolas de un Scotty metido tanto en el papel que acabó lesionado y por lo visto han tenido que suspender el resto de la gira. Arrogancia y actitud versus fatalidad.

Comienza el desafío. Una apurada marathon, ya que tenemos a Cheap Trick, Graveyard, Hellsingland Underground, John Fogerty y The Hellacopters. Buff… Y deberíamos comer algo, porque podríamos desfallecer. Bueno, mientras pensamos qué hacer nos aproximamos al puesto de vigilancia desde el cual tenemos una maravillosa perspectiva de Mendizabala. Desde que cortésmente nos saludaran (“Hello There”) hasta que nos desearan buenas noches (“Goodnight”) la aparición de Cheap Trick fue una continua gozada por la entrega de los oficiantes y los asistentes, recordando su anterior visita que no dudamos en calificar como maravillosa. ¿Superior…? ¿Inferior…? No lo sabría decir. Aquella fue la primera, y ya se sabe que la primera experiencia… Para colmo Robin Zander aparece con su impoluto uniforme blanco y calada gorra de oficial como si no hubieran pasado los años recordándonos que están “On Top Of The World”, exaltando a un auditorio que cantaba, botaba y batallaba por no ceder un centímetro cuadrado de su dominio. Aparte de sus composiciones hubo tiempo para recordar a Fats Domino (“Ain’t That A Shame”) o Velvet Underground (“I’m Waiting For The Man”) cantada por Tom Petersson. “Dream Police” y “Surrender” forman junto a la ya mencionada el radiante triángulo final de una formación que está presente por méritos propios en el Rock N’ Roll Hall Of Fame. Set completo, aunque deberíamos admitir que a ciertas horas los puestos de comida resultan tentadores.

Dudas razonables. Alternativas, dilemas, tentaciones. Lo correcto sería obedecer los estímulos, por lo tanto nos plantamos frente a los escandinavos en cuestión de minutos, impacientes por revivir su profundidad emocional. Ahora, ¿quiénes son? Ellos, evidentemente. Sumergidos en su esotérica esfera y psicodélica naturaleza: Graveyard, renovado cuarteto que afortunadamente volvió al circuito tras un corto espacio de confusión, y para ello nada mejor que volver a pisar Mendizabala. Hace cinco años coincidían en horario con Status Quo y ahora comparten espacio con sus compatriotas Hellsingland Underground. Bajo nuestra opinión, mantienen el mismo status. Sólidos, palúdicos, densos, firmes, potentes y cualificados abrieron la caja de Pandora calificando lo ocurrido como un éxtasis general con guitarras ardientes, cadencias sedantes y una desesperada voz en búsqueda de la armonía espiritual. “The Apple & The Tree”, “No Good, Mr Holden”, “Hard Time Lovin’”, “Uncomfortably Numb”, “Stay For A Song” con Joakim Nilsson iluminando la explanada con los destellos de la Gibson Memphis, “Magnetic Shunk”… Se despiden entre aplausos, alabanzas y peticiones reiteradas de retorno, pero no les volveríamos a ver. Un ritual ceremonioso, un oficio espectacular.

Tensión, ansiedad, inquietud. En breve saltaría unos de tantos perseguidos por la afición azkenera durante años, uno de los estandartes del rock&roll. Un tipo que ha escrito páginas de oro y tendrá coleccionados otros tantos discos dorados: Mr. John Fogerty. Poco más que añadir. Las pantallas gigantes y el fondo del escenario muestran imágenes acompañadas por el inconfundible sonido de la añorada Creedence, con especial recuerdo al festival de Woodstock de 1969, nombre del show que íbamos a presenciar cuando parte del público muestra su impaciencia. Según estimaciones de la organización a esas horas nos encontrábamos 17.800 personas de las que un porcentaje no superior al cero coma estarían a otros menesteres, ya que acercarse a posiciones intermedias era prácticamente una quimera. Suena de fondo “Born On The Bayou” y en segundos la batería de Kenny Aronoff coje el testigo. Comienza el recital. Los focos tornan hacia le figura del septuagenario y a partir de ese momento… Categórico, impresionante, un hombre de sorprendente vitalidad para su edad que pasó por Gasteiz cual Atila. Arrasó. Dominó y sometió a la masa con “Travelin’ Band”, emocionó con “Green River” (hubo quien posteriormente nos aseguró que había sido uno de los momentos más reseñables de su vida), recordó el viejo festival acompañado por un masivo coro con “Who’ll Stop The Rain” e hizo que por nuestros rostros asomara más de una lágrima con “Midnight Special”. Guitarras a cascoporro no sólo por modelos, que tiene unos cuantos, sino por la sociedad con su hijo Shane en “Keep On Chooglin’”, donde el vástago dio muestras de linaje y actitud sobre el escenario. Evidentemente la voz ya no es la misma, pero esas carencias atribuibles a la longevidad las suple con la entereza suficiente como para pedir el auxilio de un público sometido desde el principio, un público que a la pregunta de “Have You Ever Seen The Rain?” contesta airadamente. ¡No tientes a la suerte, John…! Que se oye a nuestro alrededor cuando una misteriosa bruma se cierne sobre nosotros… Falsa alarma. “I Heard It Through The Grapevine” nos había dejado minutos antes los propios de lucimiento personal de Bob Malone al piano, el señor Aronoff a la batería y el bajo de James LoMenzo y posteriormente “Fortunate Son” funcionó perfectamente como avanzadilla a la traca final que conformarían “Rockin’ All Over The World”, “Bad Moon Rising” y un “Proud Mary”, que muchos habrían alargado hasta la extenuación. Una lección de historia.

Una retirada a tiempo es una victoria, que mascullábamos, pues había sido una productiva jornada culminada con la magistral cátedra que aún estamos asimilando. Sin embargo decidimos alargar la noche, seguir los pasos de la mayoría y acudir al acto de conciliación con The Hellacopters. Su enorme logo nos guía hacia el apartado, y no tardarían demasiado en aparecer los chicos cubiertos con sus tocados. “You Are Nothin’” y “Born Broke” son el barómetro perfecto para comprobar la presión de una audiencia que debía flaquear a las dos de la madrugada, pero entusiasmada actúa ante el estupor de algunos paganos que nos rodeaban. Una réplica en toda regla a lo ocurrido el año pasado en cuanto a actitud, proceder y sonido, ya que si la actuación de entonces careció de watios, en esta ocasión el volumen utilizado es el apropiado para concluir una jornada sobresaliente donde la gente no paró de bailar y jalear un instante. Como muestra un botón: “The Devil Stole The Beat From The Lord”. Livianos intentos de crowdsurfing, dispersados focos de pogos, y otros centrándose en las seis cuerdas de Dregen mientras el resto de compañeros cruzan miradas aprobando la frenética actividad de una concurrencia que no decayó durante el tiempo en el que los suecos estuvieron ofreciendo la clase de espectáculo que esperas de ellos. Simple rock&roll. Recio rock&roll. El depósito comienza a marcar la reserva, pero debíamos esperar unos minutos y lanzar alguna mirada al cielo recordando a Robert Dahlqvist mientras la peña gritaba enfervorizada en “By The Grace Of God” y ver el molinete de Nicke Royale en el cierre de “(Gotta Get Some Action) Now”. Ya podíamos marchar. Ya podíamos descansar.

Horas más tarde despertamos con la sensación de haber vivido un día para enmarcar, y tras el reconstituyente desayuno-almuerzo, una duchita, unos minutos de relax y a la calle. Nuestro plan, el habitual: dar una vuelta por las inmediaciones, acercarnos a la Virgen Blanca y comida anual con parte de la banda, la cuadrilla, la hermandad, The Band. Risas, confidencias, chismorreos, más risas y como siempre perdemos la noción del tiempo. Hay que pasar por el albergue antes de ingresar en Mendizabala, así que debemos espabilar. Por ese motivo nos perdemos la actuación de SCR, a quienes vemos en el centro del escenario agradeciendo la asistencia. Lástima. Otra vez será. Teníamos diez minutos para ver cómo se comportaba Pat Capocci, porque Buck & Evans no se podían escapar, así que nos plantamos en la parte noble del God y presenciamos el arranque del austral que anteriormente había amenizado el mediodía de la Virgen Blanca con sus toques swing, tintes rockabilly y gestos camperos. Buena disposición (“Teenage Baby”), alegría, y aunque pidieran “One More Time” emprendemos el traslado al designado por nuestra parte como Ezquerro, ya que nos espera uno de esos momentos que teníamos marcados como imprescindibles. Los galeses liderados por Sally Ann Evans y Chris Buck venían de puntillas y salieron a hombros, demostrando temperamento, mostrando capacidad y presentando credenciales. Sus argumentos, una impresionante Strastocaster Robusta y Versátil, teclados precisos, voz sedosa y sugerentes melodías deferentes con la jerarquía de los doce compases. No fallan básicas como “Ain’t No Moonlight”, «Going Home», la sobrecogedora “Slow Train” que en directo alcanza cotas insospechadas administradas con soltura, el grito «Screaming» donde Sally demuestra su portentosa amplitud vocal, o la excelente versión de Otis Redding «I’ve Got Dreams To Remember». Serias posibilidades de retorno en un corto espacio de tiempo.

Tras recoger uno de esos obsequios que Mendizabala suele ofrecer, parada técnica pera repostar antes de un comprometido impasse. En el escenario Respect, Blodlights, más tarde Inglorious en el God y si resistíamos el envite, de nuevo al Ezquerro donde Psychotica recrearían su performance. La primera parada, la nueva aventura de Captain Poon. Bueno, esa novedad aludida es más una retórica que realidad (la sombra de Gluecifer es alargada), ya que cuentan con cinco discos y les contempla una década. Proclaman estar muy honrados por participar “in the fuckin’ better rock festival in Europe” antes de repartir a diestro y siniestro (“Wrong To Make It Right”) y conseguir los primeros remolinos entre el núcleo central de la audiencia. Percibimos ciertos desequilibrios, pero ellos siguen a lo suyo, al hard rock punkarra en esencia que alenta a la masa al delirio (“Lights Out”) y al meneo (“Roll With Me”), demostrando que los tíos se lo curraron desde el saludo inicial, porque sus rostros sofocados así lo atestiguaron. Siguiente reto: más próximos a la vertiente metalera, los multinacionales Inglorious (británicos con bajista sueco y teclista danés) claramente influenciados por la caterva de compatriotas del género con solvente vocalista, potentes guitarras, espaciosos teclados y contundencia rítmica. Como la lista es tan extensa y abarca décadas de los 70, 80 y 90, dejemos los nombres para otra ocasión y centrémonos en unos chicos que brindaron un más que correcto set a pesar de algún contratiempo. Con “Breakaway” o “High Flying Gypsy” salen a relucir las portentosas cuerdas vocales de Nathan James y en “Hell Or High Water” la exhibición corre a cargo de la banda en pleno. Ovación. Levantamos el campamento con urgencia para experimentar nuevas sensaciones con Psychotica, formación que tuvo el privilegio de actuar en Lollapalooza y llegaban al ARF como sustitutos de The Dead Daisies. Seamos sinceros. Habíamos estudiado un poco antes puesto que lo relacionado con el glam no es uno de nuestros puntos fuertes, sin embargo distinguimos el comienzo entre tinieblas de “The Awakening” y gracias a los coros de unos cuantos fervientes fans adivinamos que “Barcelona” sería su segunda pieza utilizada. Una más y hasta ahí la experiencia. Un descanso no vendría mal, puesto que el russ final podía ser, como el día anterior de considerables dimensiones.

Tiempo apropiado para abordar el problemático asunto de la pulsera cashless y dar carpetazo a una cuestión que creo desató las iras de una manera desmesurada. Se redujeron considerablemente las colas y la medida del envase exclusivo la podríamos calificar como otro gran acierto, desapareciendo con ello la incómoda alfombra de plástico y consecuentemente el pegajoso jarabe esparcido caducó. Problemas puntuales, al igual que quejas y sugerencias seguro que habrá, ya que hablamos de una cuantiosa aglomeración, pero eso ya es otro capítulo que compete a la organización. Una vez aparcado el tema logístico (baños y aseos merecedores de aplauso), rápida mención al apartado Trashville al que aun queriendo no pudimos acceder debido a la apretada agenda y volvemos al musical de la mano de Michael Kiwanuka, a quien veníamos defendiendo desde que su nombre apareció entre los seleccionados, pero a esa altura la balanza se decantaba por Thunder. Malditas coincidencias horarias… No obstante, pudimos disfrutar unos minutos con la sinfonía psicodélica “Cold Little Heart”, el romanticismo de “One More Night” o el soul creciente de “Black Man In A White World” que era nuestra despedida. Debíamos salir veloces cual Cenicienta hacia el Ezquerro donde estarían a punto de salir Thunder. Siluetas revolucionadas, luces cegadoras y notas instigadoras gobernaban nuestra acelerada marcha hacia la zona de confort a la que llegamos con los primeros aplausos del respetable, aliviados cuando nos confirman que “Wonder Days” era su comienzo. El señor Morley blande su afilada Gibson V al cielo, Mathews armoniza su Les Paul, Childs y James sincronizan el compás y Bowes lanza las primeras salvas de “The Enemy Inside”, destapando el tarro de las esencias desde los prolegómenos y provocando una colaboración que poco decaería en los noventa minutos de actuación. “River Of Pain” es la primera regresión en la máquina del tiempo, la templada “Resurrection Day” es el giro preciso para recordar que tienen cuerda para rato y prácticamente sin respiro volvemos a coger la cápsula temporal con la emotiva “Low Life In High Places”, una plegaria que arranca tantos suspiros como ovaciones. Estábamos disfrutando con estos ilustres veteranos, y de repente escuchamos entre la muchedumbre un sorprendente ¡¡Alannah Myles…!! No te precipites, espera y verás. “In Another Life” arranca otro orfeón, un aluvión de brazos en constante movimiento y otros que se mantenían erguidos señalando el cielo. Sensual, maravillosa, coral. El vicioso ritmo “I Love You More Than Rock ‘n’ Roll” es el elegido para finalizar un compacto set que fue supervisando varias etapas de su trayectoria, pero no podían concluir sin una de sus composiciones más significativas: “Dirty Love”. Retumbó el “Love” con el nah, nah, nah,nah…

Previo paso por el escenario principal donde retornaría Chis Isaak, damos un garbeo por el segundo armazón para analizar las estructuras, las dimensiones y el espacio. Para volar con Union Carbide Productions. No era la primera vez que Ebbot Lundberg visitaba Euskadi o el Azkena, donde ya participó con TSOOL, pero era una ocasión especial porque junto a sus antiguos compañeros de Carbide actuaba de forma exclusiva en la península. Al igual que los anteriores, ilustres veteranos resucitados que por motivos más que evidentes no atendimos en su totalidad, pero todo ello lo solventamos en una potente parte final donde justificaron su vuelta con su propuesta flemática, sus estridentes arrebatos y el torrente protopunk de un viejo presbítero vikingo. Como si estuviéramos en un casino de Las Vegas aparece con tratamiento estelar el californiano, brillando en la oscuridad gracias al traje de luces que porta y a la inestimable ayuda de un foco que hace el resto. Elegante, seductor. Atrevido. Acompañado por sus leales camaradas, o como él afirma “su familia”: Hershel Yatovitz (sustituto de James Wilsey hace más de dos décadas) a la guitarra, Rowland Salley al bajo, Kenney Dale en la batería y los teclados de Scott Plunkett más las percusiones de Rafael Padilla. Su concurso arranca con “Beautiful Homes” y a partir de entonces Chis Isaak manejó a los espectadores con guiños, sonrisas, muecas, expresiones corporales o discursos jocosos que soliviantaban los ánimos y provocaban el mismo frenesí que “Two Hearts” interpretado desde la valla de protección junto a Yatovitz, o un cashiano “Ring Of Fire” sustentado en unos teclados celestiales. Con la piel de gallina tras el paréntesis melancólico-sentimental de “Blue Hotel” y “San Francisco Days” dispone al público con el universal “Wicked Game” y el característico falsete que acelera corazones, remueve conciencias y anima al consuelo, e irradiando carisma a mitad de camino entre entertainment y crooner en “Oh, Pretty Woman”. La peña proyecta hilaridad, disfruta, y baila sin escrúpulos cuando se marca otra revisión, esta de Flaco Jiménez en un chicano efectista en “La tumba será el final” y cerrando esta terna de versiones tantea el terreno con James Brown y “I’ll Go Crazy”. Aunque al contrario que la inmensa mayoría se nos estaba haciendo un poco largo puesto que las fuerzas iban decayendo, había que repostar y quedaba el asalto final.

Faltaba la guinda al pastel, restaba el ritual. Faltaba reunirnos con una formación legendaria, arrolladora, extravagante, férrea, benigna, escalofriante… Conocida la disposición que adoptan en escena optamos por acercarnos al flanco contrario al habitual, ya que en los minutos previos parece más deshabitado y de esa manera podríamos captar alguna instantánea de Billy Duffy. El lugar se empieza a poblar de seguidores tan o más deseosos que tú y esas privilegiadas posiciones minutos antes soberanas son ocupadas progresivamente hasta conseguir una digna imagen para esas horas de la madrugada y después de dos imponentes jornadas. Una imagen acorde al festival y al rango de The Cult. Las notas inconfundibles de “Wild Flower” truenan y las miradas convergen en un punto. La icónica silueta del rubio guitarrista se apodera de Mendizabala y estaría casi por asegurar que en ese preciso instante todos sentimos el mismo estremecimiento. Un bendito akelarre, una jodida barbaridad que mantuvo en estado de levitación al personal con misivas como “Rain” o “Dark Energy” o la inimitable sincronización de pie, pandereta y cabeza de Ian Astbury en “Peace Dog”. Marca registrada e inapelable coral. Breve apunte: ¿Fue una ilusión personal o se coló en el estribillo una irónica interjección conocida por los aficionados del ARF? Paranoias aparte, los señores Duffy y Astbury brillan con luz propia, pero no le van a la zaga los señores Tempesta (tempestad en platos y timbales), Fox (everything man, Astbury dixit), y Adams administrando los tiempos. AB SO LU TA MEN TE rendidos ante la grandiosidad de “Sweet Soul Sister”, la enorme capacidad vocal, la planta y el aliento de un chamán aturdido en “Deeply Ordered Chaos”, exaltado en “Fire Woman” y el cariz de su inseparable compañero, un hombre tal vez infravalorado que siempre imparte una master class de elegancia y pulcro manejo de la guitarra con solos estratosféricos y riffs que pertenecen a la historia del rock, hostigan (“Lil’ Devil”) o doblegan (“G O A T”). El cierre del concierto, jornada y festival debía ser apoteósico, y fue un embrujo, el delirio, descomunal con la multitud talkin’ about love… Cuando de repente… Look out, here she comes, look out, here she comes… Es una adictiva espiral, es “Love Removal Machine”. Es el Azkena y al Azkena se va.