Concert for Bangladesh, de Harrison a Salaverria | GR76


Viernes 8 de enero de 2016 en Kafe Antzokia, Bilbao 

Nada podía fallar. Todo apuntaba en una misma dirección dado el tributo, la causa y el enorme efecto que estaba provocando una reunión de indudable categoría, que, al igual que la original, tenía como razón de ser la solidaridad. El corazón. Seguramente el Banco de Alimentos de Bizkaia recibió una buena ayuda económica para continuar con una labor encomiable, y tal vez nos tengamos que trasladar 44 años para entender un poco mejor el porqué de estas convocatorias. Quizás el ser humano todavía no haya aprendido de sus errores, o puede que el error sea un mal endémico de la sociedad, ¿quién sabe…? Mejor si nos centramos en las guitarras, no vayamos a convertir esto en un análisis político-económico-social. Cuando Ravi Shankar se acuerda de su amigo George Harrison para paliar la penuria por la que atravesaban sus compatriotas, seguramente no imaginaban que estaban escribiendo parte de la historia no sólo musical, sino social, y consiguen reunir en dos jornadas a 40.000 almas en torno a Bob Dylan, Leon Russell, Billy Preston, Eric Clapton, Ringo Starr y otros (McCartney y Lennon declinaron la invitación, uno porque veía demasiado precipitada una reunión de los Fab Four y otro por no tener la deferencia con Yoko Ono) en el Madison Square Garden, convirtiendo el acontecimiento en una especie de santo grial para esa generación, el espejo donde otras venideras fijarían su mirada. Nueva década, nuevos planteamientos, nuevos horizontes, mismo destino. Las canciones de Harrison y Dylan marcan el guion, persiguen la meta y realizan con gran éxito el primer gran concierto benéfico de la historia.

La noche prometía y el cielo se unía, sollozaba de alegría. No podemos ocultar que la fecha nos causaba cierto respeto e inquietud por todo lo que le rodeaba, por la expectación creada, por la necesaria colaboración con el Banco de Alimentos de Bizkaia y porque a cambio de nuestra aportación un nutrido grupo de músicos nos obsequiarían con el Concierto por Bangladesh. Nadie debía faltar. Debían llenar. Llenaron. Triunfaron y los rostros tanto de participantes como de asistentes reflejaban satisfacción, alegría, agradecimiento, emoción. Uno se afana en describir las sensaciones que transmite un concierto de rock&roll, y cuando se enfrenta al negro sobre blanco en ocasiones está en blanco. Hoy es uno de esos días. Partiendo de la base que las palabras (mis palabras) nunca estarán al nivel, reconozco que llevo demasiado tiempo asimilando la magnitud y elegancia de un maravilloso encuentro entre pasado y presente, pensando el tratamiento, la redacción, el sentido. ¿Cómo lo abordamos? Intuyo que algunos asistentes podrían entender tanta duda. Es algo más que rock&roll, más trascendental quizás, hasta podríamos llegar a catalogarlo como místico, y tal vez lo más razonable sería detallar lo acontecido sin mayores pretensiones. ‘No podremos tocar más, sabemos que es un concierto corto’ (Jokin dixit), pero suficientemente intenso, que personalmente añado.

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La suerte estaba echada, y sólo quedaba por comprobar si las largas horas de ensayo que habían soportado los últimos meses daban su fruto. Muy buenos músicos, algunos buenos amigos desde la adolescencia, forman o han formado parte de diferentes proyectos y la agradable sensación de experiencias ya vividas (Mike Farris) se acumulaban en mi mente cuando entramos en un recinto que desde los primeros minutos presentaba una imagen fenomenal. Como era de esperar se había agotado el papel y las primeras filas comenzaban a estar tan concurridas como un escenario que se vestía de gala para la ocasión. Un haz de luz ilumina un pie de micrófono al que se aproxima Jokin Salaverria (ideólogo de tan magno acontecimiento), y tras agradecernos presencia y apoyo, la figura de Ravi Shankar es recordada por el sitar de Gorka Huarte y las tablas de Ander Cisneros, que deberían haber tenido mayor atención por parte de un público un tanto displicente a la hora de valorar el esfuerzo y el espíritu del momento. Sin embargo fue una isla en medio de un océano bravo y sutil, poderoso, sosegado, profundo, con tsunamis ocasionales, como el inaugural “Wah Wah” interpretado por Dani Merino que más tarde repetirían cerrando una velada que sonó sólida y carente de acoples, con lo cual, mención y reconocimiento para los encargados del sonido que tuvieron que resolver verdaderos problemas de álgebra con los ¡¡¡26!!! músicos que participaron. Alfredo Niharra sería el encargado de continuar con en el melodioso y coral “My Sweet Lord”, siguiendo con Harrison y el magnetismo de “Awaiting On You All”, aumentando progresivamente la temperatura del local.

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Nadie abandona su espacio. Todos observamos cuasi atónitos un extraordinario ejercicio de respeto, una muestra de gratitud hacia estrellas del firmamento internacional oficiada por otras tantas de una escena local pocas veces valorada, otras tantas arrinconada. Una escena que al menos por nuestra parte seguirá teniendo el apoyo que merece, porque si algo caracteriza estos últimos años a Bilbao y Bizkaia es la calidad de las bandas, la cantidad de propuestas. Pandereta en mano Sara Iñiguez entona “That’s The Way God Planned It» al que se suma en un majestuoso duelo vocal Inés Goñi, cuando logras asociarte en la inmensidad del universo metafísico con estrellas varias, con ángeles, con seres fundamentales, los mismos que Saúl Santolaria recuerda en un “It Don’t Come Easy” casi celestial, donde se oye algún grito furtivo de ‘¡Aupa Ringo!’ y entonces recordamos a los bateristas de la sesión: Lázaro Anasagasti y Natxo Beltrán. Una ocasión especial requiere un análisis de similares características, y ya que regularmente hablamos de bandas, hoy lo hacemos sobre un grupo. Acudimos a conciertos, y esta vez nos dirigimos a una ceremonia. Si la original fue la primera aparición en público de Harrison tras la disolución de Beatles, probablemente fuimos testigos del debut como vocalista principal de Jokin Salaverria en “Beware Of Darkness”, una de las sorpresas del día, uno de los momentos singulares. Y esa exhaustiva revisión de lo sucedido nos lleva a una incendiaria “Jumpin’ Jack Flash” unida a “Young Blood” por medio del saltarín, retador, intrépido y activo Miguel Moral. Sólo movemos pies y brazos. El entusiasmo es total, y nos adentramos en la intimidad de la acústica con una motivadora “Here Comes The Sun” soberbiamente interpretada por John Franks, Álvaro Segovia y Josu Aguinaga, donde se adivinan cánticos y alborozo del respetable. Emoción. Devoción. Conmoción. Nos acercamos a la poesía del señor Zimmerman y “Blowin’ In The Wind” con el aporte de Jokin y un bilbaíno nacido en Philadelphia, ‘My brother from another mother’, como le presentó: en la armónica Jonny Kaplan, un tipo extraordinario que volvió a demostrar su simpatía y compromiso. En realidad todos rayaron a un nivel espectacular, pero hay que tener en cuenta que el señor Kaplan venía de la otra parte del charco y casi tuvo que suplicar para participar (dicho por él), era una obligación moral. Agradecidos por todo ello pueden estar The Fakeband, que por unos minutos se convirtieron en la banda de acompañamiento del caballero en “It Takes A Lot To Laugh, It Takes A Train To Cry”, una arrebatadora “A Hard Rain Is Gonna Fall”, y “Just Like A Woman”, otra de esas composiciones que tienen la virtud de robarte un trozo de corazón.

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Un reloj tirano nos recordaba que esto estaba llegando a su fin, y las permanentes muestras de goce y disfrute irremediablemente más temprano que tarde concluirían, pero aún quedaba algún dulce para el paladar. Si algo tenía claro antes del concierto era en quién recaería “While My Guitar Gently Weeps”, ejemplo empírico de composición épica, una melodía desgarradora que aúna gozos y sollozos, momentos tántricos y algún que otro terrenal. No podía ser otro, Debía ser Gonzalo Portugal. Un tipo que se defiende perfectamente con las cuerdas vocales, pero si hablamos de las seis de la guitarra… Uff, extraordinario, inmenso, vibrante, gigante. Abismal. Había que mantener una armonía entre todos los colaboradores resultando obvio, como dijo Jokin, que el orden de las canciones no era el ya conocido, y los envites de unos y otras se impulsa con la inestimable profundidad del hammond de Alex Blasco, el piano de Diego LasHeras y una radiante sección de viento formada por Juan Feijóo (saxo tenor), Willy “Kalambres” García (saxo alto), Fernán Gerrikagoitia (trombón) y Gorka Carralero (trompeta) y el majestuoso feedback de “Something” reina en Antzokia. Al micrófono, otro tipo espectacular, y van… Iñigo López deja el set de los coristas que había ocupado hasta el instante y que por momentos parecía la Gran Vía, demostrando una vez más que cada uno aportaba talento y esfuerzo a un proyecto que debe ser vivido, un proyecto que terminaba con la calidez vocal del propio Iñigo“Bangladesh”, como no podía ser de otra manera. Sensacional, maravilloso, una noche donde las lágrimas se mezclaban con gotas de sudor, y un continuo escalofrío recorría la médula espinal, un día que desaparecía de nuestros ojos y permanecerá por mucho tiempo en nuestras mentes. A partir de este momento muchas cosas podrán suceder, pero podemos decir orgullosos que estuvimos allí, que revisitamos un “All Things Must Pass” que supo a gloria y volvimos a enchufarnos al “Wah Wah” en armonía total. El éxtasis, el fin de fiesta. Nada podía fallar. 

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