
Resulta paradójico que durante décadas las discográficas hayan estado empeñadas en crear personajes que rentabilizaran sus inversiones con momentáneos éxitos o que emularan estéticas, sonidos o estilos de otras bandas, y algunas de esas disqueras han terminado ahogadas en un mar de narcisismo cuando en la actualidad podemos disfrutar de una extensa variedad sin la necesidad de fabricar un Frankestein. Bandas, formatos, propuestas, condiciones… Hoy es diferente. Hoy no se persigue esa inmediatez. Hoy en día el mecenazgo y autogestión son unos recursos demasiado utilizados por infinidad de bandas, ya sean noveles o veteranas, europeas o australianas. Se intenta como mínimo grabar, dejando el capítulo de la distribución en manos de la fortuna. Tal vez el negocio esté dando sus últimos coletazos, pero muy difícil será acabar con el rock ‘n’ roll, y seguiremos teniendo la posibilidad de ver nacer y crecer gente dispuesta a encontrar su camino, seguiremos acudiendo a las salas, seguiremos alimentando la pasión. Seguiremos la pista de unas cuantas bandas que van asomando por GR76, y otras que se van sumando, como Dingos & Flamingos. Hoy es el día que hablaremos sobre ellos.
Hablaremos sobre “Bilbao Sin City”, el álbum sacado a fuerza de voluntad con el que llevan recorridos unos cuantos locales en su mayoría bizkaitarras y que secunda a su ópera prima, el EP editado el año pasado “The Legacy Of The Seven Sinners”. Es curioso, somos prácticamente vecinos aunque varias estaciones de metro nos separen, hasta hace unos meses no habíamos coincidido y nuestro conocimiento se basaba en alguna canción escuchada de forma casi testimonial, por un interés que vaya usted a saber por qué se diluyó cual azucarillo. Sin embargo aquí estamos dispuestos a enmendar el error. Seis tipos de Uribe Kosta que viajan de costa a costa americana con sus guitarras e interiorizan en los sonidos que emergen de las áridas tierras californianas, los humedales de Louisiana o la amplia estepa tejana bajo la perspectiva del término outlaw, dejando evidente esa inclinación desde las primeras notas de “Dingos Circus”. Temperamental saludo de bienvenida a ritmo de áspero rock&roll, donde la personal voz de Raúl y unas poderosas guitarras sugieren tu atención continuando su protagonismo en “Sexin’ The City”, transgresor impase que explora su lado más salvaje mientras la sutileza de los doce compases aparece con “Deathlover”, sugerente oda donde Jon, Luis y Aingeru ofrecen gran variedad de espacios compaginando labores a las seis cuerdas e Iñigo y el otro Jon, el de las cuatro cuerdas, mantienen un ritmo preciso y constante. Llegamos al ecuador sobrecogidos por la calma tensa de una emotiva epopeya como “Next To You” y la profundidad de “Lost Souls”. Dejamos la serenidad. Nos introducimos en la solidez, la visceralidad de dudas existenciales, la utopía real de la existencia… ¿Demasiado trascendental? No sé, es únicamente mi sensación. Es “Church Of Satan”. La oscuridad, la luz reflejada en una armónica audaz. La eterna cuerda floja donde diariamente hemos de hacer equilibrios. La aportación de Ian Mason (The Wizards, Knives), que junto a Haritz Lekter (Cobra, Osso…) en “Sexin’…”, convierten esas colaboraciones que se anuncian como especiales prácticamente en esenciales. Fundamentales. Y los bravos slides de “Daddy’s Little Girl” despiden un disco homogéneo dejando un buen sabor de boca, donde los sonidos retadores y ritmos pecadores permiten adivinar caminos que denotan la amplitud de una banda en proceso de crecimiento con sólidos cimientos y ópticas diversas que dan carácter a un cancionero calzado con botas de cowboy, aroma a bourbon y acústica de garito pendenciero, sudoroso rock n’ roll con alma y convicción. Rock ‘n’ Roll can never die, que diría el viejo Young. No les pierdas la pista.
Con «Whiskey Bottle Blues» se presentaban en sociedad