Mary Rockings: “II” | GR76


Si su primer lanzamiento fue un aldabonazo en toda regla, su segunda parte no le va a la zaga. Segunda parte porque cronológicamente resulta obvio e indiscutible siendo, además, el escueto encabezamiento por el que han optado. En aquel entonces, Mary Rockings se presentaba tal y como sospechábamos, sin trampa ni cartón. Teníamos más o menos conformada una idea sobre su planteamiento dadas las procedencias de sus integrantes, y aunque siempre quepa la posibilidad de caer en arbitrarias hipótesis, la vista, el oído y el olfato coincidieron. Hubo quorum. Se podría decir que dimos en la diana o, mejor dicho, ellos dieron en la diana porque ofrecieron siete canciones de frenético y rebelde rock and roll con varias extensiones o puntualizaciones. Al fin y al cabo, rock and roll, lo cual no quiere decir que rehuyamos los apelativos que, de alguna manera, y dicho sin ánimo de entrar en controversias, cercenan con frialdad y en ocasiones con frivolidad objetivos e intenciones. Pero que no llegue la sangre al río, que aquí también recurrimos a las tan manidas etiquetas habitualmente. Respecto a Mary Rockings, su postura más relevante es el recio, decidido e instigador rock, si bien hay cabida para otras muchas componendas en las que las guitarras se abren paso entre la densidad métrica o entre las arriesgadas entonaciones de un micrófono principal que, en este caso, es propiedad de Kepa Arrillaga.

Las guitarras siguen en posesión de Jaime Tejedor e Iñigo Díaz de la Campa, y tras ver el videosingle “Gotas de Agua” que anunciaba el elepé y realiza Refresco.tv, hemos comprobado que en hay nuevas caras (que tan nuevas no son porque se trata de tipos conocidos de la escena local) en los puestos de bajo y batería: Oskar Sánchez y Víctor Mayorga respectivamente, compatibilizando el bajista tareas de producción y masterización junto a Jaime Tejedor e Iñaki ‘Uoho’ Antón. Una vez presentados los protagonistas de esta reválida de la Mary, demos paso a la acción. Hablemos del contenido. Hablemos de diez canciones que no dejan títere con cabeza dado que los ritmos son demoledores y los recitados, en consonancia. Obstinados, ácidos o insolentes cuando se presenta la ocasión, algo que ocurre (o nos parece que podría ocurrir) en “Oveja Negra”, un rock ‘n’ roll de la vieja escuela donde se cuelan tres colaboraciones de relumbrón, pues se trata de tipos de la talla de Aiert Erkoreka, Miguel Colino y Edorta Aróstegui. Si necesitaras más información sobre las andanzas de los aludidos, nada más sencillo y productivo que bucear en la inmensidad informativa que tienes frente a los ojos. Nada más sencillo y productivo que despejar la mente procurando encontrar la “Buena Suerte” a continuación, algo que no dudamos suceda escuchando atentamente la susodicha pues sus altas temperaturas, incluso el tenso sosiego central, funcionarán cual resorte activando tu aparato locomotor.

No hay duda, no hay escapatoria y, por el contrario, son bastantes los alicientes para continuar desmenuzando esta entrega que pellizca como dicen en “Balas Perdidas”, parábola convertida en canción, canción erigida en prédica que insiste, reclama, y en cierta manera se alimenta en su montante sonoro de ecos pretéritos que giran en torno al acreditado rock urbano cuya denominación en la actualidad ha sido absorbida y, dependiendo de testimonios, mancillada por nuevos movimientos que poco (o nada) tienen que ver con el rock. No importa. Seguiremos la profunda huella del rock y la impronta de sus representantes around the world, sean de Malmö, Melbourne, Memphis o del mismo Bilbao, precisamente la cuna de esta gente que no solo se limita a gritar a los cuatro vientos “Arde”, ya que son ellos mismos los que producen el fuego con su proceder y quienes no quieren que la llama se apague. Una gente que apunta y “Dispara” con suma precisión explotando consagradas técnicas como el universal rhythm and blues, o que se muestra “Meteórica” presentando sus credenciales con orgullo y sin contemplaciones, impulsada por el eufórico hard rock que zumba al volumen once. Una gente que asegura tener “Mil Defectos”, que, dicho sea de paso, nadie se salva de tenerlos, porque es un hecho tan incontestable como la consistencia rítmica de “Adicción”, un estruendo de sangre caliente y pulsaciones similares a un solícito “Dímelo” que parece pedir una réplica, un perdón, un guiño de complicidad o un simple veredicto.

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