El destino, o más bien el albur, es caprichoso. Taciturno, testarudo o sensible como la materia, como nuestro tránsito por esta incógnita llamada vida. Curiosamente, algunas de estas nociones están presentes, o al menos bajo nuestro punto de vista, en la reciente tentativa de un artesano pendiente de libros y melodías, de novedades y retrospectivas, de acústicas y poesías y por supuesto, de la vida: el andaluz Antonio Hernando. Un hombre que, después de conquistar nuevas haciendas con su anterior y excelsa obra, retoma el pulso a su narrativa bajo el epígrafe “Empiria y Laurel”, vademécum donde hilvana con tiento un imaginario que se escucha como la música, se digiere como la palabra, sugestiona como el rock o fortalece como el roll. Ese es su campo de batalla, las armas que utiliza con suma precisión y sirven para sugerir o recapacitar. ‘Todos pretendemos ser muy cultos y el sabio más sabio envidia al necio’ que dice “Lisérgico Síndrome Disidente”, uno de los doce capítulos contenidos en un trabajo en el que podrían comparecer hadas o genios, pero prevalece el ingenio y creatividad del señor Hernando rodeado, eso sí, de un elenco de artistas de primer nivel. Hay numerosas colaboraciones, bastantes personas que han arrimado el hombro, e imaginamos que la experiencia de contar con la sapiencia de unas y otros habrá sido gratificante, porque el disco les ha salido redondo. Visualmente, una obviedad, que alguien mascullará. No obstante, debemos ir más allá. Debemos remover, debemos asimilar, debemos profundizar.
De esa manera y en este caso, descubriremos rompecabezas y hasta peliagudos puzles de incontables piezas, así como varios indicios sobre su dilatado repertorio de referentes en todos sus frentes. En el artístico, en el ideológico o en el espiritual, que bien mirado, conforman un enigmático triángulo que artistas de toda índole perciben. Ahí están, sin ir más lejos, dos signos representativos como el laurel que es algo más que una simple planta aromática. Es un cañón de elipses y esferas, una raíz escoltada (sintomática ilustración, por cierto) por una empiria alcanzada, entre otras cuestiones, por una paternidad que posiblemente haya contribuido a la creación del álbum. Sirva como ejemplo más palpable “Simón”, canción de evidente dedicatoria, solemne ambientación con precisos vientos y angelicales coros o vivificantes versos que clarifican el actual estado emocional de Antonio y sin duda, de Meri Moon. Musa, madre de la criatura e inseparable compañera del jienense en su proyecto común tanto en fondo como en forma, pues sus caminos se bifurcan, comparten objetivos y con toda probabilidad personifique alguna evocación también. ¿Podría ser “Estás en el Menú”, el eufórico rock and roll que ejerce de aurora? Puede que sí, puede que no, puede que sea un mensaje en una botella o meras especulaciones, pero su absoluta diligencia aviva las sospechas. Fuera como fuera, el comienzo es alentador siendo, además, la excusa perfecta para continuar con la audición de este conjunto musical de sentidos y sentimientos, de alusiones e ilusiones. De seducciones que concurren en las verdes praderas asturianas donde grabarían en el estudio ACME con Miguel Herrero, otro aliado que se multiplica en labores instrumentales y en la minuciosa producción.
Su anterior entrega nos dejaría un grato recuerdo y dulces sensaciones, pues contenía abundantes alternativas y unas cuantas alternancias más. Era sensual, era mordaz, distendida, romántica, nostálgica, vehemente o metódica, generándonos una pregunta atrevida y retorcida a la vez. Una pregunta que, tal vez, pueda responder “Material Sensible”, canción que, sin desempeñar el papel de single principal, sintetiza el ánimo de un disco en el que Hernando se recrea en los sonetos, en el detallado caudal de recursos sonoros y en la desbordante elocuencia gramatical esgrimida. Razón más que suficiente para venerar su verbo y, cómo no, sus reflexivos abismos que, en esta ocasión, encarna el escalofriante final “El Desastre” cortando la respiración a pesar de un oxigenado “oh, oh, oh, oh’ que adquiere astronómicas dimensiones y se repite en el subconsciente sin cesar. Ese es el valor del rock. Esa es la transcendencia de instantes concisos que perduran en el tiempo y tienen la virtud de surgir cuando son necesarios o cuando son requeridos por fuerzas sobrenaturales. Algo similar había sucedido anteriormente en la serenata campera “Debe ser así” que trasporta a lugares recónditos e incita al desahogo circunstancial, en la orgullosa “La Última Carta de Jim Croce” que, de alguna manera, nos sitúa en un condensado club de Broadway refrendando aún más en la capacidad camaleónica del autor, o en la ya mencionada “Lisérgico Síndrome Disidente” que descubre elixires y fragancias índicas debido al sitar, el dilruba o la tabla de los señores Víctor Manuel Cabello y Tino di Geraldo más el consecuente clímax psicodélico obtenido, demostrando así su atracción por la luz, el sonido y la distorsión que se abren paso entre escalas y equilibrios.
Ahora que mencionamos dos de los asistentes, en semejante situación se encuentran el solícito Hendrik Röver o el ínclito Carlos Vudú, la violinista Scarlet Rivera, el guitarrista Jamison Passuite o el saxofonista Dani Herrero más los coros aportados por Rafa Toro, Javier Vielba, David Llosa, Álvaro Laguna, Daniel Hare, Suso Díaz y Jaime Hortelano en diferentes fases. Si necesitara usted mayor información sobre sus respectivas hazañas, es un trabajo tan sencillo como enriquecedor. Tan solo podemos añadir que es una comitiva extraordinaria que indudablemente beneficia y, por lo tanto, las intervenciones son de equivalente evaluación ya que aportan conocimiento y salero a canciones que exploran la ruta americana, la Pérfida Albión o términos geográficos más cercanos que son la escuela del señor. La escuela un humanista que abraza con delicados relatos como el adelanto “Todo Nuevo bajo el Sol” que ha acaparado atenciones y provocado excelentes reacciones durante los días que su videoclip ha sobrevolado por órbitas cibernéticas. El claustro de un historiador, pues es un creador y contador de historias que no son más que viñetas de la propia vida y sus ciclos, sus pormenores y sus frecuencias tal como articula en la melancólica “Antes del Huracán”. El escenario de un rockero de raza que juega sus bazas inspeccionando las entrañas con la apremiante energía de “Saturno Devorado”, y el recorrido de un incansable aventurero que levanta el vuelo con “No Rainbow Without Rain”, la penúltima del lote que obligará a taconear a toda velocidad debido a su vertiginoso furor bluegrass. Un sencillo y sensato “Caballero Andante” preparado a cruzar barreras y salvar fronteras con un nuevo ejemplar cuajado de abrazos, parábolas, azares y realidades sobre sueños rotos, deseos cumplidos o esperadas esperanzas: “Empiria y Laurel”.
