Viernes 13 y sábado 14 de junio de 2025 en Bilbao Arena, Bilbao
Como sucediera el año pasado, el anterior o los anteriores, resulta bastante complicado recoger una imagen representativa o glosar con precisión todo el cúmulo de emociones experimentadas en el BBK Bilbao Music Legends Fest. Han sido varias, por cierto. Como las registradas en las ediciones que hemos tenido la oportunidad de presenciar. Para ser más exactos, las que se han celebrado hasta el día de hoy, tanto en su primera localización que sigue trayendo grandes recuerdos dado su atractivo entorno, la acústica del lugar y el excelente ambiente generado durante aquellos años, como esta segunda etapa en el multiusos de Miribilla. Por lo tanto, podríamos crear uno o varios histogramas sobre las ocho ediciones en todos sus aspectos. El técnico, el referente al público, a la producción, a la accesibilidad, a las zonas de recreo o abastecimiento, al económico, al artístico… Dientes de sierra. Bloques arriba, bloques abajo. Variedad cromática. En una de las necesarias pausas para tragar algún tentempié, charlábamos sobre todos estos asuntos con un buen amigo que, además, es un gran conocedor de los entresijos del mundillo musical debido a su ocupación. También hablábamos sobre los nombres de artistas que pueden salir a la palestra en las primeras reuniones, en las posibilidades, en las disponibilidades y en un sinfín de condiciones que desde fuera desconocemos así como en un resultado final quizá diferente al proyecto inicial. Es una labor tan complicada como narrar lo sucedido, tan ingrata como recibir críticas gratuitas.
De ellas nadie se puede salvar, eso es inevitable, y menos en el círculo vicioso en el que la sociedad está embutida en la actualidad. Vale, alguien puede pensar que nos estamos aprovechando de ello en esos momentos, lo cual es cierto y obvio a la vez. Sin embargo, nos gusta construir en vez de destruir. Huir del ruido, nunca del sonido. Actuar siempre con respeto evitando el sectarismo, y un buen número de organizaciones de similares características se han ganado el nuestro por su dedicación. ¿Que la calidad (siempre entrecomillada) de artistas decae con respecto a ediciones precedentes? Para gustos, colores. ¿Que el criterio adoptado en cuanto al plantel de artistas no convence? Idéntica respuesta. Ahora, no vayamos a ponernos una venda en los ojos. La afluencia de público este año ha sido menor, eso es un dato que no debemos silenciar o adulterar, pero ni mucho menos deberíamos menospreciar la madera de quienes intervinieron en la reciente edición, aunque la afición no respondiera como sus responsables esperaban. Indudablemente habrán coincidido una serie de circunstancias, desde la económica hasta el poder de convocatoria de los principales reclamos del festival pasando por situaciones personales, imprevistos de última hora o simplemente, ganas, pero lo cierto es que la disminución de espectadores ha sido notoria pese a contar con pioneros como Blue Öyster Cult o Errobi que bien, vale, de acuerdo, estos últimos no tendrán el tirón de los neoyorkinos, pero son una pieza fundamental en la historia del rock euskaldun.
El lineup del festival contaba también con verdaderas instituciones tipo Lita Ford o los siempre alucinantes Sonic Trash que día a día o concierto a concierto se superan, y eso que el listón está situado a una altura vertiginosa. Contaba también con más mujeres como la solista Patricia Reckles que acompañaba a los funkasticos The Cherry Boppers, la gernikarra Nerea Rute liderando la banda Ziraun, Marta Ruiz Perdiguero compartiendo liderazgo con sus compañeros desde el Hammond en el psicotrópico quinteto madrileño Sex Museum que, en estos momentos, celebra su cuadragésimo aniversario, o la blueswoman Samantha Fish que viene pegando fuerte desde hace tiempo. Hablando de blues, la presencia de Eric Bibb era una de nuestras equis más señaladas, porque no podemos prescindir de los diabólicos doce compases y hemos de reconocer que su inclusión nos seducía e imponía atención. La participación de los bizkainos Los Retros con su sólido rock and roll iba por mismos derroteros, siendo una propuesta pareja a la esgrimida por Colajets, representantes de la combativa margen izquierda. Bueno, en este sentido o mejor dicho, en este compuesto de recias guitarras y candentes ritmos, destacaban los hardrockeros The Dead Daisies que actuarían en Bilbao de forma exclusiva, lo cual era otro aliciente a sumar a los ya enumerados o a la combinación de veteranía y juventud por medio del multipremiado Alan Parsons que acudía con el denominado Live Project y unos descarados (en el buen sentido, claro) Head Holes que debían brillar en su ciudad.
Podríamos incluir, sin temor a equivocarnos, la actuación del afamado músico, productor, ingeniero y nosecuantascoasamás Alan Parsons en un hipotético grupo de históricas participaciones, ya que la gente disfrutó de lo lindo con el alto rendimiento de una banda donde todos, salvo el baterista Danny Thompson contribuyen en tareas vocales. A saber, el jefe, Alan Parsons a la guitarra y órgano, los guitarristas Dan Tracey y Jeff Kollman, P.J. Olsson, cantante principal y guitarrista, Todd Cooper, saxofonista, Guy Erez, bajista, y el organista Tom Brooks. Pues a ese inusitado ochote deberíamos añadir el fastuoso repertorio elegido, el nítido sonido y algunos extractos como la inconfundible y coreada “Don’t Answer Me” que aparecía en segunda posición dejando afónica a una audiencia que no dejaría de entonar los estribillos durante el resto de la actuación. En “La Sagrada Familia”, en “Let’s Talk About Me” o en una sinfónica “Day After Day” que seguía los mismos derroteros a todos los niveles, pues la gente seguiría entregada mientras los protagonistas esbozaban rostros de satisfacción al tiempo que ofrecían un extraordinario concierto cada uno en su parcela y los ocho colectivamente. Cuando acoplaron a “Prime Time” la eterna “Txoria txori” de Mikel Laboa, Miribilla se vino abajo. Bueno, más bien arriba porque fue ampliamente entonada por el auditorio. ‘Hegoak ebaki banizkio, nerea izango zen… Eta nik, txoria nuen maite…’ Momento estremecedor. Un momento mágico y emotivo. Un momento de esos que se quedan archivados en el disco duro por su determinante valor, al que tras la apoteosis de un público tan absorto como colaborador, seguiría en un espeluznante tramo final con “Eye In The Sky” (¿quién no la ha tarareado alguna vez?) y “Games People Play”, aunque personalmente nos quedaríamos quizá con la previa “Sirius” absolutamente demoledora que sonaba a gloria en un pabellón donde, entre otras actividades, se disputan partidos de baloncesto. En nuestra mente saltan los Bulls a la cancha y…
Y nosotros imitamos los movimientos de hombros de David, cantante de los incombustibles Sonic Trash que precisamente el día anterior rindieron a un extraordinario nivel. Bueno, como ya hemos apuntado anteriormente es algo habitual en ellos, algo a lo que tienen bien acostumbrada a su legión de seguidores porque su calidad es incuestionable y su conexión, total. Su gran característica. Salen a cañón y en sus funciones en vivo no dejan títere con cabeza. De principio a fin arrasan puesto que tienen un fantástico repertorio que pueden variar a su antojo y sin problemas. Elijan la que elijan, el público siempre saldrá remunerado, aplaudirá sus constantes embestidas con fervor, responderá activamente al contagioso ‘eho, eho’ de “Santo Tomás” y sacudirá los brazos al unísono en el espídico ritmo “Bilbao Speed City”. Acumulan muchas horas de escenario y muchos kilómetros a cuestas ya sea bajo esta denominación o al amparo de Ya Te Digo, el germen (no desistiremos en el intento hasta escuchar de nuevo “Nadine”) que les sirviera para hacerse un hueco en la pujante escena local. No ceden un ápice y ni lo hicieron en el Voodoo Child con descargas como la inaugural “Hey chica!”, el single “Gure Nights” que actualmente están promocionando, la enérgica “Harma Tiro Punk!”, el trallazo “Serendipia” que rápidamente se apodera del cuerpo, o poderosas ráfagas como “Cabronazo” que, de alguna manera, ejerce el papel de salvoconducto. Parte de sus credenciales. Estos tíos son unos jefazos, que dirían sus huestes, unas esponjas a la hora de atender, absorber y componer porque sus cabezas manejan múltiples variantes llevando el underground por bandera. Son unos tipos que se divierten y animan el cotarro y, sobre todo, Juanjo, David, Lander, Ekaitz y Danel son unos cabronazos.
Esta área reservada al producto local, el Voodoo Child, pintaba muy bien porque, sin pecar de bilbainismo, en el botxo y alrededores hay buena cantera. Desde que el Legends echó a andar en el Centro la Ola, una nutrida delegación del tan estimado kilómetro cero ha sido requerida por Dekker Events, organizadores del certamen y del ciclo embrionario Music Legends que lleva unas cuantas temporadas celebrándose en la céntrica Sala BBK bilbaína, si bien en esta segunda etapa la participación de bandas y artistas locales ha cobrado mayor protagonismo dado el propio espacio, el montante de bandas y por ende, el tiempo dedicado. Junto a los Sonic Trash, el viernes tenían su oportunidad Head Holes y Colajets que se vaciaron en dos ejecuciones plenas de rock and roll y actitud, algo que sabíamos de antemano sucedería, pero seguramente habría quienes desconocían o no controlaban demasiado sus ponencias y ya tienen formada su opinión. Los segundos fueron los primeros y los segundos, los últimos en subir al armazón. Dos ondas diferentes, un concepto compartido: rock n’ roll. Eso sí, con vínculos al punk, toques glam, poses post, guiños alternativos o vigor urbano. Aclaración: en este último caso, nada que ver con la interpretación actual del término. Los Head Holes demostraron que, pese a su juventud, se desenvuelven con madurez y tienen unas cuantas canciones como “Lost Inside”, “Hikikomori” o el ramalazo punkarra “Paul (The alien I maintained interesting conversations with while I was high as a kite)” que son dinamita, pura adrenalina. Un valor en alza.
En el otro lado de la balanza tenemos a unos Colajets más experimentados que mantienen la actitud de los inicios así como la estrategia musical que les ha acompañado estos años de brega e incluyen en los cuatro álbumes de estudio publicados hasta hoy. Creemos recordar que salvo uno de ellos hubo momentos para recordarlos, aunque su último “Cara o Cruz” publicado hace dos años fuera el más explotado con ejemplos como “Nada que Perder”, la titular, “Mentiras”, o su adaptación del clásico de Talking Heads “Psycho Killer” que suscitó una algarabía general. Se percibía el entusiasmo, tal vez por ser los encargados de inaugurar el Voodoo Child, tal vez por pasadas maniobras como “Tan Ricos”, por más recientes como “Marsie”, por los desplantes guitarreros o por el puntual empleo de la armónica por parte de Piti, su cantante, pero lo cierto es que la peña disfrutó con su rotundidad. Ya que nos metemos en el terreno de las versiones, tuvimos ración de la Creedence en la bienvenida y en la despedida por medio de Samantha Fish y los Dead Daisies, aunque no fuera difícil que estos no interpretaran alguna, ya que su última publicación está cargada de clásicos del rock. Les recordaron gracias a “I Put A Spell On You” (firmada por Screamin’ Jay Hawkins pero popularizada por la banda de los hermanos Fogerty) en el caso de la guitarrista y una “Fortunate Son” que supo a gloria minutos antes del adiós.
Sin duda, el blues es el origen, la base, el principio. Por lo tanto, nada mejor que iniciar las dos jornadas con la raíz desde la perspectiva contemporánea de Samantha Fish o con las líneas más tradicionales de Eric Bibb que a la postre, serían dos planteamientos que maravillaron a la gente reunida a primeras horas de la tarde. Dos aplaudidas representaciones. La de Kansas venía a Bilbao con la vitola de estrella en ciernes y el neoyorkino afincado desde hace años en Suecia, como regenerador del viejo blues. Eran dos artistas que teníamos entre ceja y ceja cuando supimos que participarían en esta edición, y vista la reacción de la asistencia, acertamos con los vaticinios. Para saludar a la gente, para calentar el ambiente y para dar un paso al frente, nada mejor que otra canción fundamental, “Kick Out The Jams” de MC5, versión que de alguna manera explica la fuerte personalidad de una mujer que finalizaría triunfando con una delirante “Black Wind Howlin’”. Cuando el río suena, agua lleva que dice el acervo popular y esta mujer demostró el porqué de su status actual. Robusta en la faceta vocal y precisa en su manejo de las seis cuerdas, se exprimió y desarrolló todo su potencial sabiendo que “Paper Doll” o“Lose You” en la que se lució con el bottleneck al igual que en “Bulletproof”, son impactantes canciones que causarían gran agitación en el gallinero. Garantía.
El bluesman Eric Bibb era el encargado de romper el hielo al día siguiente y… Hubo divergencias, mejor dicho, escuchamos opiniones de todo tipo. Hubo fuego, hubo hielo, hubo intención, atención y algunos abandonos también, pero nosotros íbamos predispuestos, salimos profundamente recompensados y quedamos prendados con la conjunción de sonido, mutuo respeto, pulcritud escénica y estremecimiento. Bueno, y con la profundidad de “The Ballad Of John Howard Griffin”, o la felicidad que transmite “The Happiest Man In The World” inspirada en su esposa, Ulrika Bibb, con quien más tarde abordaría una “Dance To The End Of Love” que inconscientemente podría ocasionar equívocos. La magnitud de una “Going Down The Road Feeling Bad” en la que el guitarrista Staffan Astner se lució (como en el resto del set) conquistando alabanzas y la sensible “Along The Way” brindarían la indescriptible sensación de paz que suministra el viejo y venerado blues que se multiplicaría a infinita excitación producida por otra versión, en este caso la ecuménica “Goin’ Down Slow” de St. Louis Jimmy Oden popularizada, entre otros, por el honorable Howlin’ Wolf. Blues is alright.
El guion decía que a continuación debíamos salir al exterior donde la banda gernikarra Ziraun estaba a punto de comenzar, y eso hicimos pero… El maldito sirimiri había hecho acto de presencia, y eso dificultaría que siguiéramos con normalidad las actuaciones programadas el sábado en el Voodoo Child, si bien es cierto que desde la distancia contemplamos tanto esta como los Cherry Boppers junto a Patricia Reckless, y a última hora, o sea, con Los Retros, la lluvia nos concedió una tregua. La imagen no dejaba de ser cruel para Ziraun, porque el hecho de saber que hay gente, pero que esa gente está guarnecida y que por desgracia puede ser una ocasión perdida, debe ser una experiencia difícil de digerir. No obstante, estuvimos frente a ellos unos minutos y apuntan maneras. Los Boppers tenían un escenario (en este caso nos referimos al contexto atmosférico) similar, ya que la cortina de agua persistía, sin embargo gozaron de mayor seguimiento quizás porque son viejos conocidos, tal vez porque su carismático groove o sus jugueteos con el soul, el funk y otras convulsiones bailables pueden actuar cual kriptonita para la molesta llovizna. Tal vez porque la clientela no podía rechazar vitaminados compuestos como “Black Lolita” que obliga a mover el bullate, o por maquinaria candente como “Let Me Dance” que exige esfuerzos equivalentes. Tal vez por “Scandal Time” que, como bien indica, sería momento adecuado para un escándalo mediado por pícaros vientos, trepidantes percusiones, ritmos sudorosos, una intrépida guitarra y voces instigadoras; o tal vez por el jolgorio que podría facilitar “Shake Your Soul”, cosa que sucedió convirtiendo la plaza en una brava y colorista marea de impermeables elevada a la categoría de tsunami cuando homenajearon a Sly Stone mediante “I Want To Take You Higher”. Una versión más.
Volviendo con Los Retros, gozaron, aparte de ese temporal paréntesis (el temporal llegó cuando abandonamos el Bilbao Arena) climatológico de una mejor ecualización de sonido, y probablemente el horario establecido entre Parsons y los Daisies podía jugar a su favor, pero… Lamentablemente la gente escapaba ignorando a los bizkainos, lo que no dejaba de ser una, si me lo permiten, solemne majadería porque practican un fresco rock and roll (“Dr. Rock & Roll”) heredero de ambos márgenes de la ría, aunque también cabe la posibilidad de ser afluente de caudales británicos, americanos o australianos (“Nuestro Secreto”). Un venenoso rock and roll que inmediatamente activa los sensores (“La Huída), catapulta extremidades (“Mundo Cruel”), manda mensajes (“El Árbol caído”) y produce momentáneos síncopes como el que suponemos ocurriría con el blues “Anoche hablé con Jesús” que no pudimos escuchar e imaginamos tocarían. Había que pillar sitio en el interior, así que debíamos desertar aunque no perderemos la oportunidad de recomendar una banda totalmente fiable en las distancias cortas que cuenta con integrantes de contrastada calidad como su cantante Daniel Merino, el guitarrista Ander Aparicio, el bajista Urko García Lete, el organista Iñigo Ortiz de Zárate, y el nuevo chico en la oficina, el baterista Iñigo Gil. Más mujeres a sumar. Lita Ford. Icono, leyenda, referente. Prácticamente estuvo una hora en el escenario principal y también combinó material propio con versiones como “The Bitch Is Back” de Sir Elton John o “Only Women Bleed” de Alice Cooper aparte de los consabidos, requeridos e inevitables tributos a las Runaways como “Cherry Bomb”, aunque en este caso no la deberíamos calificar como tal, porque es una de las fundadoras de una banda precursora. Una banda influyente. Venía acompañada por el tejano Patrick Kennison a la guitarra, el bajista sueco Marten Andersson más el baterista californiano Bobby Rock y demostraron pegada ofreciendo desde la preliminar “Gotta Let Go” un intenso show cargado de tópicos metaleros. Melenas al viento (“The Bitch Is Back”), guitarras en llamas (“Playin’ With Fire”), mástiles en formación (“Restless”) y el frecuente solo de batería (“Can’t Catch Me”) que levantó puños, espoleó aún más y provocó un buen guirigay en la zona en la que estábamos. Locura general.

El viernes cerraban la persiana los madrileños Sex Museum donde también hay representación femenina en la figura de Marta Ruiz y, además, acostumbran tributar a artistas de todo pelaje como ocurre con AC/DC y Beastie Boys en una personal fusión llamada “Smoke On The Party” (no hará falta explicar su procedencia) que es una auténtico espectáculo y una invitación al alboroto. Los hermanos Pardo (Miguel, el cantante y la voz cantante, el dicharachero Fernando), el bajista Javi Vacas y el baterista Loza completan una formación que, gracias a su constancia, se encuentra celebrando la nada despreciable cifra de cuarenta años en este complicado medio del rock. Solo por esa conmemoración había que presentarles nuestros respetos, y si, tras una alucinógena intro te sueltan de inmediato “Breaking The Robot”, intuyes que estás en el sitio correcto a la hora correcta. Los habituales y animados discursos del guitarrista se vieron reducidos por aquello del tiempo asignado, aunque pudo festejar que ‘¡¡Esta noche somos leyendas!!’ antes de azuzar con “Two Sisters” que puso al rojo vivo al escenario, levantó una cegadora humareda y encendió los ánimos de las primeras filas. Su imaginario musical es tan infinito como el horizonte (viene de perlas “Horizons”) y tan extenso como el desierto de donde precisamente reúnen nociones para imaginar varias de sus creaciones (“Red Ones”), pata fabricar sus píldoras adictivas (“Microdosis”), o para ir en búsqueda de algún oasis salvador que atenúe el brillo del sol (“Shine”). Ah, bueno. No podía faltar un clasicazo como “I Enjoy The Forbidden” donde, obviamente, el espaciotemporal se detuvo y el coliseo voló a la quinta dimensión. Pletóricos.
Previamente oficiaron los veteranos Blue Öyster Cult a quienes teníamos marcados en la hoja de ruta, porque pertenecen por méritos propios a la aristocracia del rock, porque teníamos un ligero presentimiento y porque, no lo vamos a negar, es uno de tantos y tantos conjuntos que están en casa y periódicamente recurrimos a sus conjuros. Porque nos atraen sus progresivas estructuras que te ponen las pilas tipo “The Red & The Black” que atronó como introducción de una representación en la que las imágenes y los recuerdos se sucedían en la mente con fraternales entreactos como “Before The Kiss, A Redcap”. Las siluetas de los jefes Buck Dharma y Eric Bloom eran perseguidas por miradas y objetivos mientras se creaba una atmósfera de inquietud y nerviosismo, ya que hablamos de unos tíos de dilatada carrera y reconocimiento mundial pese a no contar en sus vitrinas con glamurosos galardones. ¿Quién los necesita con canciones universales como “Godzilla”? ¿Quién discute que la sentimental “Tainted Blood” (no piense usted que se trata de una versión) tiene hechuras de hit? ¿Hay alguien en la sala que no se estremezca con la absorbente melodía de “(Don’t Fear) The Reaper”? Por no hablar del grado de reparación que puedes lograr al sentir los giros y desarrollos de la exuberante “Harvest Moon” (tampoco es una versión), de la convulsión corporal producida por la excéntrica “Hot Rails To Hell” o de la agradable sensación de tocar con la yema de los dedos el nirvana al escuchar en directo “Cities On Flame With Rock And Roll”, uno de sus considerados puntos cénit que curiosamente funcionó como tal. Euforia total.
Como ha quedado suficientemente demostrado, las covers han sido un hilo conductor y con ellas acabaremos, pero antes nos detendremos en unos ilustres como Errobi que se reunieron para conmemorar su quincuagésimo aniversario, y podemos asegurar sin temor a equivocarnos que realizaron un estupendo concierto que seguramente valdría para que personas escépticas o incrédulas cambiaran de parecer. Indudablemente, seguirá habiendo quien no dé su brazo a torcer, pero es hecho objetivo que Anje Duhalde y Mixel Ducau, fundadores de la escuadra lapurtarra, junto al guitarrista Rémy Gachis, Iñigo Telletxea al bajo y Txomin Duhalde como baterista, vencieron y convencieron con el repaso a un cancionero que brilla con luz propia en escenarios de tal envergadura como el central de BBK Bilbao Music Legends en el Bilbao Arena. Ese repertorio quedó en estado de profunda hibernación décadas atrás, concretamente desde el álbum “Agur t’erdi” que sirvió para despedir, con la misma canción, entre loas y ovaciones una intervención que tardó en carburar porque el sonido era, digamos, bajo para la ocasión. En “Kanpo” la segunda de la noche, se enmendó el asunto técnico y a partir de ahí disfrutamos de un ejercicio sobresaliente en el que el énfasis de su narrativa reivindicativa cobraba vigencia en la hermosa opereta progresiva “Ametsaren bidea” que, a su vez, es uno de los álbumes más laureados del rock euskaldun que no debía faltar a la cita al igual que las líricas folkies de “Nagusiaren negarrak”, o su celebérrimo rockanroll “Rock eta Rollin” que de alguna manera certificaba el esplendor de un legado y una banda trascendental en Euskal Herria.
Los Dead Daisies, banda en la que ha militado cantidad de músicos en doce años de historia, eran los últimos en subir al escenario y lo hacían con uno miembro más en la familia: el baterista Brent Fitz que en plena gira debió sustituir a Tommy Cufletos. ¿Se notó su ausencia? Es un acreditado baterista, no lo vamos a descubrir ahora, pero el señor Fitz transmitió buenas vibraciones y a lo largo de la gira que están continuando por Europa se irá amoldando mejor a una banda que no sabríamos decir a ciencia cierta quién es su jefe, aunque el mayor porcentaje recaiga, evidentemente, en su fundador, el guitarrista David Lowy que sigue al pie del cañón. A su lado, y ejerciendo como guitarrista principal, el hiperactivo Doug Aldrich. Sobran las presentaciones. Como cantante y agitador de masas, John Corabi, algo parecido, y como bajista Michael Devin, tres cuartos de lo mismo. Si necesitara información sobre sus biografías o fechorías, está frente a la biblioteca más grande del mundo, así que no dude en investigar. Suena el “Rock and Roll” de los Zeppelin, se encienden las alarmas, los camarógrafos ingresan en sus dominios, se colocan en posición porque el tiempo es limitado y el tren no pasa dos veces, las filas de vanguardia empujan… Nervios. Tensión. Entre aclamaciones y una incómoda humareda (tónica general del certamen) salen a escena los Daisies y las salvas guitarreras de Lowy provocan el histerismo del personal con “Long Way To Go”, fulgurante entrada que sería rematada a continuación con la rabiosa “Rise Up”. Ufff… Atronador. La ecualización no era la adecuada, los graves golpeaban de tal manera que la ropa vibraba y los agudos instalaban un monumental pitido en el oído que los tapones de rigor no lograban mitigar, pero afortunadamente la fantástica “Dead And Gone” obró el milagro y más tarde “Light ‘Em Up” subiría el mercurio hasta niveles insospechados. Repasaron el manual de ademanes, tácticas e ímpetus hardrockeros, puesto que no desistieron en una conducta tan explotada como efectiva. Excelsos solos de guitarra desde el centro del escenario o desde cualquiera de los flancos, persuasivas demandas de refuerzos corales al auditorio, carreras, estudiadas posturas y juerguistas careos… La gente se activó con las guitarras de “I’m Gonna Ride”, con la antitrumpista “Mexico”, con el vehemente slide de “Last Time I Saw The Sun”, y con la fascinante revisión de “Fortunate Son” ya mencionada que no sería la única ajena, porque “Boom Boom” de John Lee Hooker y una “Helter Skelter” de los Beatles en la que se coló “Dazed & Confused” de los Zeppelin se unieron a la fiesta de los Daisies. La banda sonora del Legends.















