Escribir canciones. Grabar un disco con esas canciones. Que ese disco tenga cierta repercusión y las actuaciones se sucedan. Conseguir con esas actuaciones cierto renombre, componer más canciones para grabar otro disco y que tu círculo de seguidores crezca en paralelo al interés de emisoras de radio, espacios televisivos (que en la actualidad brillan por su ausencia), sitios puntocom, las tan manidas redes sociales o quienes programan conciertos o festivales. Que el teléfono no pare de sonar, aunque en este caso, deberíamos arrinconar los cables y hablar de dispositivos del siglo XXI. Conseguir grabar un tercero, un cuarto o más y continuar trazando tu propio camino eso sí, solventando trabas que acechan por tierra, mar y aire. Podríamos decir que esos son los propósitos de cualquier artista o banda de rock and roll desde el preciso instante en el que se reúnen por primera vez para meter caña con sus instrumentos o dar forma a sus ideas. Incluiríamos también la venta de esos discos, lo cual no significa que hoy en día la gente que se aventura en estos tinglaos pueda vivir de ello porque el asunto es peliagudo, y, por supuesto, agregaríamos la grabación en vivo de uno de esos shows. Pues en diez años de historias, histerias, estrategias y peripecias, los amigos mañicos, los queridos klijos, han ido conquistando esos objetivos.
Nuestra intención era, ya que la publicación de este testimonio de su décimo aniversario data del mes pasado, haber entregado unas impresiones del mismo con mayor premura, pero el desbarajuste de una acelerada rutina echó por tierra una voluntad que poco a poco se iba diluyendo. Tarde o temprano conseguiremos robar unos minutos al tiránico reloj, que de cuando en cuando surgía cual mantra. Tarde o temprano la musa aparecerá o para ser más exactos, ese reloj nos concederá una tregua. Tarde o tempano hablaremos de esa cita que reunió en el santuario zaragozano Rock & Blues un buen número de gente local así como gente procedente de bastantes puntos de la geografía. Pues el momento ha llegado, y aunque no acostumbramos escribir sobre discos del pelo, o sea, directos, vamos allá. Por cierto. Se armó un buen pitote ese fin de semana, pues los chicos de The Kleejoss Band no se conformarían con una exigua celebración de tan señalada onomástica. Como buenos maños, son perseverantes, son inquietos, obstinados y gozan, además, de buenos amigos en el circuito del rock and roll como King Sapo o Uncle Sal que aceptaron una invitación que les convocaba no solo a estar en el meollo el sábado 28 de septiembre, sino a actuar la noche anterior los primeros y el mismo día en horario matinal los isleños. Por los cantos de sirena que llegaron de ambas actuaciones, podríamos decir que fueron dos ejercicios que de alguna manera presagiaban un fantástico fin de fiesta.
Una década en este berenjenal no es un dato superficial. Es sinónimo de perseverancia. Una cifra a tener en cuenta. Sí, ha sido un período de curvas y largas rectas, pendientes arriesgadas y vertiginosos descensos, paradas, escapatorias, cambios de sentido (nunca de dirección) y hasta angustiosas rotondas, pero la banda, el conjunto, el núcleo, la sociedad, permanece. Seguramente la última época de los fundadores Kleiser y Jossico junto a Andrés y Nacho haya sido la más longeva, y como demostración están los conciertos ofrecidos, los discos grabados y este “Live X” que cierra otra etapa porque algo nos dice que será la última entrega de The Kleejoss Band… en cuanto al nombre con el que se presentaban, no se alboroten. Todo el mundo les llamaba los klijos, la klijos o simplemente un Kleejoss que, por lo visto, será su nuevo alias; la nueva denominación de origen del triángulo mágico de guitarra, bajo y batería. Esa versión está por venir (esa no figura en el álbum), ya han actuado bajo ese formato y tienen cerradas unas cuantas fechas más, así que ahora nos centraremos en un “Live X” que en realidad no necesita demasiadas glosas o análisis, porque ante todo es un fidedigno retrato del comportamiento de la banda y su consiguiente conexión con el público en directo. Evidentemente habrá quien domine el terreno y por lo tanto, poca novedad podamos aportar. Sin embargo, puede que haya gente que haya estado remisa o “Invisible” ante el cuarteto y tal vez podamos ayudar a intentarlo. No se arrepentirá, porque…
Porque comprobará la sobriedad de composiciones sosegadas que llegan al corazón y consiguen erizar la piel de igual forma que el material turbulento del que disponen. Sin duda alguna se sentirá tan “Afortunado” como Luis al presentar una canción que con apenas un par de años de vida se ha convertido en un himno para sus incondicionales que, probablemente, crecieran en número a raíz de su conocido salto idiomático. O probablemente sean meras conjeturas personales, vaya usted a saber, puesto que su material en lengua inglesa les ayudaría a lograr un status que siguen defendiendo con uñas y dientes. Si hay que “Ladrar o Morder”, se hace, faltaría más. Si hay que recuperar viejas piezas de orfebrería musical tipo “Desert Blues”, ningún inconveniente. Por cierto, cronológicamente, su primera huella, ya que consta en primera posición en “Wind City Haze”, excelente estreno con el que se presentaron en sociedad y llegaron a bastantes oídos. Como dicen, son hijos del desierto porque Los Monegros tienen su trascendencia en la comunidad aragonesa, y si lo trasladamos al plano musical, poco más que añadir. Tampoco afirmaremos que siguen a rajatabla los mandamientos del desert rock o cualquier otra conducta, pero seguramente ese título sea una buena definición de la fórmula adoptada y que paulatinamente han ido ampliando, desarrollando o afinando hasta llegar al totum revolutum que les caracteriza. Títulos para desmelenarse como “Drowning” que hábilmente utilizarían como apertura del show, la enternecedora “Plasticland” que sirve de agradecimiento o la absolutamente enfática “Ode To The Naiads” que cierra el círculo y demanda el ‘Hey, hey, hey…’ colectivo.
Éxtasis. Júbilo, delirio. El mismo que produce una inmaculada “Malvenidos” de proporciones cuasi celestiales o la impresionante “Keep On Hating Me” que te lleva a una quinta dimensión porque seguramente su cadencia, su sinergia, su escala o los sentidos aportes de cada uno de ellos te lleven a imaginar una añorada presencia. Las fuerzas flaquean. La mente reclama libertad, y si bien el título pueda tener un significado opuesto al que personalmente interpretamos, esta es una de esas canciones de The Kleejoss Band que guardamos bajo llave y recuperamos en momentos de bajona porque, al igual que otras ya mencionadas, tiene atributos suficientes como para ser considerada un himno. En ese aspecto, en ese inventario de excelencias sonoras, este trabajo cuenta con dieciséis ejemplos de los siete elepés firmados, lo cual da un número formidable de canciones de ardua selección para completar el repertorio de una convocatoria tan especial. Difícil tarea, ¿no? Imposible atinar, pero más imposible aún sería equivocarse, porque con resplandores como “Shine On”, con bellas postales como “I Didn’t See The Waterfall”, con momentáneos síncopes que inducen a la revolución como “Maleza”, con movimientos sensuales como “Inception” que conducen a la enajenación transitoria o con dinámicos rocanroles como “The Ballad Of The Working Class Man” cuyo enardecido slide exige máxima atención, queda meridianamente claro que la camaleónica actitud y magnitud de Kleejoss debe continuar al menos, hasta llegar a la doble X porque “Las Canciones No Esperan”. Porque todavía no han cruzado la meta. Porque el año once está a la vuelta de la esquina, y el nivel once es el que suelen utilizar en sus jadeantes actuaciones. Porque “Live X” es la prueba del algodón.
