Este viaje de la banda cántabra probablemente comience en un cruce de caminos virulento a veces, extraño otras, caprichoso, gratificante o sinuoso. Bien mirado, comienza con “Cruce de Caminos”, canción que habla de encuentros, viajes, sueños, contraseñas o ánimos que se hallan en el cancionero incluso en el apelativo Copernicus Dreams. Sin embargo, esa encrucijada a la que hacemos alusión ha marcado su itinerario y sobresalido desde que levaron anclas en el puerto de Castro-Urdiales doce años atrás y, en cierta forma, forjado un espíritu pulido a través de cartas y experiencias recopiladas en su cuaderno de bitácora. La vida. El albur. La fe, que en este caso poco o nada tiene que ver con credos o dogmas, sino con la confianza, puesto que los chicos mantienen firme su idea y creyendo en su capacidad, en su decisión y en “El Viaje” recién emprendido que representa un cambio de orientación en esta ruleta (que surge bajo enigmáticas apariencias) inhóspita, pacífica y tempestuosa. Una ruleta infinita o profunda que, aparte del sortilegio, se adecúa perfectamente a la mar o a las sensaciones que puede transmitir la mar. Sí, así se conoce en círculos marinos. En femenino como mujer; en femenino como madre, como hermana, como abuela, como ilusión o esperanza. Como innovación, su gran apuesta en esta nueva tentativa.
Como habitualmente describimos en circunstancias similares, cambian de idioma aun conservando su lenguaje. Cambian de rimas pero perseveran en sus mensajes, en las parábolas y en los estímulos que su florida variedad melódica tiene a bien ofrecer, y aunque la inspiración, el énfasis o el peso narrativo de las composiciones de Chus González, patrón de la embarcación, provenga de la mar, su estrategia musical se centra en la facunda o fecunda (como usted desee) ruta americana o en la majestuosa escuela británica, así que la diversidad en este aspecto está asegurada. Hay fases de relax corporal o mental como sucede en “Flotando en el Espacio”, una de las ya conocidas de esta nueva entrega en la que recobran pasados títulos tamizados para la ocasión, estableciendo así distintas ópticas a canciones que teníamos asimiladas con otros semblantes o para ser más precisos, con léxico diferente. No seremos nosotros quienes aporten más pistas, porque tampoco es tan ardua la labor de sondeo y cotejo y de esta manera ya tiene usted una tarea más a realizar. Sin duda Copernicus Dreams se lo agradecerá y probablemente su estado emocional también, ya que un repaso a “Sunrise”, “The Honeymoon” o “Goals And Illusions” podría resultar conveniente dado que, insistimos, el verdadero atractivo de esta gente está en sus preguntas, en sus guiños o en las respuestas.
Pese a que la formación haya afrontado vicisitudes, asumido mudanzas o acogido nuevos refuerzos, las coordenadas señaladas en “El Viaje” siguen el rumbo fijado desde sus inicios tanto en el apartado musical como gramatical, si bien en este último ya hemos indicado y es palmario que hay un cambio significativo. Curiosamente, “Silencio”, que poco o nada tiene que ver con la ausencia de la palabra, podría ser una de las grandes beneficiadas con la postura adoptada, ya que sus confesiones son tan inapelables como las demandas, la carga lírica estremece y en sus registros sonoros creemos intuir múltiples presencias, pero en realidad son sueños. Los Dreams son los dueños. No obstante, los Stones aparecen en “Tracy”, y no lo decimos por sus ecos (que bien podría ser) o sus reminiscencias, sino porque además se cuelan hábilmente entre los versos de una canción que, al igual que la anterior, está llamada a ser uno de los números importantes de sus actuaciones. Los coros serán colectivos. La conexión con la audiencia, intensa y emotiva, sentimental el momento y las mentes volarán. Por el contrario, las caderas funcionarán a pleno rendimiento con el rock and roll utilizado como single “Tocando Fondo” apoyado en guitarras agudas, un slide electrizante, el dominante órgano y por supuesto, un discurso tan alentador como una “Llámame” que transporta a dimensiones psicodélicas.
El trabajo es un conglomerado de ensayos, exámenes o cotidianos enroques que destila elegancia e incorpora nuevos arreglos como en el caso de la apertura o en el optimista rhythm and blues “Desde Cero otra Vez” que te pone las pilas desde el principio con un intrépido Hammond, con su ritmo incesante y el aporte de una sección de vientos que continúa sobresaliendo en “Polos Opuestos”, el epílogo con alma de club que funcionara como segundo adelanto siendo, en cierta manera, una prueba más del extenso abanico de combinaciones con las que cuenta la banda. Por cierto, y hablando de, no nos podemos olvidar de los verdaderos artífices del elepé, o sea, el ya aludido Chus González y el organista Pablo Gil Prada como miembros veteranos a quienes se unen el baterista José Ochoa, el bajista Kike Ibáñez (coristas ambos) y el guitarrista Joseba Vinatea contando con la colaboración de Joseba Aparicio, Eneko Arraibi y Jurgi Iraola (trompeta, saxo y trombón respectivamente). La misión de la formación siempre ha sido construir puentes por medio de unas canciones que desconocen fronteras ya sean geográficas o ideológicas, y eso lo consiguen con la plácida “Luna de Miel” que pocas glosas necesita. Una travesía única. Un momento mágico. Un recuerdo inolvidable que se podría multiplicar en el tiempo, ¿por qué no? Sí, hay que salvar obstáculos, elegir bien la dirección tras un “Cruce de Caminos” y no ofuscarse demasiado en la “Ruleta Vudú” de la vida. Huir de contradicciones y volar en libertad (que son citas del álbum) escuchando a Copernicus Dreams.
