Mike Farris: “The Sound Of Muscle Shoals” | GR76


Si hay un lugar en la faz de la tierra al que Mike Farris estaba predestinado visitar, no es otro que los estudios FAME de Muscle Shoals, Alabama. Debía solicitar audiencia porque se trata de un santuario, una factoría de ilusiones, un prestigioso laboratorio. Como defiende un considerable número de gente, la meca del soul, aunque durante el medio siglo (y pico) que lleva levantada, haya recibido buena parte de la constelación musical pudiendo asegurar que colecciona una selecta agenda de cofrades, cometidos y congruencias. Pero no se preocupe usted, que no vamos a extendernos aportando datos bibliográficos sobre la instalación, que para eso están las hemerotecas o la barra de búsqueda. Nuestra principal misión es apuntar qué nos sugiere el último disco del señor Farris, que, dicho sea de paso, es uno de los artistas que más nos han acompañado y ayudado en los últimos años con sus misivas, odas o consejos ya fuera con los sensacionales Screamin’ Cheetah Wheelies, en su carrera en solitario o en esas aventuras que, aun siendo otras apuestas personales, custodiaban las formaciones The Roseland Rhythm Revue o The Fortunate Few.

El hecho de ser fieles seguidores de Mike Farris desde que su estreno con los Cheetah llegara a nuestros oídos, ni mucho menos quiere decir que tengamos una venda en los ojos o seamos incapaces de asimilar el disco con la imparcialidad que merece no solo “The Sound Of Muscle Shoals”, sino cualquier otra referencia que caiga en nuestras manos. Deberíamos tener siempre en cuenta cuál es la motivación artística o la inspiración a la hora de componer una o varias canciones; el énfasis que se quiere imprimir a una producción, el irremediable paso de los años con sus pros y sus contras o el momento puntual por el que atraviesa una persona a todos los niveles, así como otra serie de requisitos de vital importancia en estos procesos creativos como las experiencias almacenadas con sus tragos amargos, sus misteriosos laberintos, sus períodos reservados, sus indispensables lecciones o sus temporadas esperanzadoras. Y deberíamos utilizar la misma balanza a la hora de valorar cualquier trabajo ajeno. Esa ha sido y será nuestra (mi) máxima hasta el día de hoy, y si creyéramos que el elepé en cuestión no tuviera suficientes razones como para escribir un par de líneas sobre él, pues desdeñaríamos cualquier intento. 

Obviamente, y ya que estamos aquí, no es el caso. Obviamente, intentaremos hablar de unas canciones, al menos para quien suscribe, con un alto poder de atracción puesto que el elegante y predominante soul nos transfiere gran variedad de emociones y recuerdos, una de las grandes características tanto del género como del genio de Tennessee. Si con el soberano Wurlitzer inicial, con el relato de superación amplificado por majestuosos coros gospel, con la solemne pasión, el progresivo groove, las instigadoras guitarras, la sintomática tesitura vocal de Farris y el contagioso meneo que “Ease On” propone los pies no reivindican libertad mientras un fuerte escalofrío recorre el cuerpo, tal vez no estemos en la misma frecuencia. No obstante, insistiremos recomendando, por supuesto, la atención de la canción y del trabajo también. Sin ataduras o cotejos. Sin vínculos o cadenas a los que habitualmente recurrimos a la hora de enjuiciar algo tan heterogéneo y subjetivo como el arte que, en esta ocasión, se presenta en versión musical y versa sobre las raíces, el soul y el rock & roll. Manteniendo la mente libre y despejados los sentidos, repararemos en las coordenadas country reveladas en “Bright Lights” por la pedal steel de Philippe Brochstein o en el enérgico sentimiento sureño registrado por las guitarras de Will McFarlane, Kelvin Holly y Wes Sheffield en una “Heavy On The Humble” que si fue utilizada como single, por algo será.

Acto seguido, un homenaje, una reivindicación al añorado Tom Petty vía “Swingin’”. Melancólica y excitante. Absolutamente conmovedora. Una historia que se presta al arrumaco, a la armonía o la enmienda que no es la única adaptación de la grabación, ya que esa distinción corresponde también a “Slow Train”, pieza de orfebrería coral popularizada por Staple Singers décadas atrás. Aquí Mike Farris y Wendy Moten se funden en un abrazo vocal de categoría produciendo estremecimientos, removiendo entrañas o expulsando sufrimientos cuando entonan un “we only got one life to live on this earth” complaciente y purificador. En cincuenta minutos Farris se muestra magnánimo cual guía espiritual, exultante cual predicador soul dirigiendo la compañía en una ceremonia baptista de eficaces sermones como “I’ll Come Runnin’”, “Learning To Love” o “Before There Was You & I” dejando cuasi boquiabierta a la audiencia por su alta capacidad de persuasión enviando mensajes, invocando al amor o exhibiendo su perfil más sensual en mociones más solícitas tipo “Her” o “Bird In The Rain” que se prestan al chasqueo de dedos y a la respuesta. Se prestan al movimiento, se prestan a la ventura, las realidades y la reflexión. Altas temperaturas. Y si no había quedado clara la  postura de un hombre que tiene bien mascada la lección de la vida, “Sunset Road”. Un camino de bretes y disyuntivas, de resplandores, de amaneceres y anocheceres representados en una pieza final que gira en torno a la felicidad y al agradecimiento de un ser humano que ha salvado tempestades, se ha asomado a precipicios y se ha ganado nuestro respeto. Un hombre que no tiene por qué dar explicaciones salvo en sus composiciones, en sus actuaciones y en producciones como “The Sound Of Muscle Shoals”.

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