Sábado 4 de enero de 205 en Sala Azkena, Bilbao

Llevábamos un tiempo iniciando la temporada de conciertos en diversos locales del botxo la noche de Reyes, si bien doce meses atrás adelantamos esa apertura veinticuatro horas, repitiendo día y plaza este que ha echado a andar. En aquella fecha, los cicerones del convite eran unos Arnau & The Honky Tonk Losers que se han ganado a pulso el respaldo del personal siendo, Sotomonte, quienes recientemente impartieron su habitual seminario de reminiscencias, inquietudes, líricas, parábolas y romances que incluyen en su, hasta el momento, concisa colección de epopeyas sonoras. Aclaración: concisa en cuanto a cantidad, ya que cuentan con un par de volúmenes publicados, precisa en cuanto a calidad. En no pocas ocasiones hemos hablado sobre sus prolijos y robustos tratados de eufonías que promulgan o sobre sus reparadores cónclaves que nos han obligado a aguardar con impaciencia una siguiente estación, así que se presentaba otra gran oportunidad para intentar despejar alguna incógnita o reparar en detalles que no habíamos percibido con anterioridad.
De la dupla registrada, “From Prayer To The Battlefield” pasaba por ser esa ópera prima donde la mayoría de nociones, esperanzas y hasta utopías debían ser plasmadas, mientras “Decadence & Renaissance” es o fue la confirmación de su candidatura. Dos concienzudos manuscritos. Dos dictámenes. Dos ejemplos del ingenio creativo de Jokin Salaverria, a la sazón cantante principal, bajista y prior de una cofradía integrada por los prefectos Alberto Trigueros al mando del órgano, Unai G. Kortazar como baterista más Xabier Badiola y Miguel Moral compaginando guitarras y coros, completando así un quinteto de absoluta garantía. Un quinteto temperamental que defiende un repertorio especial, celestial y hasta espacial porque bastantes canciones pertenecientes a estos dos álbumes tienen un carácter místico, un carácter revelador. Tienen raigambre, refinamiento y la incuestionable condición de sugestionar el subconsciente con sus múltiples metamorfosis. La gente presente el pasado sábado en la Sala Azkena podría corroborar nuestras palabras, porque hubo gran respuesta por parte de la afición. No vamos a decir que estuviera petado el lugar, que no se lograría por décimas, pero el ambiente fue promocional a una extraordinaria representación que comenzaría con una monumental “Moral Blindness” perteneciente a su primer ensayo que obligaría a la muchedumbre a permanecer en sus localidades durante la gala.

Localidades como tal no las hay, era una simple licencia, pero al menos en las primeras filas había pocos movimientos o intercambios de posición, no fuera que alguien ocupara el pequeño dominio que defendías con esmero. Sin duda había expectación, y durante los primeros lances sería Xabier Badiola quien se colgaría una acústica que cambiaría de manos en un tramo final (antes de los requeridos bises formados por la psicotrópica “What A Game To Play” y la luminosa “For What Is Done In Darkness”) en el que Miguel Moral mantuvo la actitud rocanrolera que le caracteriza. Acústica (“Montecristo/The Riddle”, “The Written Script”…), eléctrica (“The Beauty Of Tomorrow”) o mandolina en ristre (“Little Vilma”) el tío no ceja un instante involucrando al personal, reclamando mayor participación o pidiendo calma en momentos emotivos como el caso de esta última o cuando llegó el turno de la conmovedora “When Your Days Are Gone” que el espigado Salaverria dedicara a su amatxu que esa noche se encontraba entre el público. Cierto es que las guitarras tienen un papel tan fundamental como el delicado y enfático órgano de maese Trigueros (fantástica “Believers Of The Mass”), como las decididas operaciones del señor Kortazar con las batutas de madera (“Culture For Vultures”) o el progresivo compás impuesto por las cuatro cuerdas, por lo tanto, todos tienen su peso específico. Todos funcionan como si fuera una única deidad llevando a la asistencia a un estado de levitación.
No pocas bandas pueden emplear parecidos sistemas incluso conservar semejantes virtudes, pero en Sotomonte advertimos unas cuantas diferencias que de alguna manera les otorga cierta excepcionalidad. Su tesón, su metódico trabajo de gestación, su gestión y tratamiento, su combinación de elementos y ese hard folk que cierto día Jokin acuñara para describir el rumbo elegido. Motivos más que suficientes tanto para atender sus misivas como para acudir o recomendar sus actuaciones. Saldrá usted retribuido o fortalecida, como así se pudo comprobar en los semblantes de la gente ese primer sábado de enero en el que los Reyes se anticiparon regalándonos una excitante función; una función de escalofriantes momentos, suspendidas dimensiones (“The Nothing” fusionada con “The Everything”), psicodélicas progresiones, celebradas revisiones (“Lazy Lady” de Pentagram o “Vehicle” de The Ides Of March) y melodías envueltas en fibra de cáñamo como una excelsa “Fishbowls Of The Gods” que en cierta manera nos tiene cautivos en un misterioso agujero negro de tiempo y espacio desde que la escuchamos por primera vez y que, por supuesto, nos paralizó cuando fue interpretada. O como “Gambit”, sortilegio de invocaciones, anuencias y sacudidas que el absorto auditorio recibiría con muestras de incredulidad debido a sus tenaces variaciones, a sus participativos coros y la orgullosa Strato de Xabier que reclamaba y alentaba hasta la extenuación, que al final fue como acabaría la concurrencia. Exhausta. Afónica, embelesada y profundamente recompensada por un sensitivo, aromático, sensible, determinante y suculento concierto de Sotomonte, una banda que trabaja los cinco sentidos. Un quinteto que ahonda en los sentimientos.



