Miércoles 20 de noviembre de 2024 en Sala Crystal, Bilbao

La agenda musical del botxo y alrededores echa humo, aunque pueda haber diferentes versiones u opiniones al respecto. Nunca llueve a gusto de todas las personas, y precisamente el pasado miércoles lo hacía con ganas complicando así el tráfico rodado y el humano también, si bien es cierto que iba por rachas. Por lo tanto, lo más sensato, siendo además el día que era, podía ser quedarse en casa, pero… Pero teníamos que acercarnos a una Sala Crystal que afortunadamente, dada la adversa climatología y una cartelera abundante, registraba una entrada considerable, lo cual es digno de destacar. Causante de esa recepción, Lorelei Green, una de tantas artistas que abundan en la escena bizkaina. Una de tantas representantes de la soberbia delegación femenina que se distribuye en esferas como el soul, el punk, el underground, el folk, el hip hop, el pop, metal, hardcore, rockabilly, rock n’ roll, o jazz. Intentar nombrar a todas ellas puede ser un trabajo tan complicado como comprometido, ya que hablamos de una buena cantidad y alguna podría caer en el olvido, cosa que no queremos suceda.

Nos centraremos en Leire Aparicio, quien artísticamente adopta la identidad arriba mencionada. Una estupenda letrista, una observadora cantautora que lleva unos cuantos años con la guitarra a cuestas y conocimos, como suelen suceder estas cosas, de forma casual defendiendo sus composiciones en solitario. Entonces nos pareció una mujer arriesgada. Una chavala de calidez vocal, con inspiradores canciones, fuertes convicciones y confianza plena en sus posibilidades que ha plantado cara con orgullo a juicos, prejuicios, dislates e invenciones. Calificamos a la gente, en general, frívolamente; criticamos o chismorreamos sin pudor, en demasiadas ocasiones metemos la pata hasta el zancarrón y hablamos, escribimos o describimos con cierta indiferencia, incluso pedantería, cuando deberíamos ser más prudentes y no llevar el cuchillo entre los dientes. Pues sobre esas cuestiones charlábamos mientras veíamos el incesante goteo de gente que accedía a un local que no pisábamos desde tiempos inmemoriales. Había expectación, era evidente, y en cierta manera nos alegramos no solo por evitar la incómoda lluvia del exterior, sino por la armonía reinante y por el motivo de la colectiva asistencia: Lorelei Green.

Precisamente la canción “Fuera del Foco”, de la que estrenaban su videoclip y fuera utilizada como fin de fiesta, viene a ilustrar estas impresiones con gran ingenio y sutiles alegorías que efusivamente fueron respondidas por una audiencia activa, una audiencia disfrutona, una audiencia cortés. Hasta sería obsequiada por una seguidora con un ramo de flores que alborozada recibió mientras arreciaban los aplausos y sus rostros (del cuarteto) reflejaban felicidad. De esa guisa comenzaría el convite, porque salieron al escenario entre ovaciones y con la gente dispuesta, con la gente predispuesta. Se pudo apreciar desde “Hojalata/Corazón”, título que abre su último álbum, “Lava”, enlazando con “Quién Sufre Más”, que motivaría los primeros refuerzos corales que no cejarían durante la representación. Y la concebíamos como tal ya que el año pasado tuvieron la oportunidad de interpretarlo por primera vez ante el público en la sala Bilborock aunque como dice su creadora, “el álbum solo ha estado en manos de sus seguidores más cercanos, el pasado 6 de noviembre pudieron subirlo a las plataformas y por fin lo podrán comercializar”. Optan por el soporte analógico, pues por compromiso medioambiental, Lorelei Green prescinde del digital. De todas maneras, existe un código QR que da acceso a la descarga en un libreto con las letras de las canciones e imágenes de Adrián Morote, un integrante más de la formación, como pudimos comprobar durante un show aderezado con proyecciones suyas o con el video de “Fuera del Foco”, otro pretexto para la convocatoria.

Las canciones de Lorelei, hablan, entre otros muchos asuntos, del comportamiento humano, de sueños o pesadillas y agravios como los apuntados anteriormente, demostrando el carácter de una poesía reflexiva (“Quiero Volver”, donde aparece el título de su último disco, “Lava”), una lírica urgente (“Salvaje”), expresivas contraseñas (“Cenizas Negras”), tiernas serenatas (“Aviones de Papel”) o restauradores pactos (“Domingos”) que cambian de fisonomía en las distancias cortas. Pese a que la sustancia de las canciones abrigue igual que en su versión de estudio, la energía del momento es recibida con gran pasión por parte de la absorta concurrencia mostrándose la banda, o sea, el guitarrista Alex García, el bajista y contrabajista Ricardo de Lucas más el baterista Josu Polanco, aparte de agradecida por el apoyo recibido, liberada en cierta manera porque llevaban tiempo con la fecha entre ceja y ceja. Tocaba disfrutar, expulsar la tensión y compartir con la gente presente pasionales piezas como “Luz de Carretera” en la que el pianista argentino Gasti Seguí se unió a Lorelei y Ricardo al contrabajo y… ¡¡Shhh…!! Seguramente habría bastantes mejillas humedecidas y corazones conquistados porque un inmenso escalofrío se apoderó del local logrando un instante mágico, uno de esos momentos que aún permanecerán en la memoria del personal.

Que ni mucho menos sería el único, ya que todas las partes implicadas en la gala se entregaron en cuerpo y alma. Indiscutiblemente el centro de todas las miradas es Leire, pero sus acompañantes no le van a la zaga porque tienen, en conjunto y por separado, suficientes argumentos como para ganarse a pulso los aplausos del auditorio. Dejaron patente su compromiso y rindieron a un alto nivel, caso de Alex y sus incitaciones guitarreras en una aclamada “Los Riesgos del Directo”, caso de Ricardo cautivando con el contrabajo en “La Dama de los Gatos”, caso de Josu en la envolvente “Aire” que comprime y exige atención. Más tarde llegaría el turno de la emotiva “Amildegian” y Leire reclama la presencia de otro invitado especial: Iñigo López. Dueto vocal de campanillas. Estimulante contexto musical. Las caderas cobraban vida, la mente dibujaba precipicios y viajaba a latitudes tropicales, los brazos eran agitados al unísono y el ‘oh oh oh ohh’ central se entonaba en las cuatro esquinas de una sala convertida en momentáneo orfeón. Éxtasis. Euforia general. Y esa sensación, ese venenoso aguijón cuasi exclusivo de funciones de esta índole, se repetiría en el final ya narrado con oficiantes y asistentes en comunión total cantando, celebrando y recordando a titiriteros, a marionetas, malabaristas y comediantes. Bienvenidos al circo, que dice la canción.
