Viernes 1 de noviembre en la Sala Mytho, Bilbao
Cuando conocimos el anuncio de la función, dijimos que sí sin balbucear pese a las semanas que aún restaban para la fecha y teniendo en cuenta, además, nuestra facilidad para los reveses de última hora. Sin embargo, y ya que estamos empezando a escribir sobre ello, es obvio que pudimos acudir al estreno en el botxo de la banda zaragozana White Coven y la barcelonesa The Mothercrow. Llevábamos tiempo detrás de ambas formaciones, y aunque se habían acercado por aquí (la segunda sobre todo), no habíamos coincidido aún, así que se presentaba una oportunidad de mutuas presentaciones que no hemos podido corresponder antes con unas palabras porque, como ha quedado reflejado, las inesperadas eventualidades nos persiguen. Pero nos lo habíamos autoimpuesto. Aunque fuera una leve referencia. Aunque la demora juegue en nuestra contra. Aunque varios detalles se hayan esfumado o algunas instantáneas sean confusas, intentaremos resumir las sensaciones de una recepción que en cierto modo perdura en las neuronas al repasar las diferentes acometidas, los campos gravitatorios, las progresivas frecuencias, las fases psicodélicas y hasta los magnéticos silencios.

Por cierto, el día era complicado puesto que en Bilbao había varias programaciones entre los que destacaba un aparatoso (en cuanto a tamaño, tratamiento, número de participantes y escenarios) certamen que tiene la particularidad de gozar con acceso libre, circunstancia que, obviamente, penaliza al resto de eventos. Conste en acta que ni mucho menos censuramos la existencia de organizaciones del pelo ya que a menudo las aprovechamos, simplemente era un dato para significar la comparecencia el primero de noviembre de personas dispuestas. Personas valientes. ¿Hubo muchas? ¿Pocas tal vez? Menos de las que habría querido la sala, seguro. Menos de las que habrían esperado las bandas, también. Pero hubo gente, hubo calor, hubo entusiasmo; hubo aplausos, cánticos y agradecimientos por las dos partes. Por parte de los oficiantes y por parte de los asistentes, que en definitiva es aquello que buscamos cuando acudimos a conciertos de rock and roll, aquello que nos carga las pilas y demandamos al ver resplandecientes guitarras o con sentimos la energía de canciones como “Rambling Rose” o “Standing My Ground”, utilizadas como apertura en ambos casos. O al menos eso recordamos.
Como recordamos el extraordinario rango vocal de las dos féminas que están al frente en ambas formaciones, sensual una, explosiva otra. Sara Lapiedra y Karen Asensio demostraron, aparte de esas dotes vocales, conservar una desenvoltura escénica a la altura de registros que generaban espasmos debido a estimulantes invocaciones en “Brown Eyed Lady” o estruendos metafísicos en “Jungle Trip Of The Seventh Samba’s Seed” (White Coven), bajo el consuelo incondicional representado en la emotiva “Tumbling Down” o en la locura transitoria experimentada en los frenéticos minutos de “Revolution” (The Mothercrow). Y también recordamos, cómo no, las sublimes guitarras que causaban convulsiones entre la audiencia vía “Brown Eyed Lady” con David Bueicheku fijando los tiempos, o a través del túnel del tiempo y una soberbia “Whipping Post” en la que Juan Cervera se debió duplicar demostrando que es un robusto guitarrista, así como cualquiera de las sobresalientes maniobras de Max Eriksson, ya fuera en “Danger Rules”, ya fuera en “Swait It!”, una de esas canciones que te llevan a volátiles dimensiones mientras no puedes evitar mover conscientemente los pies.

Asimismo, recordamos la fuerza centrífuga de quienes establecen el pulso, el ímpetu o la calma por medio de las cuatro cuerdas, con los címbalos y timbales o con la solvencia armónica-sideral de la primera parte, o sea, el órgano eléctrico con el que Josete Melendez encandilaría al respetable en, por ejemplo, “Inglorious Diva”. Ahora, ni mucho habíamos olvidado el capítulo del compás, lo que sucede es que son cuatro nombres y cuatro esforzados hombres que requerirían un apartado propio, porque los tíos insuflaron desde sus respectivos puestos ánimo y vitalidad a sus compañeros y a la gente que aplaudió sin cesar. Veamos, defendiendo al sexteto zaragozano, el barbudo y risueño bajista Carlos Viejo conseguiría aumentar la temperatura del local con una actitud que invitaba al desenfreno (“Summer Groove”) y Daniel Penón, que había sometido a un severo correctivo a la batería, parecía no querer dar por liquidada la intervención pero “Your Time Is Over” nos indicó el final. En el otro bando, un tipo convincente y pasional como Víctor Sancho rayó a gran altura demostrando su rápido acoplamiento en la banda (“Mantis”) y Jaume Darder nos enseñaría, como lo hiciera anteriormente su análogo, sus enormes cualidades, su precisión, su fluidez, su mando y el cierre de una extraordinaria velada con “Lizard Queen”.


