Otra lección sobre los doce compases de Gonzalo Portugal | GR76


Domingo 27 de octubre en Coppola Solomonk, Bilbao

Habíamos perdido la rutina o la sana costumbre de acercarnos al Coppola un domingo por la tarde, que es el día de la semana en el que tienen a bien programar íntimas sesiones acústicas cargadas de electricidad y emoción. Si la memoria no nos falla, que bien podría ser, la última vez (evidentemente, ahora penúltima) que estuvimos presentes en una de ellas fue, precisamente, frente a Gonzalo Portugal. Casi doce meses han pasado desde aquella ocasión, y aunque los responsables del restorán han mantenido su compromiso albergando audiciones de todo tipo, por nuestra parte no ha podido ser. Y en este caso habría sucedido tres cuartos de lo mismo de no ser por una llamada telefónica recibida en la que nos informaban de la función vespertina. Enorme felicidad. Tremendo subidón. Una gran alegría, porque el amigo Portugal ha estado un tiempo recuperándose de una fastidiosa lesión en los dedos de la mano izquierda, la misma que desliza con gran habilidad y elegancia por el mástil de la guitarra; la misma que ayer utilizó como si no hubiera pasado nada, como si en estos últimos meses no hubiera pasado por una rehabilitación que aún continúa o jurado en hebreo, porque el contratiempo alteraría, aparte de cualquier obligación profesional, su día a día.

Así que lo podríamos considerar como una reentré por ambas partes, y ahora que estamos en petit comité, una delicia. Tanto por parte de Gonzalo, un auténtico bluesman que consigue transportarte a misteriosos cruces de caminos, a locales caldeados, asombrosos deltas o recónditas guaridas con su activo fingerpicking, su vertiginoso slide y una garganta que doma con esmero, como por parte de un establecimiento que momentáneamente cambia de fisonomía para recibir con los brazos abiertos (no menos abiertos cuando suministra viandas) al personal. Además, puedes tener la fortuna de encontrar buena compañía, como así sucedió. La audiencia estuvo de aplauso, y cuando hay que resaltarlo, se resalta, cómo no. Atenta, comprensiva, silenciosa y animada, aunque los aplausos iban dirigidos al baralkaldés que se sentiría arropado con los constantes encomios recibidos. No es para menos porque, como ya hemos dicho, y él mismo apuntara entre canción y canción mientras desafinaba la guitarra (palabras suyas), se trataba de su primer concierto tras el percance. Aquí el pabellón se vino abajo.

Quien haya asistido a alguna de sus actuaciones en solitario, sabrá por dónde se mueve, y aunque tenga bastantes canciones propias compuestas durante una travesía que acumula varias formaciones incluso una ilusionante apuesta personal, en su atril figura gran variedad de títulos ajenos. Quien por el contrario desconozca su conducta o comportamiento, le podríamos adelantar que realiza un ameno recorrido metiéndose en la piel de célebres intérpretes de ayer y de hoy. Y lo borda el tío cuando inmortaliza a gente como Oscar Isaac (“Hang Me, Oh Hang Me”) con quien iniciaría la intervención, gente como Keb’ Mo’ a través de “Love Blues” donde el respetable procedería como exige la canción, insignes como Allman Brothers Band, a quienes recordaría con la brillante instrumental “Little Martha” que fuera introducida con un pequeña referencia a su sencilla dificultad… Gente como Doc Watson (“Deep River Blues”), lo cual habla de su profundo conocimiento y amor por el blues, como los North Mississippi Allstars (“Mean Old World”), o como uno de sus héroes, el irlandés Rory Gallagher a quien habitualmente recuerda con una demoledora “Too Much Alcohol”. Por supuesto no faltarían a la cita el jefazo Robert Johnson con dos extraordinarias adaptaciones de “Rambling On My Mind” o “32-20”, o el señor Zimmerman con quien aumentaría la temperatura en los prolegómenos con la estimulante “Don’t Think Twice, It’s All Right” y se despediría dando las gracias a la concurrencia con la emotiva “I Shall Be Released”. Silencio sepulcral. Sensacional. Escalofriante, como el resto del recital. Otra soberana lección sobre los doce compases de Gonzalo Portugal.

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