Temperamentos de todo tipo, gentes por doquier y un único precepto en Mendizabala, disfrutar con el Azkena Rock Festival | GR76


Jueves 20, viernes 21 y sábado 22 de junio de 2024 en Mendizabala, Vitoria-Gasteiz

Si el Rock ‘n’ Roll, en cualquiera de sus expresiones, naturalezas o rumbos es un orgánico antídoto antiestrés, el Azkena Rock es una relajante y puntual cataplasma de cuasi obligada utilización porque con ella puedes vivir y soñar a la vez. Con ella puedes sentir, puedes volar, puedes palpar, danzar, palidecer, irradiar y explotar de felicidad. Varios certámenes de características semejantes pululan hoy en día y probablemente podrían resultar beneficiosos para el correcto funcionamiento de las neuronas y el aparato locomotor, pero a nosotros el festival gazteiztarra nos funciona de perlas desde que nos recomendaran su asistencia lustros incluso décadas atrás. Y visto su aporte terapéutico, funciona. Como al resto de azkenazales que año tras año se citan en masa en la explanada de Mendizabala. Unos años más, otros años menos, pero el querido Azkena Rock Festival ha conseguido reunir un público fiel gracias a que, fundamentalmente, es una reunión especial debido al buen rollo que se respira, debido a la ausencia de etiquetas que persiguen a otras organizaciones del pelo, al conjunto de artistas que configura un excelente historial que, en cierta manera, nos ha posibilitado un cuasi milimétrico conocimiento del territorio debido a los maratones realizados en sus dominios. O nos ha suministrado nuevas amistades, nos ha permitido el intercambio de charlas, risas y abrazos con quienes coincides en estos tinglaos o ha sido centro de los eternos, inherentes y preceptivos debates sobre concursos o actuaciones, sobre precios, sobre colas, sobre escenarios, sobre luces y sonido, sobre la cantidad de público o sobre el clima, incógnita que siempre estará latente en el parking de vehículos convertido en hormiguero humano durante un fin de semana. Debates en todas las direcciones y en torno a infinidad de cuestiones. Unas veces moderados y otras, malhumorados. Unas veces dialogando y otras, soltando monólogos. Unas veces razonando y otras, imponiendo. Unas veces desde dentro, desde la percepción de gente asidua y otras, desde fuera, desde quien aun teniendo sentido de la vista no quiere ver más allá de su propia perspectiva e igualmente carece de tacto.

St. Paul & The Broken Bones

Litigios infructuosos, estériles querellas de poco recorrido que comienzan cuando saltan a la palestra los primeros nombres de artistas y falta quien no debería faltar o aparece quien no debería estar. La misma película. Calcadas rajadas. Este año las peloteras se focalizaban en los murcianos Arde Bogotá que por lo visto, y según algunos testimonios o varias investigaciones, no deben tener en regla el carnet oficial de rockeros. Conjeturas. No sólo Last Tour ha apostado por ellos, sino varios festivales han requerido sus servicios, lo cual algo querrá decir, ¿no? Tal vez hayan caído en gracia, sean flor de un día o tal vez no, vaya usted a saber, pero lo cierto es que este año los chavales van a estar presentes en varios fregaos. Cuando surgen estas controversias, a uno siempre le viene a la cabeza la eterna discusión sobre las viejas o nuevas generaciones, la ilimitada dimensión del Rock ‘n’ Roll, la concesión de oportunidades, los futuros inciertos, los espléndidos pasados que no volverán o los inexistentes presentes. Incoherencias. Ruido. La pescadilla que se come la cola, alimento para foros y circunloquios. Por cierto, y abrimos paréntesis. El Foro del Azkena, como se ha podido comprobar en la programación o en el atrezzo de la entrada donde se mostraban algunos de sus conocidas locuciones, este año celebraba su vigésimo aniversario. Enhorabuena pues a La Plazoleta. Cerramos paréntesis. Es un hecho incuestionable que estos espacios, sin perder el norte o su esencia, han de abrir sus miras, tirar tanto de veteranía como de juventud, de viejas fórmulas y nuevas tentativas. Se dice, se comenta, se percibe incluso se podría ver que la mayoría supera por mucho la mayoría de edad, y quizás aquí radiquen algunas discrepancias. ¿Será cuestión del promedio de edad o será cuestión de falta de adaptación a los nuevos tiempos? Para encontrar la respuesta, road to Mendizabala.

Band Of Horses

Que ha sido nuestra máxima durante muchos años. A pesar de todas estas discordias y a pesar de otra serie de variables que podrían haber fulminado nuestros deseos, anualmente nos ha acompañado la fortuna ya que, fuera septiembre, mayo o junio, hemos cogido el petate y… Y hemos disfrutado de unos días extraordinarios en Sweet Home Mendizabala (ese himno atronó hace doce años, ¿recuerdas?), hemos maniobrado entre los escenarios dispuestos tanto en el recinto como en el que se levanta en la Plaza de La Virgen Blanca, hemos jaleado todo cuanto hemos podido, hemos jadeado y por supuesto, hemos disfrutado, que es de lo que se trata. Después llegarán las valoraciones, los balances o las observaciones, cosa que habitualmente solemos hacer bajo nuestro punto de vista, claro, y llegarán los reportajes, los cambios de pareceres y las clásicas clasificaciones. Debería decir que, personalmente, poco he leído sobre ello porque podría caer en tentaciones poco aconsejables que por otra parte uno intenta eludir. Pasados unos días desde el retorno, y tras el indispensable reajuste estacionados ya en Sweet Home Irala, llega el momento de la limpieza y cribado de fotografías obtenidas así como la limpieza y descodificación de ideas que comienzan (como suele suceder cruzando la autopista), por un viaje de vuelta un tanto comprometido por aquello de la espesa niebla e incómoda lluvia racheada frecuentes en la zona del Gorbea que goza de un microclima especial. Es un mal necesario, que alguien pensará. Es un pequeño contratiempo que, obvio, salvado está. Es un peaje que debemos pagar (literal, porque existen aún).

The Rain Parade

Aquello que en un principio era una visita circunstancial empujados por la exploración y la participación de algún artista que suscitaba nuestro interés, se ha convertido tras los años en una especie de obligación. Bien mirado, un auto regalo. Una cita ineludible. Pese al volumen, las carreras, la eterna batalla de la división de partículas que aún no tenemos demasiado controlada, las comprimidas primeras filas que a primera hora están menos saturadas y que en los conciertos tochos pasan a ser cotos privados, pese a las largas colas que tampoco lo son tanto o la ímproba búsqueda por un lugar donde hacer un breve receso; pese a los bailes, los saltos, las aclamaciones, las luces nocturnas que a veces te ciegan y cómo no, la caprichosa meteorología gazteiztarra, the promised land que en no pocas ocasiones hemos utilizado cuando nos referimos a Mendizabala y al Azkena Rock Festival, es un espacio de relax. Y en esta edición, esa lotería atmosférica hizo acto de presencia con la lluvia, mejor dicho, el diluvio, en una primera jornada que no pudo arruinar. Tuvimos que renunciar por el insufrible aguacero a un Ty Segall del que aprovechamos, muy a nuestro pesar, tan sólo un par de canciones y en el último asalto experimentamos algo similar, si bien más liviano, cuando el señor Warren Haynes interpretaba “Soulshine”. Ahora, el viernes, un sol de justicia cuando Dea Matrona o los Redd Kross saltaron al escenario Love y una típica y fresca madrugada en la llanada alavesa cuando Queens Of The Stone Age dejaban heladas a unas cuantas personas o a otras encendía en el escenario God; o cuando los Black Halos azuzaban al personal reunido en el anexo a la entrada del recinto, el escenario Respect, o los míticos Pleasure Fuckers seguían las mismas directrices en idéntico armazón al día siguiente o posteriormente, los Psychedelic Porn Crumpets refrendarían nuestros vaticinios. Ya habrá tiempo para extenderse sobre el fin de semana, pero como somos nuestros propios guionistas, barremos para casa y optaremos comenzando por Moonshine Wagon.

Moonshine Wagon

Los gasteiztarras Entropía abrían media hora antes la jornada final mientras los chicarrones de la Wagon coincidían en horario con otra banda que teníamos subrayada con colores fosforitos: Π L.T. Así que teníamos varios frentes abiertos. Había que trazar un plan porque hablamos de tres representantes del rock euskaldun, de la gente local, del kilómetro cero con el que nos gustaría cumplir, pero… Siempre hay un pero. Siempre surgen los imprevistos, y aunque nuestra intención era acercarnos hasta el escenario Respect donde estarían repartiendo cera los gasteiztarras, tuvimos que echar marcha atrás. Faltaba por saber entonces cómo se inclinaría la balanza. Pares o nones. Cara o cruz. Decide, la izquierda o la otra. Pues acertada decisión, porque iniciamos a toda pastilla a ritmo de Folk You! y finalizamos aturdidos en la fundición de metal de Mungia. Como dijera Goiatz Dutto, el hombre que se encarga del violín, la mandolina y el micrófono principal que comparte con su compañero Lander en Moonshine Wagon, les llegaba por fin la oportunidad de actuar en un festival del que son partidarios (y partícipes) que, además, se realiza en la ciudad que les vio nacer. ¿Sería esto una responsabilidad? No mucho más que cualquier otro escenario, independientemente de sus dimensiones, que hayan pisado. No más que cualquier otra actuación que hayan realizado por las inmediaciones, Europa o América, porque los tíos son requeridos en diversos puntos ya que es una corpulenta banda de cuerda que nunca defrauda. Ahí está su enérgico directo, una de sus grandes virtudes. Ahí su explosiva mezcla de Bluegrass y Metal, su ritmo trepidante y unas  canciones que se meten en el cuerpo cual venenoso aguijón. Canciones como “It’s So Slow”, “First World Problems”, “Ghost” o “Slave Of Distraction” que pudimos ver antes de emigrar hacia el escenario God. Más tarde supimos que hubo juerga, hubo sorpresas, hubo una pedida de mano, hubo clamores y enhorabuenas al contrabajista David y su pareja y hubo una grabación en video que estamos deseando ver.  

Π L.T.

Así es o mejor dicho, así vemos y vivimos el Azkena Rock. Simplemente, una opción. El método que utilizamos, nada más. De aquí para allá. De un escenario a otro sin parar. Atentos al reloj, atentos a la chuleta, atentos a la siguiente aparición. El trayecto, de izquierda a izquierda, así no hay posibilidades de pérdida. Igual nos perdemos algo que no deberíamos o nos sorprende algo que no habríamos visto si no hubiera sido por esa elección. Y en estas confluencias, has de llevarlo a referéndum, has de elegir. Pues esa elección nos remitía al escenario principal donde estaba otro cuarteto de la casa que, como ya hemos apuntado, nos hacía ilusión ver porque es una de esos conjuntos seguidos desde principios de los noventa, los Π L.T. Cuando llegamos la gente estaba enfurecida (en el buen sentido) y Aitor, Rafa, David y Xanpe también. Cuando llegamos las nubes estaban en actitud retadora y los chicos se enfrentaban a ellas con la magnitud progresiva de “Eskutitza NYtik” mientras las hordas de acérrimos y entusiastas vociferaban constantemente. Cuando llegamos caímos en sus redes y retrocedimos estaciones. Mentalmente nos refugiamos en el pasado. Melancolía, una dulce sensación de plenitud que demandaba exclamar en la subversiva “Hil da Jainkoa” que aglutinaba puños en alto, cabriolas y continuados movimientos de cabeza arriba, cabeza abajo. Para entonces la exaltada concurrencia ya había vibrado con genuinos ejemplos de genio y garra como “Beste Aldean”, “Runaway” o una monumental “Jo!” en la que el organista Aitor Abio se hizo cargo del micrófono principal. Extraordinario arranque para el asken eguna.

Txopet

Tampoco fueron las únicas formaciones euskaldunes, porque el trío Txopet fue quien cortaría la cinta protocolaria en el escenario Respect con un innovador Underground que tiraba de un autotune que, posiblemente, no fuera bien recibido por la madrugadora asistencia, pero que defendieron como buenos bilbaínos. En la toma de contacto con el recinto pudimos escuchar “Neska zaharrak”, cargamos la tarjeta Cashless que tanta antipatía produce en un alto porcentaje de consumidores y en un rápido vistazo de 360º inspeccionamos el lugar, no fuera que hubiera alguna novedad respecto a ediciones anteriores. Pues sí. Había nuevas barras, nuevas ubicaciones para la zona de comida, nueva disposición para los puestos de merchan o en las torres de luz y sonido que se dividían y no eran tan voluminosas, nuevo espacio para txikis y nueva distribución de aseos. No obstante, los escenarios en sus respectivos y conocidos rincones. El Love Stage, aderezado con frases y sentencias del Foro, próximo al acceso de entrada y salida, el Respect Stage situado a la izquierda de la explanada con gigantes parches de bandas en sus laterales, y el God Stage recubierto de varios retratos a la diestra. Sería el segundo que visitaríamos, puesto que la siguiente actuación correspondía a los gipuzkoanos Brigade Loco que debieron cancelar su participación en la anterior edición por una repentina tormenta. Igual que Ezpalak, otros gipuzkoanos que inaugurarían el Love Stage el viernes 21. Vayamos por partes. Los primeros miraban de reojo a las nubes que parecían dictar otra tempestad, pero no, y los segundos actuarían con una deslumbrante luz natural. Esa tempestad fue un leve y puntual sirimiri que ni mucho menos soliviantó al quinteto ni a la peña que batallaba y al unísono respondía los alegatos de Lander, su cantante. Los segundos, y al igual que sus vecinos, mantienen una inequívoca línea Punk aunque el perfil sea diferente, y demostraron el porqué de las esperanzas que tanto prensa como público tienen depositadas en ellos. De los primeros escuchamos condenas a la legión fachorra y “Aurerra doa”, mientras a los segundos no les pudimos dedicar más tiempo porque, como ya hemos dicho, nuestra intención es ir de la ceca a la meca. De todas maneras nos daría tiempo a comprobar su musculosa puesta en escena, “Tristura”, “Kontran” y su pujante propuesta.

Brigade Loco
Ezpalak

Comenzamos el segundo día de la vigésimo primera edición (si no contamos aquella especial en una época de infausto recuerdo que se celebraría en el Buesa Arena) como un tiro, o mejor dicho, como una Bala con el resplandeciente sol vespertino que se agradecía después de una jornada inaugural pasada por agua. Ya que habíamos mencionado las primeras horas del viernes, deberíamos recordar el palpitante prólogo de las gallegas abriendo, de paso, el apartado femenino que como es habitual, ha tenido muy buenas representantes durante las tres jornadas. El escenario principal, el God, era el punto de partida. A sus pies, una considerable muchedumbre para esas tempraneras horas y en la atmósfera, una curiosidad que de inmediato sería reemplazada por seguridad, por potencia, por actitud. Punk. Reminiscencias de Seattle y ecos de Mojave. Intensidad y mala baba (bien entendida, por supuesto) por parte de dos mujeres que se vaciaron desde que enseñaron sus garras con “Equivocarme” instando así que un masivo headbanging se instaurara en Mendizabalala. Efusivas y expeditivas como sus canciones. Ambiciosas y desbocadas como “Bessie”, como “Agitar” que, obviamente, lograría que la enfervorizada audiencia hiciera lo propio con puños y brazos o afilara los “Colmillos” cuando llegó su turno. El casillero de Violeta y Anxela, remarcado con una “X” mayúscula, pues completaron una notable actuación.

Bala
Dea Matrona

El rollo de Dea Matrona, joven cuarteto liderado por dos pelirrojas norirlandesas que alternaban bajo, guitarra y micrófono principal, era completamente diferente. Más dulce. Más delicado. Ahora, no se les puede negar arrestos, porque, como ha sucedido con bastantes artistas que han debido enfrentarse a un posible sofoco o deshidratación a esas horas en el escenario Respect, tenían al implacable Lorenzo emitiendo rayos ultravioleta sin remisión. Como diría Orláith Forsythe, la blanquecina y delicada piel de ambas comenzaba a adquirir rojizas tonalidades. En el trabajo de investigación previo supimos que, aparte de publicar varios singles y epés, este año han estrenado disco y cuentan con el aval de haber sido banda de apoyo de Foo Fighters y Sheryl Crow que actuaría al día siguiente. Y la gente, contenta pese a los enrojecidos cogotes. Ya que hablamos de la cantautora de Missouri, digamos que sin demasiadas expectativas nos acercamos al escenario God porque veníamos un tanto excitados (y con un reconstituyente bokata entre las manos) de la lección de coraje, actitud y orgullo que acabábamos de presenciar a cargo de The Pleasure Fuckers. Además, se podría decir que no procesamos gran fanatismo por Sheryl Crow a pesar de conocer parte de sus éxitos y reconocer que es una tía de sobrada popularidad. Ahora, ya que estaba a nuestro alcance, había que comprobar cómo se las gasta en directo y… Como muchas veces pasa en situaciones similares, nos tenemos que comer nuestras propias palabras porque ofreció un buen concierto y si en la ecuación añadimos que a la guitarra se hallaba el señor Audley Freed, pues, nada más que añadir, señoría. Sorpresa mayúscula nos llevamos cuando le intuimos bajo el sombrero y sí, era él. Sólo por esa circunstancia decidimos plantar la tienda de campaña (no es ninguna ironía por la ausencia de camping este año) y presenciamos el concierto hasta el final (si bien en las postrimerías cambiamos de ubicación por aquello de las urgencias y los nervios), lo cual fue un acierto porque acabaría resultando más rockero de lo que augurábamos, potente y dinámico, convertiría el recinto en un conjunto coral extraordinario en número que unánimemente entonó “Leaving Las Vegas”, “All I Wanna Do” o una “If It Makes You Happy” que se fusionó con una luna hasta ese entonces refugiada en un manto de nubes. En diversas fases cambió guitarras por el bajo, estuvo dicharachera con el personal y se ganó una sonada ovación con “Steve McQueen”, la guinda del pastel.

Sheryl Crow

Otra de las mujeres que actuó en el Azkena Rock Festival fue la belga Ghalia Volt que acudió en solitario al festival. Sin banda de acompañamiento que, como pudimos certificar meses atrás en otra convocatoria de similares características, funciona de maravilla, así que se nos presentaba la oportunidad de comprobar su propuesta como One Woman Band que tan bien y también desarrolla empleando las enseñanzas asimiladas en una de las cunas del Blues, Clarksdale. En el Trashville era la función, en el apartado techado de un espacio a cielo abierto. La guarida canalla. El comprimido ambiente de garito en un recinto desahogado que muy pocas veces hemos disfrutado porque su aforo siempre, o casi siempre, se completa en un abrir y cerrar de ojos. Pero en esta ocasión debíamos hacer un pequeño esfuerzo, y con suficiente antelación estábamos a las puertas de un chamizo que nos recibió como pronosticábamos. Con gente por las cuatro esquinas y como si de una sauna se tratara. Así es el Azkena. Tan pronto te encuentras entre cuatro paredes sudando la gota gorda como a la intemperie utilizando impermeables que te protejan de la lluvia, gafas o cremas solares que hagan lo propio con el deslumbrante sol o vestuario adecuado para las frescas madrugadas gasteiztarras. Eso sí, quienes suben a los escenarios repartidos, actúen de tarde, noche o madrugada, tengan el sol de cara o en la espalda o se enfrenten al púrpura abismo del Trashville se exprimen y entregan, cosa que hizo con maestría Ghalia Volt cuando se presentó por medio de «I Thought I Told You Not To Tell Them”, cuando utilizó con determinación el slide en “Meet You Down The Road” o convirtiera la madriguera en un cargado club de Blues con “It Ain’t Bad”.

Ghalia Volt

La siempre simpática, divertida y arrolladora Lisa Kekaula estuvo también en el festival, concretamente en la Plaza de la Virgen Blanca, ese lugar mágico en el que se celebran funciones al mediodía frente a un batiburrillo de curiosos, paseantes, locales, turistas, noctámbulos, madrugadores y azkenazales. Un perímetro animado y muy fotográfico no sólo por la extraordinaria belleza de su arquitectura o los icónicos ornamentos allí expuestos, sino por su indiscutible importancia en la sociedad gasteiztarra. Pues en tan emblemático emplazamiento el equipo organizador decidió un día, con gran criterio, retribuir a Gasteiz intentando trasladar a la ciudad parte del ambiente, las emociones o entusiasmos que se sienten en las entrañas de Mendizabala siendo Lisa & The Lips la banda encargada de estrenar el espacio el viernes 21. Puntuales aparecieron con la gradual “Come Back To Me” que una vez llegó a su cénit… La revolución, el éxtasis en el grueso del auditorio y suponemos que el asombro en las personas menos acostumbradas a estas confluencias que en cuestión de minutos se unieron al festejo motivadas, seguramente, por la fuerza escénica de una mujer que lleva en volandas al público tanto en las momentáneas expiaciones (“It Only Takes A Little Time” o “The Pick Up”)) como en los apremiantes alborozos (“You Might Say”, “Push” o “Mary Xmas” y que comanda una formación de indiscutible valor en la que todas sus piezas funcionan como un reloj suizo. Un sabroso aperitivo de Funk & Soul.

Lisa & The Lips

El jueves arrancaba la época estival, el tan ansiado verano con sus prolongadas horas de sol que tonifican la piel y… Va a ser que no. Esto es Euskadi, chaval. No siempre se cumplen esos preceptos, puesto que Mendizabala se inundó y con ello, varias alternativas se fueron al garete. Evidentemente, por nuestra parte. Nos consta que mucha gente se enfrentó a las inclemencias y poco le importunó la adversa climatología, ya que pudimos ver a lo largo de la noche rostros desencajados, semblantes de hastío y bastante contrariedad. La pesadilla, aunque las primeras advertencias ya se percibieron minutos antes, surgió con la banda Whispering Sons, una de las damnificadas y una a la que no pudimos prestar mucha atención durante la primera jornada. Una retirada a tiempo es una victoria, y esa es una máxima que cumplimos casi a rajatabla en muchos enclaves o contextos. El Azkena Rock es uno de ellos. Si entre el público sobresalen los impermeables, los chubasqueros, las capas de plástico y los colores chillones, es síntoma inequívoco de la situación. Un par de canciones (“Dragging” y “Walking, Flying”) de la banda liderada por una Fenne Kuppens que, cual camaleón, se fusionó con el chaparrón y el ambiente sombrío, y a ponerse a cubierto.

Whispering Sons
L7

Si hablamos de féminas, las L7 tienen su propia marca y un legado sin par. Teníamos que intentar meter el morro en las comprimidas primeras filas. El viernes teníamos que hacer un pequeño esfuerzo y adentrarnos entre el nervioso personal respetando, cómo no, a las personas que ya habían conseguido con suficiente antelación y empeño su puesto de vigilancia. No era para menos. En breves minutos actuaban en el escenario principal de Mendizabala, el God, las repetidoras L7 (estuvieron en 2015) que se encuentran celebrando el trigésimo aniversario de una de las piedras angulares del Rock, el fabuloso “Bricks Are Heavy” que no debería faltar en ninguna colección personal. Teníamos la obligación autoimpuesta de enfrentarnos al tiempo y retroceder treinta años, algo que afortunadamente bastante gente de esas saturadas filas de vanguardia no podría hacer, y decimos afortunadamente para aquellas personas que siguen, erre que erre, con el sambenito de la regeneración. Fábulas. Vacías afirmaciones que a un servidor no le terminan de convencer. Teníamos que alcanzar un sitio adecuado para conseguir alguna instantánea (no era el motivo principal, pero si se logra, mejor) y disfrutar un buen rato como tiempos mozos, pues las amazonas interpretaron, como era de esperar, el álbum de principio a fin conquistando así a la multitud. Ochenta minutos de recuerdos, ochenta minutos de trallazos como “Scrap”, ochenta minutos en los que pedimos “One More Thing”, brincamos con “Shitlist” y brindamos con “Diet Pill”, “Monster” y demás. Ochenta minutos de felicidad.

Mavis Staples

Sin duda alguna, la reina del Azkena Rock (con permiso de las reinas, que no estuvieron nada mal la noche anterior) fue la legendaria Mavis Staples que cautivó al personal desde que saliera entre ovaciones al escenario Respect con “City In The Sky”. La verdad es que nos habíamos concedido unos minutos para corresponder su visita pues imaginábamos que en el escenario Love los Pleasure Fuckers organizarían un buen escándalo, así que debíamos exprimir como fuera el reloj. Tremenda y soberbia. Como recordábamos. Con un prodigioso chorro de voz. Como recordábamos. Con Rick Holmstrom a su vera ofreciendo otra lección de categoría con su Telecaster y haciendo las funciones de director de orquesta. Como recordábamos. Con angelicales coristas y una sección rítmica que marcaba la pauta en “I’m Just Another Soldier” mientras la señora Staples, que recordamos tiene nada más y nada menos que ochenta y cuatro años, jaleaba al respetable a base de ‘yeahs’ y continuos gestos de complicidad. Pura pasión y puro corazón. Como recordábamos. Más tarde pudimos intercambiar impresiones con gente que se quedó petrificada con su fuerza, con su presencia, con su áurea y un torrente de Gospel y Soul que provocaría rogativas y alabanzas. Como recordábamos. De alas féminas se nos escaparon Tiburona y La Perra Blanco porque, aunque lo intentamos, fue prácticamente imposible, pero seguiremos con ellas ya que hemos mencionado un par de veces a la antigua banda del añorado Kike Turmix, The Pleasure Fuckers. Allí estaba con una flamante SG al cuello Norah Findlay, incluso saldría al escenario su viuda Marga junto a Manolo UVI para cantar “Socio de Satán” y “Un Papel Morao”. Se anunciaba como concierto exclusivo, y se montó una buena jarana. Habían pasado veinticinco años de su disolución y casi veinte desde la desaparición de Turmix. Había que honrar su memoria. Mike Sobieski, Barnaby Harrod, Ángel Ramos y Norah más un tío de la talla de Scott Drake hicieron posible la reunión y el respetable lo agradeció. El respetable fue respetuoso y se entregó como mandan los cánones. Por un momento nos revolvimos y lanzamos (mentalmente) patadas al aire al ritmo de “Super Real Fuck”, porfiamos seriamente con la guitarra lasciva de “Ripped To The Tits” y subimos al atrevido, atractivo y adictivo vagón de “Little Train”. Por un momento distinguimos pogos y nos zambullimos (de nuevo mentalmente) en ellos. Carpe Diem, que defiende un amigo que este año no pudo asistir al Azkena.

The Pleasure Fuckers
Detroit Cobras

Hablando de tristes pérdidas, de mujeres y eternidades: Rachel Nagy. Evidentemente, es insustituible. Evidentemente, Detroit Cobras sufrió una irreparable merma tras su fallecimiento, y la inclusión de la banda podía acarrear las típicas muestras de rechazo, perplejidad o simple indiferencia, pero como en el caso anterior, debíamos honrar su memoria. Superando el límite de velocidad permitida y adelantando a bastantes seres, nos situamos en el flanco izquierdo y casi de inmediato aparecería la guitarrista Mary Ramírez (una mujer más) acompañada del guerrillero Marcus Durant que desempeñaría el papel de la señora Nagy, lo cual entrañaba su dificultad. Un cometido peliagudo del que saldría airoso, porque el tío se amolda perfectamente como ya demostraría en 2018 formando parte de ese homenaje llamado MC50 que nos hizo llorar de emoción. Esta reunión parecía seguir similares premisas, y la extraordinaria “Midnite Blues” provocaría muestras de euforia nostálgica. Había un nosequé en el ambiente difícil de explicar, porque la audiencia estaba en una especie de limbo anímico que ni tan siquiera el divertido soul garagero “Right Around The Corner” parecía poder disipar y recurren a una inflamable e infalible receta como “Ain’t It A Shame”. Fabulosa. Felina. Sensual. O la fuertemente recreada “Cha Cha Twist” que aunó esfuerzos y glorias o “I’ll Keep Holding On” que convirtió el Love Stage en un animado guateque de épocas pasadas del que debíamos despedirnos, porque en breves minutos aparecería el señor Warren Haynes, y eso era innegociable. Dejaremos pendiente su narración, porque nos fijaremos en Barry Adamson y Glen Hansard, dos tíos con opuestas conductas y aquiescencias entre la gente y tías en sus respectivas alineaciones. El inglés en formato trío y el irlandés, como sexteto. La intervención del irlandés se debió hacer corta para quienes allí estuvieron y la del inglés, todo lo contrario. Recordamos que íbamos a toda prisa barajando dos, incluso tres paraderos a la vez y precisamente dosificamos Glen Hansard con los anteriores Detroit Cobras. El inglés era una curiosidad que no terminaba en cristalizar y el irlandés, un sobresalto duro de abandonar. El inglés saldría al escenario principal el viernes y el irlandés, al de enfrente al día siguiente. El irlandés arriesgó desde los primeros compases y el inglés parecía conducir con el piloto automático. El inglés tenía tantas suertes por abarcar que se quedó a medio camino y el irlandés tenía una idea fija dentro de su polivalente recapitulación de semilleros y modelos. El inglés, una pequeña decepción porque no enchufó al personal mientras el irlandés, que se ganaría el beneplácito de la mayoría, rayó a gran nivel.

Glen Hansard
Barry Adamson

Uno de los interesantes reclamos eran los hermanos McDonald, los Redd Kross, así que aprovisionados de valor y la conveniente capucha que nos resguardara de los severos rayos solares, nos acercamos al escenario Respect con suficiente antelación visto que la vanguardista fusión de blues señor Adamson no terminábamos en degustar. En cuestión de minutos, la gente estaba apelotonada frente a un escenario en el que adivinábamos un telón recogido sobre la guía de iluminación que no pertenecía a los californianos. Sería para los siguientes, para los murcianos que han abierto un buen cisma entre habituales del festival. Un amplio desfile de camarógrafos anuncia el comienzo y atrona (nunca mejor dicho) “Switchblade Sister”. El personal técnico va a tener que esforzarse, que barruntábamos, porque el sonido flojeaba, los graves saturaban de cuando en cuando y el micrófono de Jeff había pedido la baja laboral por asfixia. Por fortuna se fueron limando esos desajustes y ofrecieron un concierto en el que, además de viejas y conocidas canciones, presentaron alguna novedad como “Candy Coloured Catastrophe” que ya habíamos escuchado en el espacio cibernético. Y visto, ya que aparecerían con la misma vestimenta que en el video promocional, pero sin la guitarrista. Su primer concierto en cinco años, según señaló el bueno de Steve, y se pegaron un buen tute porque el sol, insistimos, no daba su brazo a torcer. Los reflejos eran constantes y los tíos debieron completar un setlist de campanillas con títulos como “Stay Away From Downtown”, “Annie’s Gone” y alguno más, porque…  

Redd Kross

Porque tras escuchar esa novedad salimos ipso facto hacia el escenario Love donde los psicodélicos The Rain Parade ya habían iniciado su función. Una de esas reservadas maravillas que puedes hallar en el Azkena Rock, si bien la banda ya tiene su recorrido y no son precisamente unos mozalbetes. “I Look Around” estaba sonando cuando llegamos con síntomas de fatiga, así que tomamos un pequeño respiro y… Y a sumergirnos entre la multitud, pues había que tomar algunas fotografías, había que tomar el pulso, recibir el impulso de la sugerente “Last Rays Of A Dying Sun” y absorber las relajantes fragancias de “Forgetfulness”, aspirar oxígeno y almacenar la energía contenida en las tres guitarras de “Blue” o zigzaguear con la mente por las fantásticas auroras u ocasos sugeridos en “Surprise, Surprise”, single de su reciente epé “Last Stop On The Underground” que seguía las mismas directrices que quienes estaban en esos momentos en el escenario Respect. La salida del epé estaba prevista para después del festival, cosa que ya ha sucedido porque este repaso viene con retraso, y conocíamos la canción por el inestimable aporte del universo binario. Unos minutos de trance previos a la agitación sufrida Donita Sparks, Jennifer Finch, Suzi Gardner y Dee Plakas tras la que decidimos hacer una breve pausa en el restaurante del concurrido parking de Mendizorrotza. Dos opciones teníamos al volver, y optamos por la más cercana, pues se encontraba en la entrada: The Black Halos. Bastante tiempo había pasado desde la última vez que vimos a Billy Bonito y sus compañeros, así que había ganas y cierta inquietud sabiendo, además, que el repertorio se centraría “The Violent Years”, disco que les proporcionaría grandes alegrías y auparía a privilegiadas posiciones en el círculo del Punk Rock. El comienzo vía “Some Things Never Fall” fue sintomático y revelador. Fue espídico. Fue atronador. Un fuerte impacto que causaría la réplica de la gente que no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer viendo que a continuación atacarían con “Jane Doe”. Sin embargo, y pese a que una estimable cantidad de público estaba disfrutando manteniendo las clásicas pugnas de pecho contra espalda y espalda contra hombro, había ciertas deficiencias en el sonido que no terminaban por contentar al resto de gente que se situaba en los laterales o en posiciones más alejadas. Las guitarras de Rich Jones y Jay Millette no gozaban de una buena ecualización, el bajo de John Kerns saturaba, los golpes de batería de Danni Action bloqueaban el tímpano y distinguir la Billy Hopeless era tan difícil como escuchar en una pecera. ¡Punk, joder! Ese grito lo escuchamos a nuestro alrededor y la tía tenía razón. ¡Punk, joder! Como si estuviéramos “Lost In The 90’s”, como si desconociéramos qué puede suceder en un concierto de “Underground”, ignorásemos los propósitos de “Last Of The 1%’ers” o no hubiéramos recorrido cuesta arriba cuesta abajo “50 Bourbon Street”. Tal vez el sonido no acompañó, quizás ellos se muestran más cómodos en pequeñas salas (en octubre se les espera de nuevo por aquí) y puede que ese viernes no estuvieran muy acertados, pero ¡es Punk, joder!  

The Black Halos

El plato fuerte del segundo día eran los Queens Of The Stone Age y para nosotros, que se nos atragantan los conciertos de madrugada pese a que era bastante golosa la posterior participación de Michael Monroe (más tarde nos soplaron que colaboraría con los Black Halos) capitaneando Demolition 23, a la postre se convertiría en el perfecto postre que aúna conceptos, fundamentos y sabores. Además sería la actuación de mayor seguimiento, lo cual venía a justificar el interés despertado, y al final se llevaron de vuelta a casa uno de los simbólicos galardones de la edición. Un gran espectáculo de luces y sonido para una banda que era reclutada por tercera vez ocupando así el primer puesto del ranking particular del Azkena Rock en cuanto a participaciones, claro. No hemos indagado en profundidad, pero pondríamos la mano en el fuego. Una manopla mejor, no vaya a ser que… Luego están, por supuesto, las clasificaciones confeccionadas desde visiones diferentes y personales. Seguramente, y en un amplio porcentaje, entrará esta última de QOTSA excelente en ejecución y extraordinario tramo final con un “No One Knows” de absoluta conexión entre oficiantes y asistentes y la guinda del pastel, “A Song For The Dead”. Absolutamente embriagadora. Letal, colérica. Desde nuestra posición veíamos melenas al aire, brazos alzados y cabezas que constantemente desaparecían y aparecían mientras los reiterados ‘ah, ah, ah ah’ del estribillo taladraban a la vez que exigían tu participación. Y en el escenario God, cinco tíos que debían estar agotados, porque habían ofrecido un compacto show en el que inspeccionaron gran parte de su discografía aunque el foco fuese “In Times New Roman…”, su octavo y último lanzamiento. Pero hubo tiempo de echar la vista atrás y recuperar sonados pelotazos como “Little Sister”, “Make It Wit Chu” (genialmente fusionada con “Miss You” de los Stones), “Go With The Flow” o “The Lost Art Of Keeping A Secret” que evidentemente, caldearon aún más a un público que estaba absorbiendo toda esa bacanal de luces, sonido y magistrales canciones que el dandy Josh Homme y sus compañeros Jon Theodore, Dean Fertita, Michael Shuman y Troy Van Leeuwen estaban interpretando. Habría quien echara en falta esta, esa otra o aquella y quien tuviera la sensación de encontrarse en medio de un sideral agujero con “Negative Space”. Habría quien recogiera el guante de “Paper Machete”, quien sintiera un repentino espasmo con “Smooth Sailing” o quien se abrazara al amor de “Misfit Love”. Había mucha gente, demasiados contrastes, variadas ideologías y temperamentos de todo tipo, pero había comunión en Mendizabala. Había una única y general respuesta a la ecuménica “I Sat By The Ocean” cuyo falsete se multiplicó por millares, ganas de mover las caderas con la sensualidad que pregona “Straight Jacket Fitting” e irrefrenables deseos por conquistar los confines de “Emotion Sickness”. Había, hubo y lamentablemente se acabó. ¿Habrá una cuarta?

Queens Of The Stone Age

El día siguiente, el sábado, el capítulo final fue, para nosotros, diferente en su conclusión. Como ya hemos apuntado, las actuaciones de madrugada siguen siendo nuestro talón de Aquiles aunque haya un par o tres que no pudimos eludir en años precedentes, caso de The Cult en su penúltimo concurso, caso de Gluecifer, caso de Daniel Romano o algún otro que se nos puede escapar, así que aplazamos para otra ocasión a All Them Witches. El turno de Band Of Horses no acabó por capturarnos y nos dejó cierto sabor agridulce puesto que tampoco tenemos en baja consideración a Ben Bridwell y sus compañeros, pero ya fuera por el cansancio acumulado, ya fuera por un repertorio que se nos hacía bola pese a que entre las elegidas estuvieran “The Great Salt Lake”, “Cigarrettes” u otras, o ya fuera porque escasos minutos antes estábamos poseídos en el escenario Love con los australianos Psychedelic Porn Crumpets… Cuando unos chavales utilizan el célebre entreacto “Nessun Dorma” de Puccini como introducción y la multitud estalla gritando ‘VINCERÒÒÒ… VINCERÒÒÒ… VINCERÒÒÒ…’, la fuerza gravitacional de la tierra ejerce sobre tu cuerpo tal absorción que es absolutamente imposible que puedas mover tu organismo salvo que sea para realizar compulsivos movimientos. Tremendos. Soberbios e imponentes. Era una de nuestras cartas, y sin duda los australes dieron sobradas muestras de un futuro prometedor, ya que su Underground es brillante, su densidad creativa es fascinante y su personalidad, aplastante. Como en otras ocasiones ya narradas, teníamos que estar, como mínimo, en el fragor de las primeras filas, en ese mágico lugar en el que se cuece todo, donde la gente se emplea al cien por cien, donde las potentes sacudidas de “Tally-Ho” agitaban prendas y pelajes y el requisito fundamental era, y es, mantener siempre la compostura con prójimas y socios con quienes mantienes amistosas contiendas. ¡Uff! Pogos, descontrolados headbanging, caras de estupefacción, una auténtica bestialidad llamada “Mundungus”, síncopes colectivos como “Lava Lamp Pisco”, psicotrópicas avenencias como “Gurzle”, y cedimos ante el empuje de las nuevas generaciones. La privilegiada posición, que conste, porque seguimos las evoluciones de los Psychedelic Porn Crumpets desde un flanco izquierdo más cómodo aunque concurrido como la trinchera central. Guitarras distorsionadas, contundencia rítmica, una buena dosis de frescura y un croché a la mandíbula. Un directo demoledor.

Psychedelic Porn Crumpets

Antes de que se despidieran, fuimos reculando para ver los últimos coletazos de St. Paul & The Broken Bones y cuando llegamos, había instaurada una buena fiesta regida por el resplandeciente Paul Janeway. Resplandeciente por su voz. Resplandeciente por la túnica que vestía. Resplandeciente por la atracción que ejerce sobre el auditorio. Resplandeciente por su inspiradora mezcla de Funk & Soul. Poco pudimos aprovechar, pero lo suficiente como para comprobar la categoría de la banda. Ahora, aprovechamos hasta el tuétano otra de nuestras apuestas. Esta era más segurola que la anterior, porque desde una maravillosa noche vivida, sentida y disfrutada hasta límites insospechados en la antigua sala Azkena gasteiztarra (actual Jimmy Jazz) el vienes 1 de abril de 2005 frente los extraordinarios Gov’t Mule, el señor Warren Haynes y, por supuesto, sus compañeros, tienen nuestra total admiración. Inenarrable experiencia. Presentación del festival que por aquel entonces se celebraba en septiembre y donde posteriormente actuarían. Sabíamos dónde íbamos o mejor dicho, conocíamos las peculiaridades de los conciertos de la banda, pero una cosa era haber leído sobre ello o haber visto algún video y otra muy diferente era estar en el meollo, sentir un fuerte escalofrío en el cuerpo que dudaría tres horas. Bueno, salvo un pequeño receso para estirar las piernas, fumar un cigarrillo (doce meses más tarde se acabaría el vicio), comer algo o tomarse un cafecito. Daba lo mismo. Estábamos en una nube, y esa plácida sensación se repite cada vez que tenemos la oportunidad de estar frente a él. Esta vez no iba a ser menos, porque coincidían una serie de factores y bastantes camaradas pululaban alrededor. ¡Shhh…! Junto al actual bajista de la Mula, Kevin Scott, el organista John Medeski, el baterista Terence Higgins y el saxofonista Greg Osby comienza con “Tear Me Down” de la madre nodriza y uno no podía dejar de babear viendo sus dedos, apreciando el Blues que brota de su Gibson dorada, o deplorando a las cotorras. Bueno, bien mirado, uno igual también incomoda buscando diferentes enfoques. Con “Man In Motion” aparece un leve sirimiri que podría haber obligado a retroceder, pero insistimos en el punto de observación porque no era una situación alarmante y enfrente estaba un hombre que nos ha proporcionado innumerables momentos de placer en cualquiera de sus vertientes. Con los Mule, con los Allman Brothers o en solitario. De los primeros reivindicaría, más la apertura, una sobria y deliciosa “Beautifully Broken” que a uno le supo a gloria porque en su interior guarda una serie de elementos que le confieren belleza y empaque, de su trayectoria en solitario “Invisible” o “Fire In The Kitchen” un tanto deslavazadas por el ambiente que se respiraba, por la aparente calma del escenario que se reflejaba en el semblante de la audiencia o por cualquier otro detalle, pero… Siempre hay un pero. Siempre existe la posibilidad revertir la situación. Siempre se podrá hallar la eternidad, y si en esa eventual cábala se encuentra Warren Haynes… Todo coincidía. El escenario God, el señor, un Patrimonio de la Humanidad como “Soulshine” de su etapa en los Allman y la magia. Las lágrimas del respetable y el respeto del cielo. La melancólica atención de la asistencia y las lágrimas celestiales. Sensacional y emocionante. Todo coincidió.

Warren Haynes Band
Ty Segall

Habíamos dejado el jueves en un interminable paréntesis, como si la intensa tromba de agua se hubiese llevado consigo los recuerdos. Simplemente nos obligó a replantearnos la estrategia a seguir, porque tras presenciar el accidental y nebuloso inicio de Ty Segall, debimos desertar maldiciendo en hebreo. El asunto tenía su miga. Por un lado teníamos un tipo que era una de nuestras opciones del primer día y por otro teníamos los pinreles pidiendo clemencia, puesto que estaban al borde de la hipotermia fríos y empapados. Podría parecer una exageración, pero no. Esos diez minutos escuchando los primeros lances del californiano por medio de “The Bell” o “Void” bajo el rabioso aguacero y la posterior huida a la intemperie, pese a ir provistos de indumentaria apropiada, fueron nuestra kriptonita. Después del obligatorio cambio de prendas y calzado, un poquito de alimento y un reconstituyente café calentito, pudimos volver a Mendizabala viendo que las aguas estaban más calmadas. Se dice, se comenta o se escucha en diversos círculos que hay dos Azkenas. Uno, el que ves y otro, el que te pierdes porque todo (o casi todo) sucede simultáneamente salvo el primer día que vas de este a oeste sin apuros ni urgencias con la excepción de un par de actuaciones en el Trashville. Pues en nuestro caso, el jueves perdimos una de nuestras bazas, pero afortunadamente pudimos aprovechar los últimos coletazos de Tarque y la Asociación del Riff que estaban convenciendo al público con su impetuoso material, pillamos plaza frente al escenario Gold donde rayó a buena altura Jane’s Addiction, y abandonamos en los últimos compases porque queríamos presenciar lo más cerca posible a Bonafide. Veamos. Llegamos al escenario Respect cuando el murciano estaba interpretando “Flores del Acantilado” y al verle en camiseta, como si estuviera retando al Dios Zeus, intuimos que se encontraba en la segunda mitad del show. Bueno, ni tan mal. Nos dio tiempo a comprobar sus magníficas cuerdas vocales y que es un animal del escenario, un tío que viene de vuelta, un tío que conoce los secretos de esta intrincada carrera en la que no se permite el más ligero traspiés. Y si encima a su lado se encuentra un tipo curtido en mil batallas como el señor Carlos Raya además de sus compañeros en M·Clan, ‘Chapo’ González y ‘Coki’ Giménez, pues el resultado no puede ser otro que Rock ‘n’ Roll en toda su dimensión (“Credo”), con todos sus desplantes (“Maldigo”), toda su euforia (“Pacto”) y su determinación (“Ahora y en la Hora”). Un cierre compuesto por el tándem “He vuelto para veros arder” y la rompedora “Donde nace el Rock and Roll” no está a la altura de muchos artistas, y por muchas insistencias sobre su pseudo comercialidad… Emplazamos a cualquiera de sus funciones.

Tarque y la Asociación del Riff

En cuestión de segundos el escenario God estaba presto para recibir a Jane’s Addiction. La gente estaba dispuesta a colaborar con el ínclito Perry Farell, a aplaudir sin cesar las acometidas de Dave Navarro, a acompañar las embestidas de Eric Avery y a dar golpes al vacío como si fuera Stephen Perkins. ¿Habría complicidad entre los cuatro? Pese al tiempo transcurrido, sus escaramuzas, tensiones y distanciamientos, ¿serían los de antes? ¿Conservarían la magia de sus años dorados? Pues “Up The Beach” igual no respondió a todas estas dudas, pero sin duda ayudó a alzar los brazos, a convertir la frialdad en torbellino y a reconciliarse con personas un tanto reticentes a su inclusión en el festival. Tras su primera desbandada, los intentos por retomar la sociedad resultaron infructuosos y quizás por este motivo no toda la afición estaba convencida, pero… Volvemos con los peros, las excusas y las clausulas. Retrocedemos al pasado con “Whores”. Nos congratulamos de poder estar presentes cuando “Pigs In Zen” resolvía alguna de las incógnitas y… Farrell se acerca a Navarro brindando con su copa de vino. Cómplices sonrisas y el público se emplea a fondo, porque el arranque estaba siendo suficientemente revelador. Tal vez Farrell no conserve la voz de antaño, pero su figura impone y no ha perdido un ápice de carisma. Quedaría demostrado en “Summertime Rolls”, una bella serenata que ayuda al consuelo siendo adornada visualmente con radiantes juegos de luces que convergían en un horizonte nublado al que amonestaban, advertían y quizá maldecían mientras Navarro refrendaba su posición en el olimpo de guitarristas o las activas baquetas de Perkins generaban la potencia suficiente como para alcanzar otro edén. Acto seguido Avery cambiaría el bajo eléctrico por una guitarra acústica y la majestuosa “Jane Says” convirtió Mendizabala en un gigantesco orfeón que debía echar el resto, puesto que el día había sido duro, la noche no dudaría demasiado y la ceremonia de Jane’s Addiction se estaba convirtiendo en uno de esos momentos que perdurarán en la memoria de un público que se exprimió en “Mountain Song” y en “Stop!”, advertencia que ni mucho menos aplacaría sus ánimos, pues se montaría un buen jolgorio que en el sector delantero sería de extremada actividad.  

Jane’s Addiction

Sobresaliente concierto en el que la entrega por ambos lados abrumaba, sin embargo decidimos abandonar en los últimos compases porque queríamos estar lo más cerca posible frente a Bonafide. Vale, sí, hemos venido indicando que tras la medianoche podemos sufrir el síndrome Cenicienta, pero la jornada había discurrido por otros derroteros y debíamos aprovechar las ventajas del calzado que sin ser de cristal, era el adecuado. Desde la distancia, y una vez ubicados tras la valla antiavalancha del escenario Respect, pudimos ver y escuchar los tambores y aullidos finales de “Chip Away” al tiempo que el amigo Pontus Snibb comprobaba pedales y afinaciones de su Stratocaster y a la hora señalada, cosa que se cumple escrupulosamente en estos tinglaos, preguntaría a la gente reunida “Are You Listening?”, y a partir de ese instante… Una descarga de decibelios. Un continuado desfile de cañonazos vía “Dirt Bound”, poderosas guitarras a través de “Hero To Zero”, efusivas cadencias como las de “Suburb Baby Blues” o precisas convulsiones establecidas en “Loud Band”. No deja de ser Rock ‘n’ Roll. No deja de ser subjetivo. No deja de ser cuestión de pareceres, gustos o inclinaciones. No deja de ser tan voluble como las estaciones del año, tan cristalino como enigmático o tan sutil como exuberante. Simple Rock ‘n’ Roll. Estandartes de todo tipo y creadores de toda calaña. Y como a uno, que es más raro que un perro verde, le sigue y seguirá aburriendo la sentencia de ‘no inventan nada nuevo’, pues sigue pensando que si hablamos de inventores o forjadores, nos deberíamos remontar al siglo pasado, a los cruces de caminos y todas esas leyendas. Por no hablar de la infinidad de géneros, variaciones y fracciones que encontramos en este descomunal universo sonoro. Para inventos, la oficina de patentes, fabricantes y copyrights. Esto es Rock ‘n’ Roll. Por cierto, buen invento el Azkena Rock.      

Bonafide

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