Viernes 14 y sábado 15 de junio de 2024 en Bilbao Arena, Bilbao

Difícil, muy difícil condensar todas las emociones, los sobresaltos, las sorpresas, los regocijos, las carreras o los alborotos vividos en la pasada edición de BBK Bilbao Music Legends en una imagen o en una escueta anotación. Difícil, muy difícil ofrecer una justa o única valoración porque, como cualquier evento de tal envergadura, hay demasiadas cartas sobre el tapete, demasiadas variables y demasiadas situaciones. Difícil, muy difícil encontrar cierto equilibrio cuando posteriormente salen a relucir diferentes y hasta contrapuestos puntos de vista sobre todo tipo de venturas. Sobre el sonido o la iluminación, sobre los precios de las consumiciones, sobre los tiempos de espera, la poca atención ofrecida a X artista, la aglomeración en según qué caso… En fin. Lo de siempre. La misma cantinela de la resaca porque, recordemos, acude mucha gente, lo cual significa, directamente, diversos humores y demasiados contrastes. No obstante, acudimos en manada a estos festivales a pesar de los pesares y a pesar de intuir la concentración humana que vamos a tener que soportar una vez nos hayan colocado la pulsera acreditativa. A partir de ese instante, entras en un parque de atracciones donde tienes a tu disposición la gruta del misterio, vertiginosas actividades, singulares diversiones, artilugios espectaculares, zonas temáticas y rincones mágicos. Y en nuestro caso, o en el caso de congruencias del pelo, Rock ’n’ Roll, que en definitiva es misterioso, vertiginoso, divertido, espectacular (multi)temático y mágico. Ni mucho menos vamos a realizar un exhaustivo estudio sociológico en relación al festival o los festivales, pero de alguna manera debíamos comenzar nuestro repaso a un Legends que acogió un gran número de gente (sobre todo en las funciones tochas) obteniendo así buenos resultados.

Si la numerosa jornada inaugural del BBK Bilbao Music Legends concluye con una extraordinaria salutación como “Hello From Venus” con bastantes brazos en alto y un buen porcentaje de público encantado, pues miel sobre hojuelas que dice el acervo popular. Bueno, bajo nuestro subjetivo e intransferible punto de vista que dista de unas cuantas impresiones de colegas con los que pudimos conversar en el tramo final de la actuación o mientras encaminábamos hacia la salida ya de madrugada. Como en botica, habrá de todo y hemos podido comprobar que la disparidad de criterios respecto a la intervención de la banda de Nashville es general, lo cual supone que, uno: sin duda, es una banda querida y respetada, una banda que ha mantenido un público fiel pese a sus décadas de sequía. Dos: había ganas, ya que su gira de retorno que pasó por aquí el año pasado puso los dientes largos a quienes estuvieron (estuvimos) en alguna de sus funciones, pero desgraciadamente, en esta ocasión los sentires sobre el ejercicio no coincidían tanto. No vamos a estirar más la cuerda, no vaya a ser que casque por alguno de los extremos, pero escuchar el arranque de The Screamin’ Cheetah Wheelies con la excelsa “Magnolia”, palidecer con himnos generacionales como “Boogie King”, “Gypsy Lullaby”, “Messenger’s Lament”, “Shakin’ The Blues” o la maravillosa “Sister Mercy” que te provoca un impresionante espasmo en el aparato locomotor, es un regalo para los sentidos. Comprobar la cantidad de recursos de los dos guitarristas, los señores Bob Watkins y Rick White, el rango de las cuatro cuerdas del señor Steve Burgess y de las vocales del soulman-showman Mr. Mike Farris o el rotundo mando del señor Terry Thomas desde la retaguardia, pues a servidor le suponen una inmensa sensación de satisfacción sabiendo, además, que hablamos del último concierto de los adorados Wheelies. Bueno, eso diría Mike Farris en el transcurso de un concierto que seguimos valorando en su justa medida, porque debe ser una bajona de proporciones incalculables contemplar cómo un auditorio antes resplandeciente, activo y colmado, disminuye en los tres apartados. Aun así, lo disfrutamos, pues las canciones de estos tíos nos siguen produciendo un volcánico efecto, que era lo que perseguía Farris cuando interpretó a capela el clásico “John The Revelator”. Ahora, a nosotros nos puso las pilas. Al igual que “Father Speaks”, “Halcyon Days”, “Majestic”, “Good Time” o “This Is The Time”. Esa fue la hora para soñar, flotar, recordar, celebrar y gozar.


Susan Santos sería la encargada de abrir el festival, con su blues desértico y sus buenas maneras, dejando a buena parte del público que poco a poco iba llegando al Bilbao Arena satisfecho por su actitud y por excelentes canciones como “Dirty Road” o “Skin And Bones” con la que bajaría del escenario en el momento del solo. Tiene su aquel ser la primera, puesto que el aspecto técnico está todavía por pulir, o al menos esa sensación nos produce habitualmente y más o menos eso le sucedió a la extremeña que debió sobreponerse a volúmenes, acoples, descompensaciones y demás. Recordó que su último elepé está fresquito y que le congratulaba ver entre la asistencia unas cuantas camisetas de “Sonora”, exprimió la Telecaster en “Rattlesnake” y demostró sus facultades en una “Let It Ride” final que acaparó grandes elogios. El espacio exterior denominado Voodoo Child dedicado a bandas locales, lo inaugurarían Arnau & The Honky Tonk Losers, formación que en función de las agendas de unos integrantes que compatibilizan varias formaciones, varía en número pero nunca en entrega y esfuerzo porque nunca defraudan. Son un valor seguro y por ello van a tener un verano movidito en cuanto a conciertos o festivales que han solicitado sus servicios. Y si les llaman, por algo será, ¿no? Porque como acabamos de decir son totalmente fiables en las distancias cortas, porque su propuesta de reminiscencias camperas, melódicas armonías y acento americano incluida en su estreno, “First Of All”, tiene un largo recorrido y porque canciones como “The Lonesome Way” o “The Mountain Boy” son un pasaporte para llegar muy lejos. Entre el personal, rostros sorprendidos y rostros complacidos. Buena señal.

The Jayhawks es una formación que por sí sola arrastra un montón de seguidores. Una formación de gran poder de convocatoria y eso se pudo comprobar porque el metro cuadrado comenzaba a cotizar en bolsa. Referentes de la llamada Americana, los de Minnesota demostraron ser unos apasionados de su vecino de Ontario, el viejo Young, en canciones de múltiples fisonomías como la inicial “Waiting For The Sun” o la inmediata “I’m Gonna Make You Love Me” que de alguna manera revelaban como transcurriría su intervención. Medida. Distinta. Flemática. Con nítido sonido y parca iluminación que en cierta manera deslucía la cuestión visual pero, entre nosotros, tampoco son unos tipos que se meneen demasiado en el escenario, pero en su defecto poseen una colección de joyas en forma de canción de gran valor. Canciones como “Dogtown Days”, la templada “Tampa To Tulsa”, la coreada al alimón por el personal “I’d Run Away” o la coreadísima “Blue” que es uno de sus santo y seña que no podía faltar. Hablando de señas, dar cobertura y apostar por el producto de kilómetro cero en un festival de estas características, es un gran acierto por parte de Dekker Events, organizadores del tinglao junto con la entidad bancaria. Tocaba el turno de la banda de Sopelana Ziin & The Melody Breakers que, sin haber escuchado demasiado, debíamos atender porque nosotros también somos firmes defensores de la escena musical local. Hacia la segunda mitad de su actuación, esta se vería diezmada porque The Pretenders, uno de los incuestionables reclamos de la edición, venían al botxo a demostrar su estatus. Ahora, al conjunto bizkaino no le vamos a quitar mérito puesto que se vaciaron y dejaron alto el pabellón con aclamadas versiones caso de la célebre “Crossroads”.

Sobre Chrissie Hynde y sus actuales compañeros solo podemos corroborar el magnífico estado vocal de una mujer que con setenta y dos años todavía tiene carrete. Impresionante su forma. Impresionante su carisma. Impresionante su autoridad, su conducta y la de sus tres acompañantes, pero nos centraremos en el guitarrista James Walbourne que se llevaría multitud de elogios por su derroche de facultades. El año pasado tuvimos la oportunidad, después de un porrón de años, de volverles a ver y no es cuestión de poner una balanza, pero siguen a lo suyo. Siguen lanzando dardos envenenados como “Back On The Chain Gang”, siguen ofreciendo románticos abrazos con “I’ll Stand But You” y siguen teniendo muy presente que en sus repertorios tienen cabida nuevas composiciones como “Losing My Sense Of Taste” o “Break Up The Concrete” aun sabiendo que el público enloquecerá con “Kid”, “Don’t Get Me Wrong” o la mayúscula “Middle Of The Road” con la delirante armónica final. En el pódium.Antes de la aparición del quinteto de Nashville, otro quinteto que nos tiene abducidos en su psicodélico maná, con sus envolventes melodías de Mojave, sus dulces armonías de Laurel Canyon, sus progresiones hippies o su variopinto surtido de pastorales británicas: Sotomonte, Sotomendi o Sotomountain que manejan entre ellos o entra camaradas. Una absoluta maravilla. Una sobrada. Una suspensión mental. Una estimulante sensación que hemos intentado narrar cuando se nos ha presentado la oportunidad y que, por mucho que nos esforcemos en describir, nunca es suficiente. La mejor descripción, la propia. Reforzará su espíritu y todo ello obrará en su beneficio. Percibirá el poder medicinal de un compuesto orgánico como “For What Is Done In Darkness”, las tonificantes fragancias de “Moral Blindness” o los estimulantes conjuros de “Culture For Vultures” y conectará con sus polifonías, con sus pláticas y sus sortilegios. Un auténtico lujo para la escena local contar con una banda de tal calibre formada por gente de impoluta hoja de servicios como Jokin Salaverria, el chamán y bajista de la congregación, los canónigos y guitarristas Miguel Moral y Xabier Badiola, el ministro y organista Alberto Trigueros y el custodio de campanas y timbales Unai G. Kortazar que, de momento, tienen firmado un excelente prontuario y que ya van, de hecho acaban de lanzar una campaña de crowfunding en la plataforma Verkami, por su segunda tentativa llamada “Decadence & Renaissance” que, por supuesto, adelantaron por medio de tres piezas de orfebrería musical como… Esa información la obtendrán ustedes colaborando en dicha campaña. Háganse un favor y concédanles una oportunidad. No se arrepentirán. Acto seguido aparecerían sus excelencias The Screamin’ Cheetah Wheelies a quienes debíamos audiencia y a quienes hemos dedicado las primeras líneas.


La sabatina y final jornada de la edición fue, como presentíamos, intensa, animada, multitudinaria y muy abigarrada. Tampoco había que ser demasiado perspicaz para tal augurio, porque el día anterior ya dijimos que el trasiego humano había sido cuantioso y esperábamos que se pudieran superar los guarismos debido, fundamentalmente, a nombres como Deep Purple o Canned Heat sin desmerecer, ni mucho menos a los suecos Blues Pills, al navarro Petti o al rocoso bloque de bandas locales formado por The Ribbons, Nevadah y Kinki Boys. Pese a que tan sólo hay dos escenarios dispuestos y que las intervenciones se suceden unas a otras cuasi milimétricamente, consumes calorías andando, bailando o buscando diferentes posibilidades para encontrar un rincón óptimo donde seguir el ritmo de quienes imponen el ritmo que, por cierto, fue bastante dinámico en todas las actuaciones. Por parte local, extraordinario, competente, agitador, obstinado y vigoroso mientras en los aristas que lucen gran tipografía en carteles y demás ofrecieron grandes momentos a un público que, evidentemente, iba predispuesto a quedarse afónico y a recordar tiempos mozos cantando hasta la extenuación clásicos como “Highway Star”, “Hard Lovin’ Man”, “Lazy”, “Smoke On The Water” u otros de los británicos o “I’m Her Man”, “On The Road Again”, “One Last Boogie” de unos californianos que recordaron con nostalgia y orgullo su paso por el histórico Woodstock, conquistando al personal por su inquebrantable juventud y deteniendo muchos relojes con sus balsámicos ecos hippies, su Blues sesentero y su legendario Boogie que sin duda hizo las delicias de la gente congregada. Por algo la denominación de origen Legends, ¿no? Pero ni mucho menos fue la primera gran actuación, porque el beratarra Petti acompañado de los hermanos Telletxea en bajo y batería (Iñigo e Igor respectivamente) y el siempre expresivo Joseba Irazoki como guitarrista, sería el encargado de catequizar a la asistencia con su profundidad vocal y musical por medio de medicamentos para la ansiedad como “Eroriko naiz”, “Bakardadea ehizan” o “Galdera trinkoak”.

Con un comienzo de tal naturaleza, complicado lo tenían los siguientes participantes, pero el nivel mostrado durante toda la tarde-noche-madrugada fue más que notable en ambos escenarios. The Ribbons salió a por todas en el espacio Voodoo Child con una Bea, como siempre, pícara y desatada que guió a la multitud a su particular “Metaverso” de frecuencias punks y secuencias pop que fueron fervorosamente aclamadas. Bullangueras en “Brand New Woman” (hay mayoría femenina así que…), revoltosas en “Hey You Baby!!” y cordiales con quienes más tarde finiquitarían la aportación local por medio de “Kinki Girl”. Estábamos disfrutando con la banda pero, teniendo en cuenta que ya hemos sido testigos de sus performances otras veces y que en breves minutos saldrían los míticos Canned Heat que tenían que saldar una deuda desde la edición anterior… Uno más uno son dos. Doce meses de espera son muchos meses, y la gente arremolinada con bastante antelación en unas saturadas primeras filas, daba muestra que había nervios por ver a uno de los estandartes de este ensueño real nombrado Rock ‘n’ Roll. Muchas cosas sucederían en su comparecencia, porque se podía ver infinidad de rostros indemnizados con la presencia de una banda que en sesenta años ha contado con un sinfín de músicos en sus filas. Sin embargo, de todos ellos, el carismático y añorado The Bear perpetuaba la figura del querido e inmortal Oso. ¡¡Cómo habría disfrutado Manu Monge este concierto!! Seguro que tanto como nosotros, seguro que tanto como la gente que aplaudió hasta la extenuación el pasaje instrumental “East/West Boogie” de “Finyl Vinyl”, su reciente trabajo, se desmelenó en “Going Up The Country”, sucumbió ante los encantos de la tradicional “Rollin’ And Tumblin’” o vibró con la mítica “Woodstock Boogie” cuya letra modificaron como dedicatoria (o recompensa) a Bilbao. Y sí, muchas cosas sucedieron, varias generaciones se asociaron y muchos agradecimientos se escucharon en ambas direcciones, pero hay que reconocer que Fito de la Parra, Dave Spalding, Jimmy Vivano y Rick Reed ofrecieron un soberano concierto.

Y tras el pelotazo de los californianos, volvemos al exterior para presenciar otro pelotazo, esta vez de unos chavales de Durango que nos dejaron sin aliento. ¡¡Buah, chaval!! Que se adivinaba en las expresiones de unas filas primeras filas enganchadísimas por el derroche de energía de los chicos de Nevadah. Un torbellino. Un frenético y refrescante directo (valga la redundancia) directo con el que dejaron boquiabierta y con necesidad de recibir respiración artificial a buena parte de la aturdida audiencia. Saltos, aspavientos, bravatas, duelos guitarreros, desenfreno y actitud en su quinta potencia. Una auténtica salvajada en la que interpretaron, entre otras, “A Thought Leads Me To You”, “Bazapiztia” o “Vultures”. Habrá que seguirles la pista, aunque ya incluimos el año pasado su disco “Still Goes On” en las típicas tópicas listas anuales. Tras un rápido refrigerio mientras nos ubicábamos correctamente, nos dirigimos al escenario central. Era hora de presentar nuestros respetos a Deep Purple, de hacer gárgaras y calentar las cuerdas vocales con uno de esos conjuntos que es Patrimonio de la Humanidad. Cuando unos tipos talluditos como los Ian, (Gillam y Paice) Roger Glover, Don Airey y Simon McBride aparecen tras la introducción con “Highway Star”… Nada más que añadir, señoría. En ese momento sabes o presientes que se va a formar un buen pitote en los próximos minutos que te gustaría fuesen horas, pero en estos espectáculos el tiempo de cada participante está muy controlado. El recinto, a rebosar. La muchedumbre, en éxtasis total. Mientras interpretaban maravillas tipo “Into The Fire” o “Uncommon Man” retrocedíamos inconscientemente unos cuantos años y… Volvía la consciencia al ver a la gente implicada, al ver a la gente alborozada, al ver a la gente que pedía más. Y hubo más. Hubo celebraciones, hubo histeria controlada, hubo agradecimientos desde arriba y acalorados arrebatos desde abajo y hubo, sobre todo, felicidad y comunión porque se pudieron escuchar himnos y se pudieron glorificar adaptaciones como “Green Onions” o la vitoreada y festivalera “Hush” que daría paso al final con la emblemática “Black Night”.

Después de la descarga, bien habría venido un poco de calma o al menos un impasse más sosegado, pero esa posibilidad ni se contempla si los siguientes en aparecer entre la espesa neblina del Voodoo Child son el trío Kinki Boys, a quienes habíamos dejado en un limbo circunstancial por aquello de la deferencia por parte de sus partenaires The Ribbons. Pues como es sana costumbre o simple tradición en Vila, Marga y Mikel, se marcaron otra gran actuación plena de carácter y chulería bien administrada con insinuaciones como “Mi Santidad”, “Amor Paranormal” o “La Ría” que no eran tal, sino que eran alucinantes combinaciones de pulido punk. Grandes. Y para rematar jornada y edición, los suecos Blues Pills que nos volaron la cabeza a quienes afortunadamente no desertamos con su alma psicodélica, su nórdico blues, su extraordinaria solvencia y el desbordante talante así como vozarrón de su vocalista Elin Larsson que se manejaba perfectamente entre los descomunales agudos de “Proud Woman” y los penetrantes ‘uh uhs’ de “High Class Woman” que generaron gran respuesta, entre la espirituosa excitación que provocó “Black Smoke” o la fogosidad de “Dust” manipulando a su antojo al absorto personal en cualquiera de los números. Sin ir más lejos, en la bella epopeya “California”. Ahora, sus compadres no le van a la zaga, porque Kristoffer Schander se comportaría indómito con las cuatro cuerdas, André Kvarnström dio una auténtica lección con las baquetas y Zack Anderson… Sencillamente genial con una guitarra que sacaba chispas y a la que trataba con suma delicadeza y efectividad. Como el show. Como el broche de oro al festival por medio de una estratosférica “Devil Man”. Con estos mimbres, el cesto tiene gran porvenir, algo así como el que tiene por delante el Legends. Ya falta un día menos para volver.


