El último disco de Will Hoge es un trabajo en solitario en toda regla. Vamos, el clásico Juan Palomo ya que él mismo se encarga de los instrumentos (piano, guitarra y armónica), de su producción y evidentemente, de la composición de unas canciones que siguen describiendo la vida en toda su extensión, siguen inspeccionando el alma, siguen estimulando la conciencia, siguen abrigando en instantes de angustia, siguen apelando al esfuerzo y la confianza y siguen fortaleciendo el corazón. Al fin y al cabo, las canciones son la miga de este asunto, ¿no? Porque el rock and roll, la música o el arte en general son una especie de máquina del tiempo que nos sitúa en diferentes lugares o diferentes contextos junto a diferentes personas que en cierta manera han marcado nuestro camino gracias, en un alto porcentaje y en este caso, a las canciones. Sentimentales, reparadoras, pegadizas, mordaces, sensuales, macizas, revolucionarias, románticas, críticas, sombrías, turbulentas, decididas, elocuentes, auxiliadoras, profundas, reflexivas, alegres, nostálgicas, comprometidas, efusivas, imperecederas… Pues parte de estos estos calificativos, además de las acostumbradas conexiones con otros artistas que en cierta manera nos orientaron hacia su encuentro, son los que cierto día nos impulsaron a sumergirnos en los purgatorios sugeridos por el señor Will Hoge y ahí seguimos. Engatusados con sus preceptos. Entregados a sus realidades, cautivos de sus canciones.
Ese es otro gran rasgo exclusivo de las canciones: la evasión, el hallazgo de la privativa soledad, la detención del tiempo aunque a nuestro alrededor el movimiento sea constante o el estrés cotidiano imposibilite ciertas treguas, algo que afortunadamente sucederá en esta ocasión y durante los diez números que componen “Tenderhearted Boys”, puesto que se trata de un disco reflexivo, melódico y conmovedor. Probablemente no sea el arquetipo de rock enérgico en el aspecto rítmico o en su entramado instrumental, pero su carga lírica resulta estremecedora; la energía procede de sus ecos y recovecos. De su fortaleza argumental. De canciones como la analítica “Deadbolt”, elegida para emprender un viaje que se presiente estimulante dada su reposada cadencia. De canciones como “End Of The World”, que pese a un epígrafe un tanto apocalíptico e irónicos versos sobre la deriva humana enfatizados con la única compañía de un piano suplicante, conserva un trasfondo melancólico y esperanzador ya que, como dice, ‘If it’s the end of the world, I just wanna spend it with you’. De parábolas como “Some People” donde el concurso de una fugaz armónica intensifica el mensaje socarrón sobre algunas personas, o de la propia titular que cierra el álbum mirando al futuro con optimismo. Bien mirado, todas estas consignas están examinadas en el fecundo repertorio de Will Hoge, un hombre que basa su trabajo en la voluntad del ser humano, en la defensa de la clase trabajadora y en causas que un servidor califica nobles.
Al igual que otros muchos cantautores de la prolífica cantera estadounidense que evitaremos mencionar porque sería demasiado extenso el índice, demasiado obvio y la verdad, uno procura evitar recurrir a terceros cuando habla de alguien en concreto, el señor Hoge maneja con astucia y prudencia las dos vertientes del rock and roll o para ser más precisos, la furia y la pasión. Alguien pensará que son equivalentes y si bien no le falta razón, podrían mantener ciertas distancias. Ambas son patrimonio del rock and roll y ambas pueden llegar a ser polos opuestos. Por un lado, el dinamismo de un exultante rock and roll como “I Still Got It” que sugestiona por la vibrante descarga de su animada acústica, y por otro, la sobriedad de “I’d Be Lying”, una de esas canciones que someten por su delicadeza, por las ostensibles cicatrices, sus enmiendas y sus sensatas muestras de superación. Por un lado, la furia intrínseca de espacios en los que la audiencia exterioriza su fervor bailando, saltando, coreando o compartiendo felicidad mientras el slide de “Accountable” hipnotiza, y por otro, la sustantiva pasión de cualquier anfiteatro de localidades y tapicerías escarlatas, tenues iluminaciones y entrañables ambientes donde las canciones de Will Hoge exhiben todo su esplendor.
Centrémonos en este estrado que, aun pareciendo frío o improcedente para estos menesteres, es sumamente eficaz y supura tanto rock and roll como el anterior. Al menos uno mismo lo cree. Ingresaremos así en la dimensión de la emotiva “My Daddy’s Eyes”, en su oratoria, en su memoria, en sus silencios, en sus alusiones y en una belleza que se encuentra en la compleja simplicidad de su escritura y posterior interpretación. En sus refinados teclados, en el entrecortado y conmovido timbre vocal, en el afectuoso entorno creado y en el reconocimiento a la clase trabajadora que lucha por subsistir con dignidad. Los ojos del padre, la constancia de la madre, el afecto y la gratitud. Por algo es la más desarrollada del paquete y por algo se clava en el subconsciente. Soberbia. Escalofriante. Penetrante como la mirada experimentada que aconseja, advierte e imprime carácter. Una delicia de canción que viene a demostrar el enorme valor terapéutico de unas rimas y unas notas sin espectaculares ornamentos o relucientes componendas. Algo similar sucede en el alegato (autobiográfico quizá) sobre la vida nómada “You Love Me Anyway” en el que una guitarra eléctrica arremete con autoridad sobre la melodía acústica o en el susurro campero “Good While It Lasted” donde resplandece la sencillez y aflora la sensatez de un individuo de extraordinaria capacidad narrativa que, a lo mejor, no tiene la estrella de otras figuras del firmamento, pero sin duda irradia una luz especial.
