Martes 20 de febrero de 2024 en Kafe Antzokia, Bilbao
Un hombre con genio e ingenio. Un hombre emotivo y emocional que convierte lo ordinario en extraordinario. Un tipo templado, temperamental. Un amigable terapeuta que te receta un “Rexanimarum” contra la ansiedad, un psicodélico ilusionista que te traslada en “Woman At The Well” a otra realidad o un pastor de almas que conmueve a la asistencia divulgando “Shadowland”. Así es o así vemos a Israel Nash, un tipo por el que profesamos, al igual que a otros muchos artistas de variado pelaje y múltiple predicado, profundo respeto. Una de sus grandes virtudes, por cierto: el predicado. Lo podríamos dividir en dos apartados. Obviamente, el primero no puede ser otro que sus profundas y analíticas canciones que hablan, principalmente de amor, de la búsqueda de amor, del amor a la tierra o una tierra, del amor a Dios o un Dios cualquiera, del amor recíproco o el amor no correspondido y por supuesto, del desamor, de la sinrazón del ser humano y toda la retahíla de evidencias o detalles sobre la pérdida de amor por parte de gente sin escrúpulos. Como segundo apartado, el parlamento, los discursos o las homilías que van en misma dirección del punto anterior, no en vano, de casta le viene al galgo puesto que es hijo de un reverendo baptista. Esas bondades se pudieron comprobar anoche en un Kafe Antzokia que recibiría un buen número de fieles que desde la apertura de puertas fueron (fuimos) paulatinamente ingresando al Antzoki y colmando unas primeras filas en las que se apreciaba cierta impaciencia que cristalizaría en satisfacciones, en réplicas, agradecimientos y aplausos.

El último recuerdo que teníamos sobre él entre tramoyas y amplificadores databa de casi dos años atrás, en la explanada de Mendizabala, en Vitoria-Gasteiz. Aquella vez fue bajo unos rayos de sol que se colaban entre nubes que anteriormente habían descargado toda su ira. Anoche fue diferente. Anoche la ira se convirtió en sosiego, en paz y armonía al tiempo que la soleada extensión fue sustituida por la intimidad de un recinto, al igual que el Azkena Rock, habituado y familiar, pero techado; intercambiamos la luz solar por los focos, la vespertina y multicolor audiencia por otra que se adivinaba en sombras, los paisajes por las percepciones y los aromas por las fragancias. La liturgia del rock and roll. La comunión entre oficiantes y concurrentes en la que todo sucede en un vertiginoso y placentero santiamén. Pues anoche todo sucedió en cien minutos de fervor, entre una bucólica introducción a “Can’t Stop” y el distorsionado duelo final de “Rain Plans” entre Eric Swanson (pedal steel, órgano y guitarra) y Curtis Roush (guitarra) que sabíamos sería la despedida porque es tradición en el barbado caballero y porque en su presentación lo había dejado claro entre síntomas de exaltación y pena entre el personal. Ejecución sublime, of course, como el resto de un ejercicio impresionante, prácticamente inenarrable por unos cuantos motivos.

Veamos. Todavía estamos enclaustrados en ese reconfortante purgatorio que visitamos gracias al bueno de Israel. En una tercera dimensión que en cierta manera nos impide imaginar algo que no pertenezca a las estrellas, la gratitud o las ensoñaciones. En un estado febril o de embriaguez (resaca tal vez) que este mozetón nos transmitió con sus dulces reproches o sus penetrantes misivas. En un introspectivo déjà vu divisando las montañas, fotografiando los atardeceres o escuchando los ecos de su Ozark natal. Levitando aún con la atmosférica e impactante historia de “Lost In The Highway” iniciada prudentemente a dúo y finiquitada a todo volumen por un quinteto completado, aparte de los ya nombrados, por el bajista Jesse Ebaugh y el baterista Alex Marrero. Llorando de felicidad por haber sido testigos de una actuación que, como esperábamos, capturó a la gente allí presente debido a un repertorio circular y circundante y a una banda que demostró coraje y un nivel considerable. Calmando los ánimos después de la tempestad producida por un “Mansions” descomunal. Volando (mentalmente, claro) hacia “Baltimore” o cayendo en las melancólicas redes de “Pieces”. Pensando en aprendizajes, enseñanzas o hipótesis que salen a relucir en circunstancias similares. Como decía el filósofo, no le dé más vueltas, es rock and roll. Dogmático, incendiario, sereno, nostálgico, sarcástico, voluptuoso, bohemio, enraizado o alternativo, pero en definitiva, rock and roll. Si precisara usted más datos, ya sabe dónde dirigir los pasos.
