Después de escuchar el nuevo trabajo de los bilbaínos Amann & The Wayward Sons por episodios, o sea, a través de los sucesivos singles que fueron publicando el año pasado, “Where Have The Good People Gone” es por fin una realidad. Un álbum con sus vicisitudes e intriga particular. Bueno, tampoco nos vayamos a rasgar las vestiduras a estas alturas porque no es tan misteriosa la cuestión. Simplemente tuvieron que recurrir a una campaña de crowfunding con la que pudieran hacer frente a parte de los gastos del disco, y visto que su distribución es inminente… Uno más uno son dos. El objetivo se cumplió. Según las informaciones, antes de lo previsto, con excelente respuesta y eternas muestras de gratitud por parte de la banda hacia la gente que colaboró con sus contribuciones. Sin duda, buen síntoma por la buena sintonía lograda. A partir de ahora llegarán las recompensas. Unas, evidentemente esperadas; algunas, sorprendentes por su existencia pues mucha gente ha formado parte de este proyecto y debía aparecer en los créditos (extraordinario detalle que debe ser ponderado); otras, excitantes puesto que los chicos tienen reservadas en la agenda varias fechas de presentación y con el paso de días o semanas añadirán más con toda probabilidad.
La primera presentación coincide con la fecha establecida para su estreno en plataformas digitales, ya que su publicación se realizará en dos fases. A saber: el sábado 10 de febrero mientras los chicos se dirigen a la localidad pacense de Don Benito donde intervendrán en el Black Sound Fest y la segunda, con los consabidos formatos ya disponibles, prevista para marzo. Habrá edición de vinilo y otra en soporte digital. Por otra parte, suerte tiene la gente extremeña, porque tendrá el privilegio de comprobar en primicia la eficacia del disco fijando así el nombre de la población como casilla de salida, como rampa de lanzamiento, como punto de partida o cualquier otro símil utilizado en situaciones parecidas. La asistencia comprobará, por supuesto, la personalidad de un cuarteto que, si bien ha experimentado diversas variaciones en su organigrama en su corta trayectoria, conserva intactos sus principios y por qué no, sus ambiciones, incertidumbres o esperanzas como bien refleja su título, “Where Have The Good People Gone”. Pese a esas metamorfosis, Emi Barés, antiguo guitarrista de la banda, sigue funcionando como productor. Por tanto, un dato beneficioso para el equipo. Se conocen, se controlan, los consejos sobre pautas o arreglos se gestionan mejor y quizás los puntos de vista podrían hasta converger en según qué circunstancias. Por descontado, Pablo Amann continúa siendo el capo (sin sarcasmo) de un conjunto que encontraría la estabilidad con Txema Arana y Jon Ander Madina, baterista y bajista respectivamente a quienes más tarde se uniría el pianista y organista Israel Santamaría.
Como ya hemos dicho con anterioridad, fuimos conociendo el contenido de “Where Have The Good People Gone” gracias a los sencillos que compartían en sus canales oficiales y con la firme convicción de ver más pronto que tarde su tercera referencia (omitiendo un directo) finiquitada y sonando a todo volumen en casa. Lo de las emisoras de radio y medios de comunicación lo dejaremos para otra ocasión, no obstante hemos de recordar que los adelantos “Where Have The Good People Gone”, “I Have To Change To Stay The Same” o “When The Day Goes Slow” gozaron de cierta notoriedad en la costa oeste americana, algo que no podíamos (o debíamos) omitir. ¿Y el disco? que usted se preguntará. Pues el disco es un viaje musical por las costas de Louisiana o los arenales de Arizona que podríamos descubrir en el territorio de Bizkaia, ya que el rock and roll es universal, plural y trasversal. El rock and roll es frenético como el slide empleado por el señor Amann en “Lies”, sensual como la armónica introducida por el señor Pablo Almaraz (amigo y colaborador) en “Rumble”, el último single compartido a principios de año o terapéutico como la serie de ornamentos y refuerzos transmitidos por los armonios del señor Santamaría en el transcurso de las siete canciones. El rock and roll es generoso como el ritmo impuesto por las cuatro cuerdas del señor Madina y absolutamente fogoso como los tambores y cimbales con los que el señor Arana dirige el cotarro desde la retaguardia.
El rock and roll es, evidentemente, el auténtico motor del disco y por descontado de la banda. Utilice usted todos los apelativos o tendencias con las que prefiera concretar una identidad tan ilimitada como el rock and roll ya sea apelando al eterno blues o al no menos recurrente country, tirando del soul o el boogie, la psicodelia o el zydeco. Al fin y al cabo, la raíz se encuentra en los diabólicos doce compases y con estas premisas los chicos administran con prudencia (“Filthy Train”) y pulcritud (“My Freedom”) sus virtudes demostrando que tanto las labores de composición como ejecución siguen un proceso natural de maduración. Cuajan. Se complementan. Causan múltiples sensaciones, al menos a nivel personal. Pongamos un ejemplo: “Lies”, que habíamos dejado en una especie de descripción fugaz y casi nos atreveríamos a garantizar que necesitaría un análisis más preciso, porque esos cuatro minutos tienen bastantes alicientes como para detenernos en su exploración. Es urgente, es tenaz, es colérica, y en su interior podemos observar que todos los ingredientes están calculados al milímetro obteniendo un resultado final que, suponemos, tendrá un papel estelar en las actuaciones. La carga gramatical (como mandan los cánones del blues) tiene tanta importancia como una exuberante parcela musical fraccionada en su fuerte instrumentación y sus contagiosos orfeones. Rivalizando, encontramos al frenético slide antes aludido, un órgano de órdago y un ritmo combativo marcado por una contundente línea de bajo que desencadena, junto a la batería, esquizofrenias y estruendos. Y como sobre el resto de canciones que por cierto, fueron grabadas en el estudio El Submarino Records de Mungia durante el año pasado, ya hemos escrito anteriormente y para evitar así innecesarias reiteraciones, tan solo nos quedaría sugerir que, si Amann & The Wayward Sons no le resultara un nombre familiar, debería poner remedio al asunto. Lo agradecerá. En caso contrario, poco más que “Where Have The Good People Gone” no es un número más en el historial de los bilbaínos. Puede ser la respuesta, puede ser un rompecabezas, puede ser una solución o, sencillamente, una obligada operación.
