Escasas semanas atrás hacíamos referencia a tres artistas de cierta semejanza en sus rumbos y hasta en sus aspectos físicos cuando uno de ellos lanzaba su última publicación teniendo muy presente, además, que próxima estaba la fecha para que otro vértice de ese triángulo mágico realizara la misma operación. Pues ese esperado día llegó. Ese día fue el pasado viernes 10 de noviembre, y, entre compromisos, recreos, deberes y despistes propios de una marchitada cabeza, no hemos podido atender “Higher”, la última obra del señor Chris Stapleton. Señor Don, para ser más exactos, puesto que se ha ganado a pulso esa distinción y nuestro respeto desde su aparición con los germinales y a la par fabulosos The Jompson Brothers. Echando la vista atrás hasta su ahora penúltima entrega, nos percatamos de que ambas aparecen el mismo mes, lo cual podría ser un hecho puntual, una simple casualidad, una estratagema quizá, o tan solo una nimia circunstancia que nos ha llamado la atención debido a que el de Kentucky nos suscita todo tipo de sensaciones ligadas a esta estación de amaneceres anaranjados sobre campos cubiertos de rocío, metrópolis enmoquetadas de hojarasca, persistentes cortinas de lluvia u otras más copiosas, bienvenidos instantes de vivificante radiación solar, melancólicas horas al calor hogareño ya sea por medio de chimeneas, radiadores o al cobijo de mantas…
Escenas, situaciones o estampas proclives al romanticismo, genuinas de la época otoñal y de este cowboy que impresiona con la profundidad de sus melodías, con el grosor de sus imponentes cuerdas vocales. Un corpulento y rubicundo barbudo de indiscutible calidad que sigue apostando por la sencillez eso sí, desde la privilegiada atalaya que ha logrado conquistar después de años de brega en carreteras y carteleras de todo tipo combinando moteles y hoteles o modestos locales y glamurosos recintos sin abandonar sus principios. Sin arrinconar su instinto y repitiendo maniobras en la misma disquera, Mercury Nashville Records. Contando de nuevo con los servicios del señor Dave Cobb como consejero y productor, desempeño que llevan realizando conjuntamente desde el primer álbum en solitario del señor Christopher Alvin Stapleton allá por 2015, si bien en esta ocasión se suma a la terna Morgane Stapleton, esposa del caballero que añade también voces, sintetizador y percusión a un “Higher” que, aun manteniendo la vitola de su escritura, el empaque de su carácter, la sagacidad de su fisonomía campera o el romanticismo de su penetrante soul, puede que contenga sonidos o acústicas más variadas. Tampoco hablamos de un compositor que sea precisamente el paradigma de inmovilismo creativo. Por descontado, desarrolla mejor su potencial en según qué terrenos y su nombre está ligado al country, al rock enraiazado o a las combinaciones sureñas, sin embargo abre su mente a otros registros que puntualmente se adecuen mejor al planteamiento de la canción.
Un buen ejemplo de ello son las bases discotequeras dispuestas en “Think I’m In Love With You”, consonancia que incita al movimiento debido al groove creado por una instrumentación tan delicada como viciosa, o tal vez “South Dakota”, donde las sensuales guitarras aportan intensidad y cierta determinación, si bien en apariencia es un conjunto de elementos y espacios de variada ascendencia, de múltiples monopolios en cuanto a su conducta musical, por supuesto. O la propia titular, “Higher”, que podría ser considerada como la típica carta de amor que tiende a entregar pudiendo reunir ciertas equivalencias con anteriores pelotazos. Cuestión de veredictos. Cuestión de pareceres. Cuestión de detalles que, irremediablemente, nos conducen a un mismo destinatario: Chris Stapleton. No especule más, ni tan siquiera intente relacionar líricas o pasajes con anteriores títulos. La carga sentimental de la canción difuminará cualquier tesis sobre conexiones o parentescos y el extraordinario rango vocal del amigo obnubilará la mente. Por cierto, gran aporte, como en el resto del elepé de Paul Franklin con la siempre conmovedora pedal steel, complemento indispensable en estos estándares silvestres que a partes iguales transmiten delirantes resonancias o equidistantes descargas entre el castigo y el perdón. Sin ir más lejos, fundamentos establecidos en “The Day I Die” o “Crosswind”, en composiciones de extraordinaria emotividad como “Weight Of Your World”.
En el lado opuesto encontramos la aguerrida “White Horse” que fuera elegida como single promocional del álbum donde el señor Derek Mixon dirige el cotarro desde una batería audaz, una batería que segmenta y encadena toda una suerte de estruendos respondidos por sus compañeros ya sea con eufóricas guitarras, ya sea con fricciones de los armonios o con efectistas exclamaciones que de alguna manera desempolvan la faceta más torrencial del rockero de Lexington. Probablemente sea el perfil menos explotado, lo cual no significa, ni mucho menos, que desatienda esa vertiente. Nada más lejos de la realidad, aunque su ingenio melódico/metódico vaya por otros derroteros. En su abecé, aparte de puntuales cruces de caminos o introspectivos cañaverales, prevalecen los sentimientos a modo de nostalgia en “Trust”, a modo de ternura en “It Takes A Woman”, o como litigante sensación de cautividad versus libertad implantada en “What Am I Gonna Do”. El preámbulo, la presentación. La advertencia sobre la orientación de un disco que define fielmente la capacidad de un hombre de avalado historial y competente predicado que transita entre el verosímil rhythm and blues (“Loving You On My Mind”), las reconfortantes tonalidades country (“The Day I Die”), las evocaciones espirituales (“The Fire”) y los enfáticos cumplidos con alguno de sus héroes (“The Bottom”), reservando para el final “Mountains Of My Mind”, una misteriosa revelación interpretada bajo la austeridad que confiere una suplicante guitarra acústica. Elegante remate. Incombustible “Higher”.
