Hay proyectos musicales cuyas intenciones sonoras se perciben (o se podrían imaginar) desde el mismo pseudónimo de la formación aunque este pudiera albergar variadas conjeturas, nombres que de inmediato llaman la atención por la visión de su logo y bandas que suscitan cierto interés desde una primera escucha o desde una inicial toma de contacto. Pues los cántabros Wet Cactus pertenecen a esos conjuntos de cuasi indudable naturaleza o postura artística debido a la elección de un alias que sitúa en las mismas coordenadas pretensiones, raíces y transmisiones siendo, además, una banda que cumple el resto de requisitos desde que el azar nos permitiera conocer su reto, escuchar sus canciones o flotar en el aire con sus conjuros y los efectos de su humeante pócima de suspensiones, invocaciones, estrépitos, psicofonías e inercias. Expeditivos. Explosivos. Unos chavales efectivos. Unos chavales con denominación de origen tanto en el sentido literal de la expresión como en el rumbo de su cruzada musical. Humedad y Cantabria. Cactus y Coachella. Arenales californianos, cantábricos arenales.
Su anterior entrega era una absoluta conjunción (bueno, su estreno también lo es) de espacios y nociones congénitas a movimientos hermanados por las variaciones desérticas y la psicodelia, por frecuencias fuzz o por impulsos doom, así que mal se tenía que dar la cosa para que su nuevo manifiesto no prosiguiera estas directrices. Ni un ápice de mutación. Persisten en su idea, si bien es cierto que se perciben contrastes o refuerzos. Los chicos, o sea, el bajista y encargado del micrófono principal Daniel Pascual, los guitarristas y también coristas Óscar Sánchez y Ernesto Díez más el baterista Jaime Pérez continúan en “Magma Tres” con sus ácidos sortilegios y subterráneos códigos, con sus enérgicas guitarras y la desorbitada bacanal de progresivas cadencias que en cierta manera provoca parecidas histerias a las producidas por el deterioro planetario con respecto al propio planeta, firme misión del disco en su apartado narrativo. En cuanto a su propósito estrictamente creativo y, aparte del ya referido concepto reflexivo, un disco diferente en su tratamiento o en la disposición nominal de títulos, ya que prólogo y epílogo son designados como complementos (vamos, dos bonus tracks) al igual que sucede en otras tantas ocasiones durante un longplay que obedece al servicio de larga duración, otra particularidad a tener en cuenta en una época en la que se suceden volúmenes más concisos.
Las señaladas como bonus track son la introducción “The Long Escape…” que ejerce la función encomendada con misteriosas conexiones y en el otro extremo, tanto posicional como estructural, “…Of His Musical Ashes!”, el colofón pleno de contundentes percusiones, gruesos cordajes, férreo compás y una insistencia vocal que, mientras adivinamos en el horizonte el encarnado ocaso, reclama una primera vez. Rematando el capítulo de piezas instrumentales en forma de añadidos, encontramos “…From The Lair Of The Majadero Man” y “…And The Arduous Revival”, un par de sinergias cuya metamorfosis sería bastante factible si no fuera porque entre ambas se encuentran otro par de fulminantes composiciones como “Million Tears” y “Self Bitten Snake”. La primera de ellas, una creciente anuencia cuajada de elementos y penetrantes ajustes que representan su fisonomía más enfática en cuanto a recursos y asimilación de nociones, mientras la segunda contiene oratoria punky a la vez que se adentra en las tinieblas de sabáticas dinámicas. Dos aristas más del poliedro filarmónico-funcional de un rombo esforzado, un combo demandante que enseña las garras con “Barren Landscape”, otro escalofriante arquetipo de cultos y solturas donde puntualizan una serie de asuntos con absoluta autoridad y lucidez instrumental. Con intensas guitarras. Con urgentes simetrías. Con recados inquietantes.
Y a renglón seguido, el electrizante estallido “Profound Dream”, canción llamada a ocasionar pequeñas disputas individuales en su tramo más quebradizo así como posibles moshing entre el personal cuando llegue su turno en las actuaciones en directo. Tres cuartos de lo mismo podría suceder con “Mirage”, espaciosa pieza instrumental donde afianzan su gran capacidad creadora ya que, durante su desarrollo, afloran pasadas estirpes y diversas corrientes asaltando psiquis y espíritu debido a un uniforme ritmo que tornará selvático en la revolucionada segunda mitad. Vuelven los diálogos con el más allá. Vuelven las somáticas refriegas. Vuelven los rituales, las sombras y los espectros en una impetuosa resolución que se barrunta apropiada para presentar “My Gaze Is Fixed Ahead”, una pieza más de esta pletórica simbiosis de géneros y generaciones, mensajes y mensajeros. Febril. Visceral. Alarmante, fiel reflejo del olfato de unos chicos que justifican el porqué de su fichaje con la comunidad italiana Electric Valley Records, hogar especializado en todo este maremágnum de ritmos dominantes, psicodélicas apariencias, progresivos desarrollos y metálicas tendencias. Un peldaño más, un acierto de la disquera que sin duda debería consolidar la figura de Wet Cactus en el ámbito internacional porque, argumentos tienen; aptitud, similar a su actitud y canciones, más que suficientes. Canciones como “Hell Dweller”, impecable prototipo del movimiento californiano de fin de siglo o “Solar Prominence”, poderosa consecución de balanceos impulsados por un diálogo a doce cuerdas que intercede entre camisas de franela, entre crujientes censuras y excitantes proporciones. Un álbum para analizar, “Magma Tres”. Una banda a considerar, Wet Cactus.
