El personal nirvana de Sotomonte | GR76


Sábado 18 de noviembre de 2023 en Sala BBK, Bilbao

Tal y como dijimos (o predijimos), el cenáculo de estos diáconos de postulados polifónicos y espirituales era una inmejorable ocasión para reunir en la capilla de la Gran Vía bilbaína un buen número de gentes afines así como otras tantas neófitas, porque este singular hechizo siempre contará primeras veces y frecuentes practicantes. Siempre recibiremos nuevos impulsos, tendremos la posibilidad de desvelar la intriga o nos quedará por descubrir insólitos procederes, algo que en este caso y en nuestro caso no sucedía porque la congregación es suficientemente profesada. Además, se podría decir que creemos en la perspicacia de estos misioneros de nuevo cuño, si bien sus respectivas biografías suman un buen número de cabildos y asistencias que por razones de (pseudo) empalago nos ahorraremos. Mencionando a sus artífices resolvemos esos detalles, ya que tienen contrastada experiencia siendo, en consecuencia, sobradamente conocidos. Veamos: el sumo sacerdote, Jokin Salaverria como predicador principal y a su vez encargado de las simetrías acompañado por los monjes Xabier Badiola y Miguel Moral, administradores de cordajes y corales, su eminencia Alberto Trigueros a los mandos de armonios y marfiles más el ministro Unai G. Kortazar como custodio de timbales y campanas.

De esa guisa los presentamos como previa a la ceremonia, y como cuajó la exposición, insistimos en la táctica aunque a un servidor no le gusten demasiado estos procedimientos. En lo que respecta al ejercicio, y como habitualmente sucede con Sotomonte, Sotomendi o Sotomountain para camaradas, una absoluta maravilla. Una gozada de principio a fin. Una fructífera noche de loas y purgaciones en la que, si bien echamos en falta algún aroma medicinal que liberase endorfinas y estimulara la espontánea sensación de libertad o suspensión psíquica, pudimos celebrar un nuevo ritual de esta gente que tiene encaminado un segundo decálogo que posiblemente, y remarcamos posiblemente porque hay cierta confusión en ese aspecto, mostraran en determinados instantes. Del primero, o sea, “From Prayer To The Battlefield”, descifraron casi todas sus epístolas excepto una “Words” reemplazada por alguna de esas incógnitas además de cinematográficos apuntes y un par de actos que, aun perteneciendo a otros priores, podríamos tildar como esenciales en sus liturgias. Dos reveladoras oraciones necesitadas de pocas referencias (si las necesitara, tiene un mundo de información a escasos centímetros de la vista) como la estilosa “Reelin’ In The Years” con la intervención del señor Moral como preceptor y una pentagrámica y sensacional “Lazy Lady” que imploraran finalizando el convite.  

Para ese menester, para el epílogo, estaba reservada la umbilical “For What Is Done In Darkness”, uno de esos maravillosos versículos incluidos en la aludida ópera prima. Prima por su nomenclatura, ópera en cuanto a su coyuntura, aunque tanto monta, monta tanto, porque ese códice es un verdadero vergel de secuencias y consonancias de obligado análisis. Una entelequia integral. Una asociación de ideas y cadencias que cautivaría a una asistencia respetuosa con orgánicas (tanto en sentido literal como instrumental) epifanías tipo “Believers Of The Mass”, momentáneas diásporas somáticas como la ocasionada por “Moral Blindness” en la que, desde la sombría retaguardia, despuntaba la robusta delicadeza del metrónomo de la corporación y homéricas melodías como “Fishbowl Of The Gods” que obtendría la aquiescencia de un absorto personal. Un personal que en ocasiones poseído actuaba, en ocasiones arrebatado respondía y en otras encontraba el tan ansiado equilibrio emocional concebido en circundantes orfeones al tiempo que se plegaba ante el majestuoso rendimiento musical de una agrupación sobresaliente, una agrupación de inestimable condición. Encomios. Halagos. Comuniones y aplausos.

El recinto palidecía ante su solvencia y ante la voz sensual del hippie idealista Jokin Salaverria a quien debemos el advenimiento de este convenio sónico-espiritual de progresivos desarrollos, quiméricas guitarras y sugerentes frecuencias de Laurel Canyon como una emocionante “When Your Days Are Gone”, o reminiscencias anglicanas que aflorarían en los prolegómenos en una celestial “Culture For Vultures” donde el binomio guitarrero intercambiaba acústica y eléctrica mientras el resto de oficiantes armonizada desde sus posiciones. Aparte de las sempiternas modulaciones vocales de todas sus ofrendas como sucede en “The Written Script” y su atmosférica orquestación de raigambre bengalí, esa es una de sus reconocibles y reconocidas características que, por supuesto, presidió la velada. El tratamiento y combinación de las seis cuerdas que en realidad son un elemento cuasi hegemónico en esta doctrina extendida en un sinfín de disciplinas, fusiones, suertes o misterios que se emparentan y evolucionan al amparo del universal rock. Una de esas expresiones, el hard folk apadrinado por esta hermandad de zahoríes que volvieron a encandilarnos con sus ortodoxas plegarias, con sus volátiles ademanes y una serie de inspiradoras melodías envueltas en fibra de cáñamo: Sotomonte. Simplemente, impresionante.

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