Jared James Nichols: “Jared James Nichols” | GR76


Con tan solo treinta y cuatro años de edad, podríamos decir que el amigo Jared James Nichols se ha ganado el cariño y admiración de multitud de gente tanto en su país natal como en una Europa que habitualmente ha visitado desde sus inicios. Se deja querer el chaval, de eso no hay duda. Toda la simpatía que demuestra fuera del escenario la convierte en furia cuando está encima de él, y el público no puede sino ensalzar su comportamiento en ambas situaciones. Pues en enero lanzaría un último álbum al que no pudimos atender en su momento, si bien en un principio nos pusimos manos a la obra pero por circunstanciales distracciones, por incertidumbres o simples ofuscaciones, lo dejamos olvidado hasta ahora, o para ser más exactos, hasta hace unas semanas que estuvo rondando el lugar. Las publicaciones leídas sobre su reciente tour peninsular actuaron como acicate, y gracias a las imágenes vistas y por supuesto, a los testimonios de primera mano que nos han puesto los dientes largos puesto que este año no pudo ser, intentaremos paliar nuestra baja hablando sobre el disco del león de Wisconsin.

No hay mal que por bien venga y ya tendremos otra oportunidad, porque Jared volverá. Ignoramos si esa vuelta será con este disco de nominal enunciado o con otro en el que desarrolle un potencial que parece mutar con el paso de los años hacia un hard blues, hard rock o fuzz blues que, en realidad, son simples arbitrios para intentar describir planteamientos o inclinaciones, y tras escuchar esta docena de canciones en casa imaginamos que esas sensaciones serán meras hipótesis. Continuará emitiendo pirotécnicas ráfagas a diestro y siniestro, pero el Bluespower que lleva tatuado en su brazo seguirá presente en sus actuaciones, y aunque “My Delusion” sea una introducción suficientemente diáfana sobre la intensidad de sus producciones, en segundo plano se puede apreciar la absoluta trascendencia de los diabólicos doce compases en el proceder del rubiales. Recurre tanto a viejas leyendas del blues tradicional como a maestros contemporáneos, a intérpretes de los dorados sesenta o setenta y guitarristas de diversas naturalezas incluso progenies o a precursores de unos cuantos movimientos. Es rock and roll, no hay que darle más vueltas. Más eficiente, más vehemente, más resolutivo, más pícaro más progresivo o más inmediato; tan sencillo como escuchar, sentir y comprender, no tiene mayor dificultad. Tan sencillo como seguir el compás marcado por las baquetas de Dennis Holm en “Easy Come, Easy Go” mientras la fogosa guitarra de Jared impone su autoridad. Fácil, difícil, fluido, misterioso…

Sin duda, y pese a que sus cuerdas vocales ganan rigor y consistencia, las seis de la guitarra son el motor de esta historia. El incuestionable centro de gravedad. Todo gira en torno a ellas, no en vano es imagen de las firmas Gibson o Epiphone, donde tiene un modelo signature de Les Paul Custom llamado Gold Glory. Dos razones más para admirar una guitarra (y un hombre) que durante el desarrollo del elepé irradia un poderío que sensible se presenta en «Down The Drain” para luego terciar viciosa y musculosa. Una guitarra flamígera (“Hard Wired”), una guitarra racial (“Skin ‘n Bone”), impactante (“Bad Roots”), urgente (“Long Way Home”) y sensual (“Shadow Dancer”), términos todos ellos perfectamente válidos para remarcar no solo del talante musical del amigo Jared, sino su casta y personalidad. Según tenemos entendido el disco fue grabado en directo por el reputado productor Eddie Spear capturando así la energía, las virtudes interpretativas y la frenética actividad de un hombre, ante todo, pragmático. Al menos para quien suscribe. Tal vez su nueva tentativa tenga como cometido verificar el tan manido proverbio de “a la tercera…”, o puede que uno mismo extraiga sus propias conclusiones sobre qué debería ocurrir en un futuro no muy lejano, pero entre nosotros. Ha fabricado un álbum que no dista demasiado de parámetros atribuibles a artistas tildados como Guitar Hero, lo cual no es óbice para que entre líneas distingamos una serie de elementos que de alguna manera aumentan su radio de acción. Sin ir más lejos “Good Time Girl”. Aires funkys, provocadoras expresiones. Distará más o menos de la realidad o del enfoque pretendido, pero es una impresión. Sin más. Como la inercia punky de “Hallelujah” cristalizada en vertiginoso éxtasis metalero, el estruendo “Saint Or Fool” que viaja entre géneros y generaciones en un cuasi asfixiante clima de coléricos ademanes o el esotérico adiós, la purga, el encuentro en el nirvana con nuestros propios fantasmas, nuestras ausencias o algunos sufrimientos terrenales: “Out Of Time”. No cometas el error de dejarlo fuera.

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