Jueves 15, viernes 16 y sábado 17 de junio en Mendizabala, Vitoria-Gasteiz
Pues sí. Un par de meses y semanas han pasado desde que abandonáramos la explanada de Mendizabala, y en este tiempo apenas hemos tenido tiempo para repasar el reciente Azkena Rock Festival, que ni mucho menos será, en principio, tan extenso como ha venido ocurriendo últimamente. Obvio. Demasiado retraso, demasiada lentitud que tiene una explicación: el tiempo. Indiscutible. El tiempo es caprichoso, el tiempo es inalterable, el tiempo se nos va en un suspiro y aunque bien podría proporcionar beneficio, en esta ocasión inmisericorde ha procedido. Tanto antes como después, porque si bien conservábamos los tickets en el pocket con bastante antelación (como sucede ahora mismo y habitualmente viene sucediendo), no estaba muy clara nuestra asistencia. Imprevistos, contingencias o contratiempos que se cruzan en el camino dejando un rosario de preguntas sin respuesta. En este caso, mejor dicho, en ambos casos, nuestra intención era, por varias razones, acudir al festival y posteriormente compartir sensaciones, fotografías y anécdotas del ARF, pero la vida es voluble como el tiempo. Misteriosa, placentera, obstinada y cuando quiere, muy cabrona.

Una de esas razones era tan simple como la celebración de nuestro vigésimo aniversario atravesando la autopista dirección Gasteiz, pero esa es una historia que seguramente hemos contado demasiadas veces, así que pasemos al punto siguiente. Uno de los artífices (seguramente el culpable) de nuestro primer éxodo y posterior devoción por el festival, estaba incluido en la nómina de artistas. Como sucede en primer lugar, seguramente esté demasiado trillado el asunto, así que pasemos al recurrente tema de la gente. La gente es, sin duda alguna, el verdadero motor de esta odisea. Quienes trabajan en su organización, quienes durante el fin de semana están al pie del cañón, quienes asoman en los escenarios y quienes están frente a ellos. Evidente (el penúltimo), que alguien pensará. Si la oferta flaquea, la demanda se verá afectada. Pero siempre habrá un pero (o dos), al menos en este en este aspecto. Siempre habrá una excepción, y sin temor a equivocarnos, podríamos afirmar que este evento se ha ganado a pulso el cariño de la gente con indiferencia de los artistas que figuran en sus carteles. Como muestra, la adquisición a ciegas de los bonos de la siguiente edición por parte de un buen número de fans.

En las veinte ocasiones que hemos estacionado y cenado en el parking de Mendizorrotza (aquí hay contenido para realizar una tesis doctoral), maldecido por igual la sofocante solana, el viento racheado, los incómodos sirimiris, violentos aguaceros o las bajas temperaturas de madrugada, que hemos devorado en tiempo record algún tentempié o pedido alguna birra fresquita cuando estábamos secos, trazado multitud de recorridos en el pavimento o descansado en el verde perimetral, brincado, aplaudido, disfrutado y cantado la mayoría de actuaciones ya fuera en posiciones más próximas o más alejadas, el tanto por ciento de sinsabores es muy, muy, muy reducido. Minúsculo más bien. Algún patinazo habrá habido, por supuesto. Todos patinamos. Alguna vez, por nimia que sea, todos hemos cometido algún desliz, y de esta no se libra ni el tato. Ni usted ni servidor.

Retomando los motivos por los que no debíamos dejar pasar el tren, la coincidencia de días (numérica) con el emblemático festival de Woodstock era un detalle que desde un principio nos llamó la atención. Nos hacía especial ilusión; tenía su embrujo y encanto. Un aliciente más que suscitaba nuestro interés puesto que la afición rockera, y al margen de escenas, corrientes, géneros, tribus y demás, conoce la trascendencia de Woodstock no solo en el terreno cultural, sino como fenómeno político o social, dado que el movimiento hippie se posicionaba contra la, por aquel entonces activa, guerra de Vietnam. El lema “3 Days of Peace & Music” era suficientemente explícito y en cierta manera es algo que vivimos y sentimos en los dominios de Mendizabala y Gasteiz en general, porque la ciudad se vuelca con un festival que ha pasado a ser su festival. Ahí está el ambiente que se genera en los aledaños de la explanada así como en la céntrica Plaza de la Virgen Blanca en la que se programan sesiones matinales que sirven para que grandes, txikis, festivaleros, residentes, turistas, curiosos o habituales vibren y exterioricen todo tipo de sentimientos. Otro punto caliente. Otro as en la manga. Un dato más a sumar.

Por lo visto el tiempo va a ser el hilo conductor en esta revisión. El tiempo es vida, la vida es una encrucijada, y después de tanto tiempo meditando la idoneidad de unas palabras acerca del Azkena Rock Festival, pensando que tal vez se nos había pasado el arroz, que ya no tendría sentido al perder inmediatez o que podría resultar artificial debido al tiempo transcurrido, el festival de Woodstock funcionó como inspiración. Bueno, el festival y el tiempo que en este preciso instante intercambia su acepción física por la meteorológica y que casualmente concuerda con algunos términos relativos al infortunio, los sinos o las adversidades: la tormenta. El último día cayó en ambos lugares, y afortunadamente se pudo solventar, aunque deberíamos asegurar que el sábado 17 de junio recordamos la misma situación vivida el año anterior cuando estaban actuando los chicos de Wicked Wizzard. Abrimos paréntesis. Ya que el concurso internacional Villa de Bilbao ha desaparecido a pesar de contar con un digno seguimiento y un impresionante historial de participantes y bandas galardonadas, de bandas prometedoras, de bandas germinales y artistas hoy en día asentados así como de excelentes propuestas o sorprendentes autores, y que el Azkena Rock otorgaba un premio en el que se incluía una actuación en el festival, esta estimulante aparición ha quedado huérfana después de varios años. Un palo. Otro revés. Cerramos paréntesis.

La repentina tormenta que asoló Gasteiz a media tarde corroboró, aunque no la esperábamos tan dura y duradera, nuestros cálculos de sobremesa. Quedaba por conocer los efectos del salvaje vendaval. Mientras veíamos la descarga de inmensos relámpagos, granizo de gran calibre, lluvia torrencial y escuchábamos truenos que parecían anunciar el apocalipsis, nuestra preocupación principal era Mendizabala, ya que estaba lleno de generadores eléctricos y material sensible a toda esa barbarie climática y, con el inminente comienzo de la tercera jornada, buscamos noticias sobre el festival. Mejor dicho, intentamos, porque la inestabilidad era tal que las comunicaciones no existían, si bien había, a cuentagotas, líneas telefónicas abiertas y algunos mensajes pudimos intercambiar a través del WhatsApp. La duda sobre la celebración de esa jornada de clausura comenzaba a cobrar alcance, puesto que frente a las puertas de acceso se arremolinada un buen número de fans (según la información que nos iba llegando de primera mano) y desconocíamos que sucedía en su interior. Por parte de los organizadores, ninguna actualización en sus páginas oficiales. Repito. Las comunicaciones estaban hechas unos zorros. Podríamos calificarlo como un caos.

Por contra, y sin mayores explicaciones, las primeras actuaciones correspondientes a las bandas Ezpalak y Brigade Loco quedan suspendidas. El temor sobre una posible cancelación aumenta porque el volumen de la tormenta no remite y para qué negarlo. Uno tenía en mente todo el material potencialmente peligroso o cuanto menos susceptible a avería con la que estaba cayendo. ¿Salimos o no salimos? ¿Nos arriesgamos a pillar una buena chupa? Teníamos capas impermeables y calzado de agua, pero… ¿Veremos de nuevo a Lucero, a Lucinda Williams o a nuestro particular mentor, al señor Iggy Pop? Afortunadamente sí. Se pudo salvar la jornada, y esos tres, junto con Liher, El Drogas, Steve Earle, Monster Magnet y Earthless fueron los únicos conciertos que vimos al completo, porque el tiempo, y volvemos con él, se administra de forma especial en Mendizabala. Tan especial que un año más nos quedamos sin el Trashville porque todavía ignoramos las divisiones moleculares o las omnipresencias. Otro año será y van… Entre que las actividades a realizar se suceden sin apenas descanso y que el único coso techado de un espacio a la intemperie goza de limitada capacidad y tiene como peculiaridad una cuasi asfixiante temperatura unida a la condensación fruto de un público exultante, pues eso. Siempre a las puertas. Siempre con las ganas, con la lástima y el volveremos a intentarlo como promesa.

Enchufar los amplis en cualquier entramado de Azkena Rock Festival debe ser un orgullo. Una medalla que llevarás colgada, una recompensa o un salvoconducto que te puede abrir otras puertas, y varios representantes del rock euskaldun han tenido su oportunidad y la tendrán en Mendizabala. Sin ir más lejos quienes debieron cancelar sus respectivas representaciones por los motivos conocidos, porque son los primeros confirmados para la edición de 2024 o Liher, la formación donostiarra liderada por Lide Hernando que ya estuviera en el fatídico line up de 2020 e inauguraría edición dejando aturdido al personal por su contundente, frenética y colérica sucesión de sinergias y euforias bajo un sol achicharrador. Escuchamos palmas y sentimos los encomios del respetable, escuchamos “Eramaten”, fuertes aproximaciones al desert rock californiano tipo “Gizarte Likido”, galanteos como el mítico “Crosssroads” de Robert Johnson y coraje ante el provocador lorenzo vía “Arrastaka”. El guion se repetiría al día siguiente con S8NT ELEKTRIC tanto por la energía demostrada por una banda liderada por otra intrépida mujer, como por la enérgica emisión de rayos de sol. Con el riesgo de sufrir una lipotimia, un fortuito y dañino golpe de calor o un patatús, estos jóvenes que apenas llevan un par de años en ruta se metieron al público en el bolsillo con su beligerante actitud y un conjunto de canciones de requiebros pegadizos. A pesar de los pesares, se adivinaron intentos de pogo en las primeras filas y la gente disfrutaba con los desplantes de los chavales mientras la cantante Briana Carvajal hidrataba continuamente piel y garganta.

Y aunque el sol se escondiera el último día, los pescuezos, los rostros y algunos torsos se enrojecieron durante las dos primeras jornadas. A Gasteiz hay que ir preparados. Tanto cremas o gafas solares, abanicos y gorras como ropa de abrigo o de agua salvo paraguas, que ni se contempla porque su uso está prohibido en el recinto por cuestiones de seguridad y… Pues más de uno y de diez se pudieron ver cuando los veteranos The Bevis Frond estaban sacando chispas a sus instrumentos en el Respect Stage. Una estampa cuanto menos insólita, ya que, y aunque la memoria es frágil y nos podría llevar a equívocos, uno no recuerda esa proliferación de setas artificiales. Nada que objetar. Estábamos guarnecidos (si se puede catalogar así) bajo la arboleda y a una distancia adecuada que nos permitiera ver y escuchar perfectamente el desarrollo del concierto. Buena intervención. Y como buenos ingleses, entre la cortina de agua y la niebla escénica, los tíos animaron a la audiencia con su característica fusión de psicodelia, underground, fases sensoriales, distorsionadas guitarras y prolongadas variaciones establecidas en “Hole Song #2”, “Johnny Kwango” o “Superseded” entre otras.

Otra mujer estaba a punto de aparecer en el God Stage, el escenario principal, y nos dirigimos al unísono con bastantes personas que se estaban deshaciendo de los chubasqueros en una demostración de habilidad propia de ilusionistas o contorsionistas, porque debe ser lioso realizar esa operación a tanta velocidad con el firme resbaladizo y la muchedumbre alrededor. Arribamos con los primeros compases de Amanda Shires, integrante de The 400 Unit con varios discos en su haber y buenas referencias sobre sus directos, una de las muchas féminas presentes en esta edición. Las ya citadas Lide y Briana, la neoyorkina Lydia Lunch que el primer día brilló en la oscuridad, Nat Simons, a quien debieron reubicar debido a la tormenta su función con Cherie Currie, las chicas de Bones Of Minerva, Ana Popovic, Lucinda Williams o Chrissie Hynde al frente de The Pretenders amén de otras como Esmeria Bulgari en Os Mutantes, Libe García de Cortazar de Pasadena, Kelsey Lepperd en Cordovas, Stephanie Finch junto a Chuck Prophet o las Cleopatras que lamentablemente se nos escaparon. Volviendo con la cantante y violinista, estaba claro que su participación generaba curiosidad, sin embargo, ya fuera por el disgusto producido por el aguacero, ya fuera por la confusión general o vaya usted a saber por qué, terminaría sin convencernos, así que preferimos no forzar demasiado la máquina porque nos esperaba un rush final que pondría a prueba nuestra resistencia.

El día anterior acabaría, ahora que lo pienso, con una empanada similar. Como si hubiéramos vislumbrado un agujero negro. Como si la fiesta no fuera con nosotros. Como si estuviéramos rodeados de gente de incomprensible proceder cuando, en realidad, es gente afín, gente que se comporta como tú y tiene gustos parecidos a ti aunque no siempre funcionéis bajo mismas coordenadas. Hay quienes adoran a Incubus, lo cual no supone ningún problema, quienes toleran a Incubus, lo cual es absolutamente respetable, y hay quienes ni fú ni fá. Pues pertenecemos a ese grupo de… ¿Casposos quizá? Tema peliagudo, pero el rock admite todo tipo de simpatías incluso sentencias, por lo tanto, y sin ánimo de ofender a todos los seguidores que estaban vitoreando y disfrutando con la exhibición del señor Boyd y sus compinches, declinamos la oferta. Tal vez no hayamos entendido su evolución y seamos un tanto recalcitrantes, pero en realidad la actuación de los californianos no se encontraba en nuestro particular orden de prioridades, y teniendo en cuenta que el indicador de reserva avisaba, decidimos retirarnos con los ecos del “Come Together” de los Beatles y ya en el exterior, un profético “Riders Of The Storm” de los Doors porque…

Porque nadie, ni el más agorero, habría previsto esas horas de turbación, rabia y cataclismo tras unas horas matinales despejadas, luminosas y calurosas. Bajo esas condiciones Chuck Prophet subió al escenario de la Virgen Blanca: cuando el sol apretaba. Casi tanto como el día anterior en la sesión matinal y en las vespertinas. The Fuzillis debieron luchar contra el fuego solar en la plaza y en Mendizabala la sombra era objeto perseguido y codiciado por la muchedumbre en sus tres armazones, en God Stage, Respect Stage y un Love Stage que no habíamos catado en la jornada inaugural ya que esta sigue las pautas de los primeros años en los que los traslados eran de este a oeste y viceversa. Perdón. Había anunciadas varias actuaciones en Trashville, pero como ya hemos aclarado, lo intentamos en vano. En primer lugar actuaron Bones Of Minerva demostrando sus muchas y ponderadas virtudes ante un público entusiasmado que supo agradecer su conducta y, probablemente, alguien confirmaría lo que presentía o puede que también hubiera quien se llevara una grata sorpresa. De todo habría a esas horas más proclives a la siesta que al rock and roll. Horas necesarias para que las bandas aprovechen la oportunidad, se fogueen y consigan llamar la atención. Pues las madrileñas lo lograron con un repertorio que tira de agresividad y tiene su hueco en el festival, por supuesto.

Podríamos decir que esa tarde debimos rellenar el depósito varias veces, pues, aparte del asfixiante calor, estuvimos desfilando constantemente hasta que nos detuvimos frente a los californianos Earthless que se marcaron un soberbio concierto. Hasta ese momento las ya nombradas, Pasadena, S8NT ELEKTRIC, Matchbox y Cordobas sin apenas tiempo para intentar la proeza frente a The Cleopatras en la sauna underground. Vayamos por partes: era palpable que la banda Pasadena jugaba en casa, pero ello no es óbice para resaltar sus ganas y un selecto cancionero cuya profundidad es equivalente a la soltura de sus integrantes. Por cierto, semanas atrás decidieron poner punto y final a esta aventura que ha durado un par de años y es una pena, porque su universo musical era casi tan ilimitado como el propio universo. Algo así como el que propone la formación fronteriza Calexico, que compartiría horario nocturno con los Undertones obligándonos a la alternancia de ubicaciones, maneras y conductas. Los irlandeses ofrecieron un espectáculo sencillo y efectivo, cuajado de trallazos representativos de su poderoso punk rock caso de la obertura “Jimmy Jimmy”, caso del tajante final “Get Over You”, caso de excelsos entreactos como “Teenage Kicks”, mientras los de Tucson engatusarían con una romería bastante peculiar. Y peculiar tiene varias acepciones, no lo vaya usted a interpretar como algo negativo. Ecos latinos, fuerzas subterráneas y un largo etcétera de peculios de Arizona (Aritz Ona para los versados) como “Black Heart”, “Sunken Waltz” o “Then You Might See” así como una adaptada y coral “Love Will Tear Us Apart”. Vaya, nos hemos vuelto a saltar el guion. También habíamos olvidado la jornada anterior.

El jueves nos retiramos después del enérgico show de unos Monster Magnet que nos dejaron prácticamente exhaustos, con las fuerzas necesarias para dirigirnos a la salida teniendo en cuenta que, además, veníamos con ciertas muestras de cansancio tras el duro ensayo con Rancid. Dos modelos diferentes. Dos tendencias de las dos costas americanas. Dos bandas con suficientes años a sus espaldas y considerable número de fans que exigía, cuanto menos, abordar la empresa con los cinco sentidos teniendo en cuenta, además, que minutos antes habíamos sido testigos de otra de esas funciones que sin aguardar demasiado, terminan atrapándote. Nos referimos a la señora Lydia Lunch que capturó por su genio, personalidad y calidad interpretativa aunque aparentara cierta apatía o falta de conexión con la asistencia. Tal vez sea su modus operandi, o tal vez una simple conjetura personal. Lo cierto es que podemos rescatar momentos de absoluta emoción como una embriagadora “Still Burning” o la siniestra “Mechanical Flattery” que nos situó directamente en los revolucionarios ochenta que los Rancid se ocuparon en prolongar con su feroz punk.

Lo afrontaremos más tarde, porque con la demora y sus correspondientes desórdenes hemos dejado en el tintero dos tremendos artistas como Steve Earle o El Drogas, dos tipos muy seguidos (personalmente) en diferentes épocas aunque el navarro lo fuera por su militancia en Barricada, a quienes este año está tributando en su actual tourné que no debe ir nada mal. Nos alegramos por Enrique Villareal, por su compromiso y tenacidad, porque es un hombre de fuertes convicciones, un hombre que ha marcado varias generaciones así como a muchas personas que ansiosas esperaban su llegada. Por supuesto y sin ir más lejos, nosotros mismos. Sabíamos que la memoria y el tiempo (una vez más) nos jugaría malas pasadas, pero debíamos cumplir con el pasado y recordar. Recordar una habitación compartida, recordar la lejana juventud. Recuerdos de sueños, revueltas, confidencias, aventuras, fechorías, gaztetxes, cielos azules, nubarrones, vientos a favor y rock and roll. Y sí, sentí tu compañía gritando “La Silla Eléctrica”, sentí nuestras habituadas refriegas en “Barrio Conflictivo”, la soledad de los repentinos conflictos en “No sé qué hacer Contigo”, el apoyo incondicional en “No hay Tregua” y la cantidad de soluciones halladas a nuestros “Problemas” mientras “Oveja negra” revelaba ciertos secretos y decidimos ampliar la perspectiva en los últimos minutos porque somos un año más pellejos, sistemáticos o puretas y debíamos nutrirnos antes de desfallecer. Después de haber colaborado todo lo posible retrocedimos unos metros porque era la hora de la manduca y el sonido llega a todas las esquinas de Mendizabala aunque no te encuentres en el fragor de la contienda. El Drogas se llevó una merecida ovación.

En diferentes contextos, diferentes planteamientos musicales y diferentes realidades sociales, el discurso del señor Villareal podría tener cierta similitud con el establecido por un Steve Earle de nuevo entre los bastidores gasteiztarras, pero esta vez en solitario. Con una lista de canciones de verdadera enjundia y una audiencia entregada en los dominios de un Respect Stage que, pese al severo sofoco atmosférico soportado, mantuvo el tipo de principio a fin. Diferentes enfoques, diferentes combinaciones, diferentes viveros, santo y seña del festival. En todos los sentidos. En todas las direcciones, siendo una de las grandes peculiaridades del Azkena Rock Festival que mantiene y defiende la versatilidad de su oferta veintiuna ediciones, que se dice rápido. De acuerdo, hay organizaciones de mayor currículum, mayor seguimiento o línea distintiva y otras, que sin llegar a los guarismos del ARF tienen su importancia y no vamos a menospreciar su labor, ni mucho menos. Pero esto es el Azkena, amigo. Un oasis de libertad. Un territorio donde se respira compañerismo y el aburrimiento ni se contempla. Un lugar donde puedes departir con peregrinos o incondicionales al rugido de las guitarras y alternar en horas a los psicodélicos Os Mutantes con proyectos más vanguardistas, artistas consolidados o futuras estrellas. El paraíso que tantas veces hemos utilizado, porque sí, tiramos de clichés, de formulismos y hasta eufemismos cuando hablamos de alguna materia en concreto. Y el rock and roll no escapa a esta consideración, aunque el temario a desarrollar tenga sus contrastes.

Ahora que hemos mencionado a los brasileños Os Mutantes, sentíamos curiosidad por ver su directo debido a varias circunstancias. Porque se trata de una banda que a pesar de su larga trayectoria y notoriedad en diversos círculos, no escuchamos con regularidad. Bueno, vale. Como las vacas miran al tren. Apenas conocíamos un par de canciones fruto del seguimiento hace años por parte de una hermana y la verdad, deberemos enmendar el error porque atraparon al personal en su psicodélica telaraña de reminiscencias brasileñas, difusiones instrumentales y vaporosas melodías. A continuación, la curiosidad se transformaba en necesidad: el señor Steve Earle que también estuviera en nuestro particular bautismo y en contraposición a los anteriores tiene su santuario en casa. Un tipo que deja huella. Un profesor para muchos compositores. Un individuo que ha debido sobreponerse a duros tropiezos en su vida y el día en cuestión se enfrentaría al tiránico sol cara a cara. Con temperamento. Con decisión. Homenajeó a su hijo Justin en el tramo final con una “Harlem River Blues” que angelical sonara gracias al espontáneo coro de Mendizabala, pero el público estaba entregado desde tiempo atrás. Probablemente desde su salida con otra versión, en este caso de los irlandeses The Pogues, “If I Should Fall From Grace With God”, tal vez desde que recordara sus inicios por medio de “Guitar Town” o recuperara maravillas de los Dukes como “I Ain’t Ever Satisfied” o “It’s About Blood” que, por supuesto, consiguió de nuevo el respaldo de la gente. La intrínseca luz de “You’re The Best Lover That I Ever Had” forzaba a seguir el estribillo sin reparo, la armónica en la melancólica “Goodbye” sonó magistral en un momento de auténtica autoridad (el silencio de Mendizabala puede resultar conmovedor) y como broche final, se colgaría una mandolina para, cual predicador, agitar la masa con “Galway Girl” y “Copperhead Road”.

En el mismo escenario, el Respect Stage, y horario similar pero en diferentes condiciones meteorológicas actuaría dos días más tarde la tigresa Ana Popovic. Tigresa en todos los sentidos. En su felina actitud, en su impactante apariencia, en sus salvajes desplantes, en su intrépido manejo de las seis cuerdas, en su rugosa garganta o en el absoluto dominio de la situación capitaneando un sexteto formado por Hammond, bajo, batería y dos vientos más su inconfundible Strato desgastada que en cierta manera recordaba a la utilizada por Isaiah Mitchell veinticuatro horas antes en la sobrada de Earthless. Otro tipo que acaricia, rasguea, agita y mima la guitarra de forma excepcional. Mediada la actuación de la serbia, el cielo concedía una tregua que funcionaría como final del castigo, pues las nubes se dispersaron permitiendo adivinar la posterior caída del sol que la gente aprovecharía esbozando una amplia sonrisa a la par que una sensación de liberación. Por supuesto, Ana Popovic contribuyó a ello con recios arreones (“Ride It”), intensos ajustes (“Like It On Top”) y una selección de canciones amparada en los doce compases (“Power Over Me”) que fue administrada con vigor funky (“Doin this”) y pundonor groovy (“Love You Tonight”). Hasta el ínclito Michael Jackson se colaría en la fiesta.

En cuanto a Earthless… Después de varias intentonas, por fin podemos poner la cruz al trío californiano, y aun habiendo escuchado grabaciones suyas en directo, aun habiendo empollado sus entregas en estudio, aun habiendo conversado con otras personas que sí habían tenido la oportunidad de vibrar en uno o más conciertos, aun entendiendo que el valor del rock se mide por pálpitos o palpitaciones y aun creyendo que íbamos con los deberes hechos, pues va a ser que no. Homérico. Asombroso. Impresionante. Una bacanal instrumental que nos situaría en una tercera o cuarta dimensión difícil, muy difícil de explicar y que meses más tarde estamos tratando de asimilar, porque la música en directo se debe vivir en directo. Hay veces que resulta arriesgado describir ese instante, sin embargo podríamos decir que fue sugestivo sentir la hipnosis general de fascinantes desarrollos como las dos partes de la opereta “Night Parade Of One Hundred Demons” que por sí solas podrían completar un setlist en eventos del pelo. Tanto Isaiah Mitchell como el bajista Mike Eginton o el baterista Mario Rubalcaba exhibieron una calidad individual y colectiva de muchos quilates, demostrando un impresionante feeling, llevando a la concurrencia a su terreno de eclipses, psicodelias y alquimias durante cuarenta minutos de perturbación espiritual que se aproximarían a los cincuenta con un guiño a los estimados Groundhogs vía “Cherry Red”. Acabamos extenuados y aturdidos. Acabamos profundamente indemnizados.

Difícil se lo pusieron a unos Pretenders que debimos conciliar con algún piscolabis, pues el monstruo interior pedía auxilio. Sin embargo, antes del capítulo sobre la señora Chrissie Hynde y sus compañeros, retrocedamos unas horas. En idéntico horario, bueno, con unos minutos de diferencia, Cordovas vs. Matchbox. El primer combate que nos puso en serios aprietos. La primera moneda al aire que no sería única a lo largo del fin de semana, aunque en este caso los de Tennessee asomaban en el escenario principal cinco minutos antes, por lo tanto, y aun sabiendo de su comportamiento en salas, debíamos comprobar si en grandes espacios sus líricas armonías y silvestres melodías eran capaces de enganchar al personal, y así fue. Además, la sedosa voz de Kelsey Lepperd es un complemento perfecto a la dupla formada por Joe Firstman y Lucca Soria. Se pudo comprobar desde la enérgica salida con la versión “How Mountain Girls Can Love” que daría paso a la hasta ese entonces inédita “What Is Wrong?” (de su reciente elepé “The Rose Of Aces”) y un impresionante vademécum de material propio como “Old Dog”, “Sunshine” o “The Game” con la que decidimos inspeccionar la zona de la entrada donde los veteranos Matchbox continuarían instruyendo a la gente con su fórmula revival. Dinámico rock and roll, sudoroso rockabilly, himnos inmortales como “Rockabilly Rebel”, “Baby Blue” de Gene Vincent o una “Midnite Dynamos” que aglutinó gargantas, brazos y caderas mientras el señor Graham Fenton convidaba, pie de micro en mano, a que la gente prosiguiera el guateque. Nosotros proseguiríamos el nuestro con “High Feeling” de Cordovas desde el flanco opuesto al que habitualmente utilizamos.

También habíamos postergado a Rancid y Monster Magnet que completaban la programación (volvemos a recordar que el Trashville ni lo catamos) de una primera jornada sin dobleces y bastantes destellos aunque no exprimiéramos a los californianos como lo hicimos posteriormente con los de New Jersey. Cosas que pasan. Comenzamos con los punkarras en nuestra habitual zona de acción, en la izquierda, y tras el vertiginoso comienzo por medio de “Tomorrow Never Comes” seguido de hits como “Roots Radicals”, “The 11th Hour” y otros, tuvimos que emigrar a otra posición porque las frecuencias bajas eran demasiado altas e imprecisas. No obstante, los arrestos de los tíos son innegables y se podía apreciar que la peña disfrutaba con andanadas ska como “I Wanna Riot” o abrasivos movimientos como “Black & Blue” mientras buscábamos (sin acierto) un lugar idóneo para acompañar como se merece estrépitos tipo “Bloodcot”. Por el contrario, el amigo Wyndorf y compañía nos dedicaron un buenas noches que nos encendió unas pilas agotadas en ochenta minutos de devaneos, histerias, estruendos y algaradas. Y garra, mucha garra por parte los chicos que se emplearon a fondo utilizando sus abecés, sus fundamentos y un cuasi inmaculado seltist. Estuvimos en la gloria. Gloria por las decididas exclamaciones de la audiencia, gloria por el viaje mental que logran canciones como “Superjudge”, gloria porque la eficacia de “Powertrip” sigue siendo la misma que hace veinticinco años, gloria porque rescataron del espacio una excelsa “The Right Stuff” de Robert Calvert cuando se aproximaba el final. Gloria por haber comenzado con otra adaptación, en este caso de los legendarios Hawkwind, “Born To Go”. No cabe duda. La personalidad de Moster Magnet es proporcional a la excitación provocada por “Negasonic Teenage Warhead” o a los adictivos espasmos de “Dopes To Infinity”. Otros repetidores que reivindicaron su status con aleluyas como “Space Lord” en la que el chamán de la congregación acabaría involucrando al personal en su clásica, psicodélica, apasionada y turbulenta espiral. Una delicia para los sentidos. Combustible para el espíritu.

The Pretenders gozaban de tratamiento estelar, puesto que no había otra faena a realizar, a no ser que intentaras la hazaña de profundizar en la saturada guarida de Trashville donde unos minutos más tarde The Reverend Peyton’s Big Damn Band realizaría su ejercicio, dieras un paseo por los puestos de merchan o dedicaras unos minutos a la nutrición, al brindis o al parloteo. Y aunque viniéramos atónitos, con los ojos como platos y los oídos con un severo pitido después de la inmensa demostración de poderío de Earthless, debíamos cruzar la explanada. Evidentemente, y dada la multitud que se agolpaba frente al God Stage tuvimos algunos problemas en alcanzar nuestro campamento particular donde se encontraban parte de los camaradas del Azkena, pero para esos menesteres está el verde. “Al fin llegáis”, que nos susurra una guardiana del coto, pero llegamos, que es lo importante. A partir de ese instante, todo se desarrollaría espléndidamente, si bien el sonido parecía no ser el óptimo. Al menos desde una posición que variaríamos tras una “Talk Of The Town” precedida, eso sí, por una serie de canciones de gran valor que serían coreadas por el público enfervorizado. Canciones como la aguda “The Adultress”, canciones como “Message Of Love” en la que Chrissie Hynde procedió sensual y la gente correspondió con oles y olas, canciones como la celebérrima “Kid” que dedicara a sus antiguos compañeros de banda, canciones como la inmediata “Time The Avenger” donde haría lo propio con los actuales, o canciones enormemente acompañadas como “Back On The Chain Gang” que interpretarían en señal de respeto al señor Pau Donés. Todo un detalle. Bueno, tres detalles de una mujer que se siente orgullosa de su pasado, vive el presente y afronta el futuro con ilusión, no en vano el primero de septiembre publica(n) “Relentless”, nuevo elepé del que nos adelantaron algunas pildoritas. Ya me gustaría llegar a más viejo con esa vitalidad, con esa chulería y esa elegancia, porque la tía demostró su categoría cuando, por ejemplo, cogió la armónica en “Middle Of The Road” después de gritar un “VITOOOOORIA” acompasado por los acordes de “Victoria” de los Kinks, mostró la calidad de sus cuerdas vocales en la sentimental “I’ll Stand By You” que adquiría elevadas cuotas de emotividad y deslumbró el pundonor mostrado en el epílogo “Mystery Achievement”. Enorme. Soberana.

Nos queda el triunvirato final. Un dificultoso tour de force. Nuestro triunvirato final, tres repetidores con quienes nos quedamos sin un gramo de fuerza para continuar. Nos habría gustado y sin duda habríamos disfrutado en el segundo anfiteatro o en el anexo a la salida, pero esa salida provocaba demasiado en el momento de las despedidas y las cortesías con parte de la familia que hemos ganado con el paso de los años en Vitoria-Gasteiz. La banda, The Band. Gente variopinta de abundantes procedencias, variadas formas de vida o divergentes posiciones, pero de común denominador. No hace falta decir más. Culpables de esa merma de facultades, Lucinda Williams, Lucero e Iggy Pop, que por ese orden subirían al God Stage, Love Stage y para finalizar, de nuevo el escenario principal. Don’t stop. Ya hemos constatado que el señor James Newell Osterberg era una de nuestras principales apuestas y si hubiéramos jugado una buena cantidad de dinero, estaríamos ahora en las Seychelles o en otro destino paradisíaco pegándonos un buen homenaje. Hablando de, esas deferencias a músicos fallecidos a las que el equipo de Last Tour nos tenía acostumbrados en cada uno de los escenarios, este año se han echado en falta así como los folletos informativos que servían para ampliar la colección. Tijeretazos. Una pena.

No obstante, esos recuerdos han venido por parte de los artistas, a modo de pleitesías, a modo de revisiones. Unas pocas han quedado reflejadas, y queda por resaltar el pacto de Lucinda Williams con Neil Young mediante “Rockin’ In The Free World” en su sobrehumano adiós, el reconocimiento a su colega Tom Petty vía “Stolen Moments” o las salvas lanzadas por Iggy en honor a los Stooges. ¿Excesivas quizá? ¿Menos de las que alguien habría querido? ¿Lógica elección? Legítima, ni se cuestiona, si bien posteriormente hubo opiniones para todos los gustos. Voces disconformes, testimonios de aprobación, gente displicente o gente entusiasmada. Un tema controvertido, sin duda. Controvertido y escabroso, pudiendo llegar al más absoluto ninguneo, pero el arte fluctúa así. Sentimientos, pareceres y pensamientos, volviendo a experimentar una fuerte sensación déjà vu debido al escarnio sufrido en primera persona el año pasado al ofrecer, tan solo, un punto de vista sobre el repertorio esgrimido por el señor Jerry Cantrell que por supuesto, tenía y tiene todo nuestro respeto. No era ninguna crítica ni una reprobación, simplemente era un hecho objetivo, como en esta ocasión. Y si antes defendimos nuestra postura, ahora también, lo que ni mucho menos significa que no nos sintiéramos unos privilegiados por ser partícipes de tan monumentales avenencias.

En cambio Lucero completaría su setlist con material propio. Incendiario, íntegro, proporcionado; como la vez anterior, aunque no hubiera quórum entre la afición. Esa intervención (la primera) que curiosamente se dio en el mismo escenario, capitalizó bastantes críticas y hasta alguna salida de tono, y en estos asuntos uno siempre alude al pragmatismo que no deja de ser un parecer subjetivo. La banda de Memphis es, a título personal, una especie de tótem que sugiere o exige buenas palabras y minuciosos análisis, y tal vez en aquel entonces estuviéramos predispuestos a las alabanzas. Nada más lejos de la realidad porque, si mal no recuerdo, en ambos conciertos los primeros acordes fueron suficiente para instaurar una insólita sensación de ingravidez perdurable hasta el final. En esta ocasión desde la alarmante “Among The Ghosts” hasta la inequívoca “The Last Song” mientras procurábamos gestionar las diferentes fases del concierto con frialdad y equidad al tiempo que surgían imágenes, recuerdos, comparaciones y ausencias. Recuerdos del 2007 y “No Roses No More”, imágenes de 2019 y “Texas & Tennessee”, comparaciones entre los años y las congruencias, entre “Wasted”, “I’ll Just Fall” y “Tears Don’t Matter Much”, ausencias fraternales y mentales con la voz de Ben Nichols y “One Last F.U.”. Era innegociable y aunque puedan surgir desavenencias, ni contemplamos la posibilidad de visitar el Respect Stage donde actuaban unos míticos de Seattle. Lucero tienen su propia historia, su propia graduación.

Si antes de esta edición la raza, el compromiso o el talante de Lucinda Williams eran muy valorados por nuestra parte y la de Louisiana gozaba de nuestro cariño y admiración… Ahora pertenece a un grupo exclusivo. Ahora tiene su propio apartado. Ahora, si bien antes era una mujer de forzosas reverencias, se ha ganado la eternidad. Dramática, valiente, romántica, poderosa y muy, muy, muy, muy pasional. En la previa, entre los corrillos y las conversaciones su estado de salud era la reiterada interrogante debido al maldito ictus padecido en el jodido veinte veinte, y sí. Reconozco que el corazón me dio un vuelco cuando se acercaba al centro del escenario de la mano de un auxiliar, pero una vez pudimos comprobar que conserva un espectacular timbre vocal y que defiende las canciones con ímpetu y envidiable carga de emotividad… Maravillosa. Una luchadora. Una mujer que dejaría atónita a la práctica totalidad de la asistencia con una figura que deslumbraba (“Protection”), con unas canciones necesitadas de pormenorizado estudio (“Drunken Angel”), con su ácido sentido del humor (“Fruits Of My Labor”), con la comicidad (“Let’s Get The Band Back Together”) de Doug Pettibone y Stuart Mathis a las guitarras, David Suttonal al bajo y el baterista Butch Norton, con su presencia (“Unsuffer Me”), su esencia (“Essence”) e inagotables muestras de gratitud (“Out Of Touch”, “Joy”, “Are You Down”…). Podría ser que faltara alguna, pero no faltó el multitudinario “¡¡Luciiinda, Luciiinda, Luciiinda…!!” final de un entregado auditorio mientras la señora Williams respondía aplaudiendo y deseando a todos un “peace and love” o dedicando un “I love you all” que se deberá grabar con letras de oro. Eterno.

Como nos ocurriera en días precedentes, llegamos con la lengua fuera cuando la iguana corría de esquina a esquina del God Stage. Una postal para enmarcar. Con incógnitas había comenzado la jornada y absolutamente felices terminaríamos la vigésimo primera edición de un Azkena Rock que para nosotros representaba un número menos. Un número más a añadir. Una cifra redonda. Y para redondear aún más la efeméride, rodeados de compañeros de Catalunya, Galicia, Asturias, las dos Castillas, los archipiélagos balear y canario, Euskal Herria, Andalucía o Aragón. Vale, sí, frente a Iggy Pop. Todos boquiabiertos ante la lección del viejo y sabio padrino del punk. Todos cautivados ante el poder de este superviviente. Todos entregados ante un hombre que con setenta y seis años exhibe una extraordinaria forma a pesar de su ostensible anomalía física producto de una polio, lo cual no le resta un ápice de actitud. Le sobra aptitud y mala hostia, que para eso se muestra a pecho descubierto, mostrando sin reparos y orgullo el paso del tiempo. El tiempo, ¿recuerdan? El tiempo está siendo esta vez nuestro nexo siendo, también, nuestro aliado o nuestro verdugo, dependencia y libertad. El tiempo es material e intangible. Y que dure, cómo no. Que nos respete como a Iggy o la misma Chrissie Hynde que no elude la longevidad, y, entre nosotros, nos queda todavía un largo trecho para hallar la paridad. Para comprender. Para obrar con sensatez. En los días posteriores se pudieron leer duras sentencias, juicos masivos e inadecuados jurados con respecto a no se sabe qué suposiciones y… Bueno, la interpretación es libre, pero la conciencia debería ser cristalina aunque se discrepe en según qué. Lo que no admite discusión es la auténtica demostración de coraje de este hombre que arengaba a la afluencia (“The Passenger”) de la misma forma que pedía más a sus compañeros (“Search And Destroy”), se daba golpes en el pecho cual bizarro luchador (“Raw Power”), o maldecía con rencor a santos y diablos (“I Wanna Be Your Dog”) a la vez que nosotros reivindicábamos la versión de Las Vulpes. Un pequeño gran hombre que giraba en torno a sí como si estuviera poseído (“Lust For Life”), se volvía lascivo (“I’m Sick Of You”) sometiendo a la gente con sus envites e instigaciones (“Modern Day Rip Off”) y nos dejaría un profundo espasmo cuando retornó despidiéndose entre merecidas ovaciones con “Loose”, “Frenzy” y constantes “fuck you” retando al personal. Impresionante derroche de facultades, impresionante banda e impresionante final. Ya queda menos para rebasar el umbral, para disfrutar un nuevo Azkena Rock Festival. Nosotros iremos, ¿se apunta usted?