Excelente ambiente y record de asistencia en la sexta edición de BBK Bilbao Music Legends Fest | GR76


Viernes 23 y sábado 24 de junio de 2022 en Bilbao Arena, Bilbao

Podríamos comenzar a relatar el fin de semana vivido en las murallas del Bilbao Arena de Miribilla con los magníficos números registrados en la segunda convocatoria del Bibao Arena que se celebraba en dicho recinto, con el buen funcionamiento del propio festival en lo referente a su organización, con la atención del colectivo de trabajadores o por un público que, pese a haber soportado algunos picos de sofoco, ha generado un buen ambiente y en cada una de las funciones programadas se ha desgañitado. Evidentemente, el seguimiento ha resultado más masivo en unas que en otras, pero en este aspecto el conjunto de artistas ha gozado de buenas audiencias. Seguramente las más tochas han cumplido expectativas (salvo casos puntuales, que los habrá), y el trasiego humano entre la zona interior y exterior ha sido constante, lo cual ha beneficiado a quienes aparecían anunciados en letra más pequeña. Por cierto, siempre hay que leer, atender y analizar la letra pequeña.

En ese grupo figuraban las bandas locales Sua, The Daltonics y Lorelei Green más Vargas Blues Band y Luke Winslow-King junto a su fiel escudero Roberto Luti que debieron actuar por partida doble debido a la fatídica ausencia a última hora de uno de los grandes reclamos de esta edición, Canned Heat. Unas cuantas camisetas de los californianos se pudieron ver circulando por el pabellón, y a buen seguro que la decepción de sus portadores sería proporcional a nuestro cabreo, porque nos hacía especial ilusión, para qué lo vamos a negar. Seguro que el equipo organizador tenía tantas ganas como buena parte de la afición, así que no vamos a tirarnos más de los pelos. Tampoco hay que darle más vueltas. Como tampoco habría que seguir insistiendo con el monotema de la ubicación. Sí, el Centro La Ola de Sondika era cómodo, disponía de buena comunicación y frecuencia de convoys ferroviarios con el botxo, tenía su encanto y era un lugar idóneo con buena acústica y visibilidad, pero terminó. A partir de ahí, y como en el punto anterior, seguiremos dando vueltas y vueltas en círculo con la misma polémica sin obtener respuesta alguna salvo que las etapas tienen su fin, y en Sondika se dedican a otras labores que tal vez, quizás o posiblemente (esto ya es un razonamiento personal) afecten su estabilidad.

Willis Drummond

Mejor que sigamos el orden cronológico del festival. El peso de la apertura recayó en el cuarteto de Iparralde Willis Drummond que se enfrentó a un aceptable número de asistentes teniendo en cuenta el horario, si bien guardan un montón de seguidores en Euskal Herria. Además, disfrutaron de un sonido que a lo largo de la jornada (exceptuando el epílogo) echamos en falta, y dejaron patente en todo momento su status de estandartes del rock euskaldun y expertos en estas materias, es decir, en el tú a tú. En las distancias cortas, que siendo el auditorio que era, eran menos cortas. En las actuaciones en directo donde se desenvuelven perfectamente implicando a la gente. En definitiva, en el hábitat natural de Jurgi Ekiza (cantante y guitarrista), Xan Bidegain (bajista y corista), Felix Buff (baterista y corista) y Vincent Bestaven (guitarrista), que se marcaron un robusto set en el que alternaron varias de sus últimas composiciones como “Stockholmen” o “Mandarina” con títulos pasados como el cañonazo inicial “Noiz da gero?” o “A ala B”, convirtiendo ese estreno en el chute de energía necesario para abordar la jornada.

Sua

Siguiendo con representantes (emergentes en este caso) del rock vasco, llegaba el turno de Sua, una banda de dos chavalas y dos chavales que en cinco años de aventura han publicado un par de elepés, un epé y obtenido otro par de galardones, lo que en cierta manera empujaba a que no desaprovecháramos la ocasión aunque quizás su rollo no sea una de nuestras grandes preferencias. Salimos rápidamente al exterior, porque la carpa instalada (mayor que la utilizada el año anterior) restaba espacio al espectador y anteriormente habíamos especulado entre varios asiduos que, aun beneficiando esa disposición a los artistas, el público estaría más apiñado. Si a ello sumamos un despótico termómetro, obtenemos la olla a presión que imaginábamos y acabaría siendo el apartado Voodoo Child. Pues la verdad, se entregaron y ofrecieron un concierto más intenso de lo que esperábamos, fusionando diversas corrientes que imposibilitan un encasillamiento del que nos somos demasiado amigos. Sonaron dulces en “Zapatu Gaua II”, punkys en “Ez Dira Gai” y viscerales recordando a Fugazi en “Waiting Room”. Interesante proyecto, buenas maneras y muestras de aprobación entre la audiencia. Buen entremés para continuar con Nikki Hill.

Nikki Hill

En el escenario principal aparecería minutos más tarde el torbellino de Carolina del Norte junto a su marido Matt Hill (guitarrista), Laura Chávez (guitarrista), Nick Gaitán (bajista) y Marty Dodson (baterista) desplegando su conocida combinación de corrientes suleras, rockeras o ritmanbluseras, y si bien su felina actitud sigue siendo encomiable, el aspecto técnico no les favoreció, más bien lastró su actuación. Todo ello bajo nuestro punto de vista, claro, porque pudimos intercambiar diferentes versiones sobre lo sucedido con varios camaradas y había opiniones para todos los gustos. Esto es así. Esto fluctúa así. Cuestión de pareceres. Ahora, no vamos a negar que se esforzaron en todo momento y que el setlist confeccionado tenía el punch necesario (“Get Down, Crawl”, “Heavy Hearts, Hard Fists”, “The Fire That’s In Me”, “Just Can’t Trust You”…) como para provocar la algarabía, pero no terminó de cuajar. Probablemente sea demasiado joven como para ser catalogada leyenda, pero no es menos cierto que en este certamen de significativa designación sería muy complicado volcarse en artistas, por decirlo de alguna manera, con solera. Y Nikki Hill es, pese a su juventud, una mujer de probada valía, una mujer acostumbrada a recibir alabanzas tanto por sus trabajos de estudio como en sus apariciones en directo. Una mujer nada desconocida por estos lindes porque nos visita regularmente, y una mujer que tenía todos los boletos para salir airosa del envite, cosa que sucedería, por ejemplo, en la eufórica adaptación de “Every Time I See You I Go Wild” de Stevie Wonder.

The Daltonics

En el exterior actuaría de nuevo una banda de kilómetro cero, The Daltonics. Irreverentes, cáusticos, divertidos y decididos. Como diría Alex Ron, su cantante y armonicista, tendrían que pisar el acelerador (bueno, igual no fue así exactamente) ya que tenían asignados treinta y ocho minutos para departir (o repartir, no sé) su iconoclasta fórmula de rock n’ roll e imponer su ley que es, básicamente, divertir al personal, intentar mitigar los rompecabezas que nos persiguen a lo largo de la semana. ¿Lo lograron? Por supuesto. El frontman inmediatamente se despojaría de la americana y mantendría un pulso constante con el público (se mezclaría con el tumulto en las postrimerías del concierto) que efusivo respondía mientras sus compañeros le custodiaban perfectamente desde sus posiciones esbozando sonrisas, aportando estruendos y equilibrios con sus respectivos instrumentos y canturrendo “Es lo que hay”, “Lo que más me gusta es”, “Mójate la tripa” y otras tantas de contenido socarrón que serían también fuertemente coreadas por los fans que se hicieron notar. Hubo quien asistía, ya que había gente de diversas procedencias, por primera vez a una de sus funciones, lo cual viene de perlas a la escena local. Concursar en un evento de tal envergadura ante rostros curtidos y otros principiantes es una oportunidad que los amigos daltónicos supieron explotar con ritmos e himnos como “Viudas de Epalza” o “A tu bar”. Risas, felicitaciones, agradecimientos, armonía, aplausos y litros y litros de sudor.

Uli Jon Roth

Las interrogantes nos acompañaban en el trayecto hacia el interior, puesto que Uli Jon Roth no se encontraba entre nuestras cruces principales. No obstante, y dadas sus credenciales, el teutón es un tipo que encaja perfectamente en un certamen de este pelo. Sin ser acérrimos seguidores, sabemos de su existencia, de su pasada militancia en los Scorpions, la posterior creación de Electric Sun o el sonido que le caracteriza, y sin duda conocemos alguna de sus canciones, pero se nos presentaba uno de esos inmejorables armisticios para seguir el desarrollo del concierto desde la lejanía cerveza en mano o metiendo al cuerpo algún tentempié, ya que las fuerzas flaqueaban y había que recuperar energías para el rush final. Aun así tuvimos la pertinente ración de clásico hard rock desde los puestos de vanguardia, pues había que inmortalizar el momento, acreditar su destreza con las seis cuerdas y ver su icónica guitarra Sky. Como lo intuíamos. Con melenas al viento (los ventiladores tenían su porqué), con animadas cabriolas, combates instrumentales, alargados solos y todo tipo de expresiones inherentes al género, el señor Roth y sus compinches interpretaron viejas piezas como “All Night Long” con la que abrieron su intervención o con una enfática “Fly To The Rainbow” que motivara ojos atónitos y varias cortesías dada la entrega de los oficiantes.

Vargas Blues Band

Estábamos fuera apurando el bokata cuando sale la marabunta en busca de oxígeno y alimento, así que intercambiamos posiciones para estar unos minutos ante Vargas Blues Band. En realidad, servidor ya tenía taquicardias porque se acercaba la medianoche, la hora indicada para el aullido, la confluencia con los espíritus y la suspensión terrenal. Pero eso sería más tarde. Estábamos esperando a Javier Vargas y sus compañeros, había que evitar adelantar acontecimientos y centrarse en una sesión que arrancaría con la abrumadora “Mind Control” de su última publicación, “Stoner Night”. Presentimos que el Blues que luce en su apelativo quedaría relegado por su versión más rockera, ya que a continuación atacan “Stoner Nights” en la que adivinamos siluetas stonianas mientras del escenario brotan otra serie de tinieblas que dificultan la buena visibilidad y establecen ciertas confusiones en el aspecto sonoro. Bueno, no había que claudicar porque debido a un fugaz resplandor adivinamos un bottleneck, el slide que el madrileño se coloca en el dedo meñique para embaucar con “Talking Loud”, canción que funciona como cebo para que parte de la peña emita su veredicto que no es sino el aplauso. El entusiasmo. El consenso que se explota para las correspondientes presentaciones (Merrick Wells en el micrófono, Luis Mayol al bajo y Peter Kunst a la batería). Más tarde se sucederían guiños a pasados éxitos como “Black Cat Boogie” o “Blues Pilgrimage”, pero debíamos partir. Era innegociable.

The Cult

Servidor siente debilidad por los Cult, ¿qué le vamos a hacer? En realidad, venía arrastrando el inevitable nerviosismo desde tiempo atrás y con diligencia recorrimos la pista del Bilbao Arena aunque tuviéramos plaza reservada en el coto de los camarógrafos. Dado el estado de excitación, e intuyendo (erróneamente) que llegábamos pronto, con toda tranquilidad dialogamos con el segurata hasta que se me ocurre preguntar si ya puedo entrar. “Claro, el resto está dentro” que responde. La primera en la frente, y la segunda, en cuanto doy un paso de más. Habían dividido a los compañeros en los flancos izquierdo y opuesto sin posibilidad de obtener imágenes desde el área central, con lo cual, más apreturas, más hormigueos, más intranquilidad. Se demora unos minutos la cosa, rocían el escenario con aromáticos aerosoles, los roadies comprueban que esté todo en orden, en los bastidores hay cierta celeridad y de repente… Como un resorte. Éxtasis. Comienza el ritual. Salen a escena nuestros héroes al ritmo de “Rise”, y uno, que ha tenido la fortuna de ver a los Cult bajo diferentes circunstancias desde el siglo pasado, intuye un buen recital. Afirmativo. Lo fue. El sonido rayó a buen nivel y se podía escuchar con claridad, la audiencia se entregó en cuerpo y alma en cada una de las canciones que conformaban el guion y uno experimentó un perpetuo escalofrío siguiendo la sincronización de pie, pandereta y cabeza del glamuroso Ian Astbury que sigue conservando un excelente timbre vocal así como una magnética presencia escénica.

The Cult

En cuanto al siempre sobrio y soberbio Billy Duffy… Echamos de menos su icónico molinete, que no decimos que no lo hiciera, porque teníamos que atender la poderosa batería John Tempesta, el rigor de Charlie Jones y la disciplina de Mike Mangan, sin embargo el poder de sus guitarras y de sus determinantes progresiones posee el consabido atractivo y fortaleza de décadas pasadas. Todo ello quedaría reflejado en la célebre “Sun King” o en la no menos notable “King Contrary Man” que marcaría un triunvirato de campanillas. Tres de tres. Tres estrépitos, tres discos, tres celebraciones. Con un bagaje de cuarenta años metidos en este circo, poco o casi nada podríamos rebatir a esa pareja en cuanto a su compromiso, tenacidad o categoría, aunque de vez en cuando trasciendan cuestiones alejadas del verdadero fundamento, que no es otro que el rock n’ roll. Rock n’ roll tatuado a fuego vivo en la piel de “Sweet Soul Sister” (brazos en alto), de “Phoenix” (delirio colectivo), de “Wild Flower” (desfase absoluto) o de “Rain” (más que lluvia, tempestad). Incluso en nuevas creaciones que funcionaron fantásticamente como “Vendetta X” o “Mirror” entre halagadas reliquias como “Spiritwalker” o la extraordinaria “She Sells Sanctuary” con la que parecía finalizar el akelarre, pero para ese cometido reservaban, tras un minuto de respiro, otra fundamental como “Peace Dog” y la liturgia de “talkin’ about love”, la liberación de “here she comes, look out, here she comes”. No hay duda, esa apoteosis se llama “Love Removal Machine” y en ella el Rey Lagarto británico entró en trance, se acordó de sus colegas, tanto los presentes como de los que habían pisado el mismo suelo y preguntó a la concurrencia si los Cult eran verdaderamente leyendas del rock. “No lo sé, pero Uli Jon Roth es legendario”, que sentenció. Y nosotros sentenciamos que The Cult pertenece al selecto club.

Luke Winslow-King feat. Roberto Luti

Al día siguiente y previo a la apertura de puertas, había una considerable hilera humana a las puertas del Bilbao Arena cuyos comentarios se centraban, lógicamente, en la baja de Canned Heat, y hasta había quienes se enteraban de la noticia en esos minutos. “¿Cómo…?” “¿Seguro?” “Si nosotros veníamos con la intención de…” “¡¡Maldita sea!!” Como hemos escrito en las primeras líneas no vamos a dar más bola al asunto, porque se nos hace bola. Debemos pasar el mal trago, el revés o como usted lo quiera calificar y enfocarnos en quienes sí estarían dando caña durante una jornada que se presentaba excitante. Una jornada final que, por muchas razones, será difícil de olvidar. Para empezar, una decisión salomónica, una decisión controvertida, una decisión comprometida. Sobre todo para Luke Winslow-King y Roberto Luti que, aparte del horario establecido, suplieron a los californianos en un escenario principal que… Bueno, los tíos son suficientemente competentes como para llenar los espacios con ecos de Louisiana, groove de Alabama o blues de Tennessee, se compenetran a las mil maravillas, supuran talento, manejan el slide con suma facilidad y tienen las agallas necesarias para actuar en todo tipo de situaciones, pero la frustración podía más que las estupendas “Swing That Thing”, “I’m Glad Trouble Don’t Last Always” o “Everlasting Arms”.

Lorelei Green

Vamos al Voodoo Child donde estaba a punto de salir Lorelei Green junto a su banda, o sea, el guitarrista Alex García, al bajo y contrabajo Ricardo de Lucas más Josu Polanco en la batería. Poco a poco se va consolidando dentro del circuito local habiendo metido el morro en señalados escenarios de la zona como el Palacio Euskalduna, la Sala BBK, la Sala Azkena, el Kafe Anzokia o Bilborock amén de otras salas y otros festivales o garitos, así que estamos ante una mujer que se ha prodigado bastante en los apenas siete años que lleva en circulación, si bien esta identidad comenzara años antes en la intimidad hogareña. Al igual que el señor Winslow-King tenía dos pases con la diferencia que ella los tenía apalabrados y preparados, por lo que la posible improvisación quedaba descartada, o no. Siempre surgen imprevistos (nunca mejor dicho), siempre podrás captar nuevos afiliados y no siempre tendrás ante ti gente de toda traza, plaza o naturaleza, algo que sucede en estos tinglaos. Así que había que sacar a relucir los acostumbrados “Aviones de Papel” aunque tenga fresco “LAVA”, su último trabajo, y poco tiempo necesitó para que sus profundas letras calaran entre la gente. Letras reflexivas como “Hojalata/Corazón”, historias de encuentros, desencuentros y reencuentros, romances, ficciones y realidades. Experiencias, agudos análisis o epopeyas como “Cenizas Negras” o la trascendental “La Dama de los Gatos” que obtuviera una gran ovación.

The Waterboys

Con la grata sensación de haber visto triunfar a Lorelei, levantamos el campamento, pues los siguientes eran otros tipos de obligado examen: The Waterboys. Se presagiaba buen ambiente porque se había vendido todo el papel tanto en bonos como en tickets diarios, y los Waterboys son unos músicos que aunque en directo pudiera parecer que ponen el piloto automático, es un automático que infinidad de bandas around the world querrían para sí. Tienen un prolífico curriculum y un repertorio espectacular donde hay canciones para satisfacer cualquier paladar, y si a ello sumas su autoridad sobre el escenario, poca broma. Visto que nos quedamos sin la correspondiente ración de los californianos (habíamos dicho que archivábamos el capítulo, pero no), Mike Scott nos obsequia en la introducción con una de las canciones que marcaron época y ha continuado generación tras generación sonando en radios (ya menos), generando royalties (seguro que sí), cruzando fronteras (tangibles o ideológicas) o coleccionando nuevas versiones: “Let’s Work Together”, que, aun sin ser una canción de su propia cosecha, se trata de uno de los hits más célebres de los Heat. Un astuto punto de partida. Ya se había ganado con esa entrada al público, y tanto sonido como iluminación reforzaban en buena medida la carga de emotividad que siguió en línea ascendente con “Where The Action Is” y “Glastonbury Song” con la que tenemos que abandonar nuestra privilegiada atalaya y zambullirnos entre la masa, cosa que hacemos con un “A Girl Called Johnny” en el que Paul Brown, desde el centro del escenario y con su Keytar colgado a los hombros, adiestraría a un alto porcentaje de los allí reunidos con ráfagas instrumentales, travesuras, réplicas y demás. La pista vibraba, las gradas enloquecían y se formaba un vapor propio de termas o saunas cuando de repente… Convulsión total. “The Whole Of The Moon”. Otra de las gemas que consiguen que la gente coree y coopere hasta límites insospechados, hasta que el pabellón se venga abajo como habría sucedido con “Fisherman’s Blues” en un inusitado desafío a tres bandas en el que participaron los sonrientes Scott y Brown más James Hallawell. Tres teclados a pleno rendimiento mientras Eamon Ferris (batería) y Aongus Ralston (bajo) escoltaban la acometida. Estábamos en la gloria, y para hacer honor a la situación, “Because The Night”. No hace falta dar más detalles. Imaginamos que en el exterior habría poco movimiento y los trabajadores estarían disfrutando de un merecido relax, pero no era algo que nos quitara el sueño, la verdad. “The Pan Within”, “In My Time On Earth”, “This Is The Sea”… Un lujo. Grandioso, tremendo, sublime, épico. The Waterboys.

Chris Isaak

El segundo tanteo (el único que en principio estaba programado) de Luke Winslow-King y Roberto Luti arrancaría en escasos minutos y decidimos marchar hacia el lugar para, al menos, comparar ambos ejercicios. Evidentemente las condiciones eran diferentes e imaginamos que las consignas podían serlo también, así que con premura nos plantamos en el Voodoo Child, y si mal no recuerdo emprenden el camino con la clásica “Out On The Western Plain” de Leadbelly. Poco tardarían en recurrir a su propio material acondicionado al formato dúo, por supuesto, y como sentíamos síntomas de deshidratación, necesitábamos una pausa y un poco de combustible para el cuerpo, pues eso. Desde la distancia distinguimos “Lissa’s Song”, swamp, zydeco, delta blues y groove de Louisiana, blues de Alabama, ecos de Tennessee. De nuevo, cambio de posición. El señor Chris Isaak nos espera. Últimos tragos al néctar de cerveza, confidencias, miradas al reloj, al escenario que estaban acicalando, y a la hora prevista aparece el elegante caballero que sin mediar palabra recibe la primera ovación. Estaba claro. Si alguien tenía la más mínima duda, si alguien no las tenía todas consigo o mantenía ciertas reticencias respecto al artista que cumpliría sesenta y siete años dos días después, pues toma taza y media. Durante los aproximados ochenta minutos de actuación, el Bilbao Arena se convirtió en un casino de Las Vegas en el que los falsetes, los contoneos, los corrillos o los corridos (cantó “La Tumba será el Final” en penúltimo lugar), las corazonadas incluso los corazones, los jadeos, las lágrimas, las treguas y los impulsos se sucedieron. Con respecto al sonido, tan impoluto como su garganta o el atuendo que portaba. Con respecto a la iluminación, tres cuartos de lo mismo. En lo referente a su actitud, nada que reprochar. En cuanto a sus acompañantes, buena demostración de entrega y profesionalidad. Kenney Dale Johnson parapetado en la batería, a su vera Scott Plunkett con las teclas, Rowland Salley con las cuatro cuerdas y con las seis, Hershel Yatovitz. ¿La sustancia de la faena? Perfecta selección, llena de canciones imperecederas, dispuesta para las comuniones y las ofrendas. En este sentido, gran detalle del californiano al recordar a su amigo Jaime Lafita (a escasos metros se hallaba esbozando una gran sonrisa) al tiempo que instaba al público a la solidaridad, al apoyo y cooperación con la fundación DalecandELA. Ya en el terreno musical, introdujeron dos versiones de Roy Orbison de indiscutible valor como “Oh, Pretty Woman” y “Only The Lonely” que liberaron glotis y pelvis. En las obligatorias “Wicked Game” y “Forever Blue” mostraron su lado romántico al igual que en otra versión, en este caso a modo acústico y de Elvis Presley, “Can’t Help Falling In Love”. En su presentación, y mientras se secaba el sudor con una toalla, Isaak apeló a que perdiéramos el miedo a manifestar nuestro amor, a vivir con amor y compartir amor, pues la vida se escapa en un santiamén y… Se pudo comprobar a nuestro alrededor. Besos, cariños y abrazos. Ahora, no vaya usted a pensar que todo fue meloso o que el rock n’ roll no atronara, porque pudimos escuchar ánimos para bailar sin rubor y ver coreografías sobre el escenario en “I Want Your Love”, y fuera de él, al señor Isaak cantar al oído de la gente “Waiting” o “Don’t Leave Me On My Own” en un paseíllo que aglutinara todo tipo de dispositivos para lograr una instantánea. Dio tiempo a moverse con sensualidad en “Baby Did A Bad Bad Thing”, a retroceder a los años cincuenta con “Go Walking Down There”, a surfear en “San Francisco Days” o a descubrir nuestra parte canalla en “Notice The Ring”. Es un dandy el tío, un maestro del entertaintment, eso no lo podemos negar, pero ya habíamos rebasado el nivel de indumentarias extravagantes y destellos. Aun así, buen comportamiento, Chris.

Nikki Lane

Pretendíamos evitar ser engullidos por la aglomeración y, a poder ser, cumplir con dos requisitos antes de la clausura a cargo de Nikki Lane. Su orden dependía de las apreturas u holguras. Veamos. Debíamos pasar por el control de avituallamiento y queríamos comparecer por segunda vez ante Lorelei Green, que ya puede añadir a su palmarés haber sido teloneada por Chris Isaak. ¿No somos de Bilbao? En esos instantes de duda, nuestro asombro fue ver cómo la gente salía en tropel no solo del recinto, sino de las instalaciones, por lo que cómodamente nos situamos frente a Voodoo Child con la intención de ver de nuevo a Lorelei y más tarde pedir la manduca. Como mi ángel de la guarda siempre está dispuesta a arrimar al hombro, nos doblegamos y mientras servidor espera la última audición a cielo abierto, ella elige la cena que minutos más tarde devoraríamos. Apartados advertimos la agradable atmósfera que crean “La Casa” o “Bala de Plata” y de nuevo, para dentro. Como ya hemos dicho, Nikki Lane, arropada por unos cualificados músicos como Germán Salto y Pere Mallén en las guitarras (el segundo, en lap steel también), Jokin Salaverria al bajo y Lete G. Moreno en la batería, sería la encargada de cerrar la sexta edición de BBK Bilbao Music Legends Fest. No parecía mal planteamiento finalizar el sábado en un pendenciero bar de carretera después de jugar unas monedas al “Jackpot” (precisamente sería la pieza de despedida) en un casino de Las Vegas, y si bien los horarios ya estaban asignados de antemano, hubo confrontadas reacciones por la designación. Provocadas por el desarrollo del día, por las ausencias o unas soluciones que a nuestro juicio tampoco fueron tan significativas. Ya está hablado. No vamos a insistir. Titubeante o preocupada por el retorno de su monitor, la tejana arrancó con un prudente “Highway Queen” y en segundos, aun sin funcionar como un rodillo, emularía a grandes féminas del firmamento country en “700,000 Rednecks”. Miradas de confusión. Preguntas retóricas. Tensión. Se escuchaban tímidos aplausos y la gente que había rehuido el éxodo parecía no entender el rumbo del concierto. El cansancio acumulado podía influir, cómo no, pero no funciona, no parece haber conexión entre ambas partes. Indiscutiblemente hay quien se esfuerza en contagiar a sus vecinos, canciones como “Send The Sun” o “Good Enough” son bien recibidas y en una soberana “All Or Nothin’” la Lane afila sus garras y exhibe su carácter terminando por convencer al personal antes de abandonar el escenario para que sus compañeros se lucieran. A la vuelta, y tras “Pass It Down”, respetuosa consideración por medio de “I Just Wanted to See You So Bad” a una de las grandes dama del género, Lucinda Williams. Buena forma de acabar el relato. El año que viene volveremos.

Deja un comentario